Dom 18.01.2009
libros

El hombre del Millenium

› Por Martín Pérez

Cuando llegó aquella tarde al edificio de la revista Expo, Stieg Larsson descubrió que el ascensor que lo cargaba todos los días siete pisos arriba, hasta el ático donde funcionaba la redacción de la más respetada –-y amenazada– revista antifascista de Suecia, estaba roto. Así que se arremangó el traje, aflojó su corbata, y decidió enfrentar la escalera. Aunque siempre se preocupaba por cuidar su aspecto, Larsson no hacía lo mismo con su salud: según cuentan quienes lo conocieron, solía fumar casi cuatro paquetes de cigarrillos y atiborrarse de café durante una típica jornada de trabajo. Conducta que en el último tiempo se continuaba decididamente por las noches: después de teclear y editar durante el día una tras otra página de denuncias, al llegar a su hogar Larsson encendía su computadora portátil. Se quedaba hasta bien entrada la madrugada hilvanando las desventuras de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, los protagonistas de una serie de novelas policiales que llevaba casi toda una vida como fanático de la literatura popular soñando con sentarse a escribir.

Pero aquel 9 de noviembre del 2004 tal vez sus jornadas no fuesen tan largas, ya que había finalmente entregado a su editor las primeras tres novelas de una saga que imaginaba –o al menos eso les había comentado a su mujer y a sus amigos más cercanos– podía llegar a los diez volúmenes. Solía bromear con que su seguro éxito en las librerías sería su mejor jubilación. Pese a que sus editores aseguran que Larsson llegó a disfrutar del hecho de saber que lo había logrado, que había escrito sus novelas y quienes las habían llegado a leer le confirmaron que eran tan buenas como imaginaba, nunca llegó a verlas publicadas. Poco después de subir por la escalera los siete pisos que lo separaban de la redacción de la revista a la que le había dedicado lo mejor de su vida profesional, comenzó a sentirse mal, y unas horas después fallecía víctima de un ataque al corazón, apenas tres meses después de haber cumplido cincuenta años. “Estoy segura que si ese día el ascensor hubiese funcionado, hoy Stieg estaría con nosotros”, se lamenta Eva Gabrielsson, la mujer con la que compartió su vida desde su juventud.

Eva cuenta que los médicos le habían advertido varias veces por su salud, pero no hubo caso. Lo único que hizo Larsson con esa información fue incluirla en el tercer volumen de su saga, donde la muerte de uno de sus personajes sucede de una manera llamativamente parecida a como terminó siendo la suya.

Poco más de cuatro años después de aquella tarde fatal, Stieg Larsson ya es un mito ascendente dentro del no tan amplio mundo de los policiales devenidos en best seller. Aquellas tres novelas que alcanzó a terminar antes de morir aún hoy parecen sumar todos los meses un nuevo idioma al que van a ser traducidas, y llevaban más de seis millones de ejemplares vendidos en todo el mundo antes de comenzar a ser traducidas el año pasado al inglés y al español. Y eso no es todo: el mes próximo se estrenará en Europa una película basada en su obra y filmada en Suecia, a la que le seguirá una miniserie televisiva de seis capítulos. Pero lo más importante es que, aunque el lector ocasional se termine acercando a la obra de Larsson con una ceja enarcada, lleno de sospechas ante su calidad porque el mito llega antes –e incluso parece más efectivo– que los libros, lo cierto es que Los hombres que no amaban a las mujeres, el primer volumen de la trilogía Millenium, resulta ser una de esas novelas que entusiasman y atrapan durante cada una de sus más de seiscientas páginas. Larsson era un fanático del género y eso se nota, pero no porque siga las convenciones, sino porque las quiebra sin problemas, yendo más allá de la clase de temas que se suele encontrar en sus páginas. Y es verdad que su escritura en ciertos momentos deja de fluir, atrapada en los detalles, los nombres y las precisiones, pero eso sólo termina subrayando lo mejor del amateurismo de un autor que, con una cada vez más contagiosa urgencia –cargando obsesivamente contra los espejismos económicos de mercado, por ejemplo–, se atreve a presentar complejas tramas entrelazadas que parecen haber sido urdidas durante mucho tiempo.

MILITANCIA Y NOVELA NEGRA

Cuando el segundo volumen de la saga Millenium, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, se publicó, a fines del año pasado, en España –anunciada para comienzos de este año, el éxito del primer volumen hizo que se adelantara un par de meses su edición–, la editorial llevó en viaje de promoción a un periodista llamado Kurdo Baksi. Amigo de Larsson desde 1992 y colega en la revista Expo desde 1995, Baksi aparece como un personaje más de la saga Millenium en La reina del palacio de las corrientes de aire, el tercer volumen de la saga. Durante fines de noviembre y comienzos de diciembre del año pasado, intentó una y otra vez responder qué clase de hombre era su amigo. “Me llaman de cuarenta países para preguntarme lo mismo”, bromeó ante el diario El Mundo. Baksi conoció a Larsson cuando capitaneó una huelga de inmigrantes, y Stieg lo llamó para manifestarle su apoyo, y participar de ella. “Curiosamente, pese a ser un periodista, era un hombre de acción más que de palabras”, recuerda. Su afirmación encaja con la biografía de un antifascista convencido, que tenía uno de los archivos sobre el tema más importante del continente, llegando incluso a asesorar a Scotland Yard al respecto. También con su perfil de internacionalista convencido, que en 1977 escribió su testamento cuando a los 23 años decidió viajar al Africa para asesorar a los combatientes del Frente de Liberación Popular de Eritrea en el uso de los morteros. Según cuenta su mujer, Eva Gabrielsson, la militancia de Larsson se puede rastrear hasta sus abuelos, con quienes vivió hasta cumplir los nueve años porque sus padres adolescentes no tenían dinero ni sabían muy bien cómo ocuparse de él. “Su abuelo le hablaba mucho del campo de concentración donde había estado recluido durante la Segunda Guerra”, recordó Baksi ante la periodista española Elsa Fernández Santos, del diario El País. “Cuando lo obligaron a volver con sus padres no se adaptó. No quería vivir con ellos, ya no eran sus interlocutores en el mundo.” Criado en el ambiente pobre de los bosques suecos de Ume, una localidad costera situada unos 600 kilómetros al norte de Estocolmo, allí fue donde conoció a su futura esposa, Eva, cuando tenía dieciocho años, en una manifestación en contra de la guerra de Vietnam. Fotógrafo, militante comunista primero y luego editor de un periódico trotskista, la biografía de Larsson también incluye el haber participado de varios fanzines dedicados a la ciencia ficción, por lo que la literatura popular no le era ajena a pesar de su militancia. De hecho, cuando trabajaba en la agencia de noticias FF, la más importante de Suecia, se preocupaba por escribir regularmente columnas sobre su otra gran pasión literaria: las novelas policiales. “Casi todos los escritores de novela negra que he encontrado destacables son, por extraño que parezca, escritoras”, confesaba.

“Si había tres palabras que definían a Larsson, eran raza, sexo y clase”, explica Baksi, que trabajó con él desde la fundación de Expo. “Porque consideraba que si vivimos en un mundo en el que la mujer, los inmigrantes y los pobres no tienen el mismo valor que sus conciudadanos, no sirve para nada. Era un 25% sueco tímido, un 50% madre Teresa de Calcuta, y el otro 25%, un soñador.” Entre las amenazas de muerte que comenzó a recibir cuando empezó a colaborar con la revista antinazi británica Searchlight, a mediados de los ochenta, y las penurias que siempre pasó para mantener económicamente a flote Expo, Larsson nunca se olvidó de su proyecto de escribir novelas policiales, que comenzó a imaginar en broma cuando trabajaba en la agencia FF, pero que fue tomando forma con los años. “Me acuerdo de que en 1997 me dijo que había empezado los tres primeros tomos, pero que no le gustaban así que quemó todo –cuenta Baksi–. Me explicó que los había empezado de nuevo, porque tenía todo en la cabeza. Yo le decía que nunca iba a ganar dinero con esos libros, pero él estaba convencido de que iban a tener éxito. Y nunca dejó de escribirlos.”

ALTER EGOS

Aunque Los hombres que no amaban a las mujeres comienza como una variación del clásico caso del asesinato cometido en un cuarto cerrado, sólo que ampliado a la isla de la familia de un magnate llamado Henrik Vanger, en realidad la clave de la primera novela de la saga Millenium no son sus guiños al género policial, sino justamente todo lo que la distingue de él. Y su distinción más clara es su pareja protagónica: de un lado un periodista de cuarenta años, pero aún idealista y cuya ética profesional es casi una religión; y del otro una precoz y arisca investigadora informática de veinte años, a la que le cuesta comunicarse con el mundo pero que tiene una habilidad única para comprenderse con las máquinas. Larsson se toma casi un tercio del primer volumen de la saga antes de reunirlos, mientras va presentando tramas narrativas que envolverán a los protagonistas como las capas de una cebolla, y hacia el final harán que el libro parezca no terminar jamás, para el disfrute de quienes hayan caído en su embrujo.

Para muchos un evidente alter ego de Larsson, Mikael Blomkvist está al frente de una revista de periodismo independiente, cuyo nombre es el que bautiza la saga. Al empezar el primer volumen, acaba de perder un juicio por difamación al no querer revelar sus fuentes y, para no debilitar su revista, decide alejarse de ella. Por eso está disponible para ser contratado por el millonario Vanger con la intención de resolver un misterio familiar que ya lleva varias décadas. Según Kurdo Baksi, más que su alter ego, Blomkvist es en realidad como a Larsson le hubiese gustado ser: “Mikael es mujeriego y Stieg no, Mikael tiene dinero y Stieg no, Mikael trabaja en una revista que se vende bien y Stieg lo hacía en Expo, una revista con altibajos económicos. Sin embargo compartía con su personaje la inteligencia, el coraje y el gusto por la pizza”. Agrega su mujer: “Stieg y Blomkvist se parecían en su defensa de la integridad periodística y la libertad de opinión, y en su fe profunda en las capacidades de las mujeres”.

Aunque en realidad, al menos para el director de la revista británica Searchlight, el verdadero alter ego de Larsson hay que buscarlo en Lisbeth Salander, la autista y al mismo tiempo peligrosa hacker que terminará acompañando a Blomkvist en su investigación. En una sentida despedida publicada luego de su muerte, Graeme Atkinson escribe: “Es una alarmante ironía que nos hayan robado a Stieg justo cuando había alcanzado sus más grandes ambiciones: la consolidación de su revista Expo y la publicación de sus novelas policiales. Pero aquellos que las lean van a ver su integridad, su valentía y su sentido de la justicia encarnados en su joven heroína, aunque la manera en que Salander elige arreglar las cosas está muy alejada de las sutiles y sagaces actitudes de Stieg”. Militante y trasnochador, siempre dispuesto a tomarse una copa extra con sus amigos, el recuerdo de Larsson por parte de Atkinson sin embargo es, en su despedida, más Blomkvist que Salander: “Su consejo para los que quedamos atrás bien puede ser igual al de su legendario compatriota Joe Hill: ‘No se quejen, organícense’. Aunque Stieg hubiese agregado: ‘Pero diviértanse haciéndolo’”. A lo que también habría sumar: “Y guárdense tiempo para leer policiales”. Pero de esos que retratan al mundo que nos rodea, incluyendo contundentes denuncias contra la corrupción económica, el abuso de poder y el ensañamiento, tanto por parte del estado como individual, con las mujeres. Un credo que, al fin y al cabo, es la suma de Blomkvist y Salander. Y ciento por ciento Stieg Larsson.

Declaraciones poco antes de morir

Empecé a escribir Millenium en el año 2001. Escribía libros por diversión. Era algo que tenía en mente desde los años noventa. Mi amigo Kenneth y yo estábamos sentados en la agencia de noticias TT con los brazos cruzados cuando empecé a escribir un texto sobre los viejos Hernández y Fernández de Tintín. Fue muy divertido, y estuvimos discutiendo acerca de cómo escribir sobre ellos ahora que se enfrentaban a su último misterio. Ahí empezó todo, pero al final acabó siendo otra cosa. En lugar de eso tomé al personaje infantil de Pippi Calzaslargas. Pensé: ¿Qué aspecto tendría actualmente? ¿Qué tipo de adulta sería? ¿Cómo la calificarían? ¿Una sociópata? ¿Una autista? Tiene una visión de la sociedad distinta de la de los demás. O, visto de otro modo, no observa la sociedad del mismo modo que el resto de la gente. La convertí en Lisbeth Salander, de veinticinco años, una chica que se siente como una extraterrestre entre la gente. No conoce a nadie ni tiene capacidades sociales en absoluto.

Luego necesitaba a alguien como contrapunto. Acabó siendo Mikael Kalle Blomkvist, un periodista de cuarenta y cinco años. Un tipo trabajador, competente, buena persona, que trabaja en su propia revista, llamada Millenium. La acción transcurre alrededor de la oficina de la revista, pero también alrededor de Lisbeth Salander, que parece que carezca de vida propia.

Hay muchas personas implicadas en las novelas, un amplio abanico social. Trabajo con tres grupos distintos. Uno que se mueve en el entorno de la revista Millenium, que tiene seis empleados. Los caracteres secundarios no se limitan a participar en la escena para decir algo, su manera de actuar influye en la trama. No se trata de un universo cerrado. Luego está la gente de Milton Security, una empresa de seguridad privada con un croata al frente. Y por último el colectivo de policías: cada uno de ellos también es un protagonista, en cierta manera.

No es hasta el tercer libro cuando se atan todos los cabos y se entiende lo que ha ocurrido. Pero los tres libros son historias autoconclusas. Pero hay algo más. En las novelas de detectives corrientes nunca aparecen las consecuencias de lo que ocurre en las historias del libro siguiente. En la mía sí.

Con Expo empezamos en 1995, cuando siete personas fueron asesinadas en Suecia por grupos neonazis. Desde el principio, los que participábamos en la revista éramos jóvenes quemados por la presión de trabajar en exceso durante un año y medio o dos. Yo trabajaba por las noches para intentar que todo siguiera funcionando. No recibíamos ningún tipo de apoyo de la sociedad, y en 1998 la revista se vino abajo. En esos tiempos había de tres a cinco personas en el consejo y se nos encargó la tarea de reconstruir toda la actividad y de pagar todas las deudas. Nos reorganizamos con una nueva gestión en el año 2001.

En algunas ocasiones he recibido amenazas. Pero eso le ocurre a cualquiera que se dedique a escribir ese tipo de cosas. Las amenazas llegan inevitablemente. Puede suceder incluso con los textos más “inocentes”. Si se convierten en algo demasiado serio, llamamos a la policía. Por ejemplo, en 1999 dispararon a Kurdo Baksi a través de la ventana, las acciones vandálicas afectaron a los ejemplares impresos y los distribuidores de Expo recibieron varios ataques. Pero no creo que hayamos tenido que llamar a la policía más de tres veces.

He leído historias de detectives toda mi vida. Cuando trabajaba en TT escribía dos columnas al año, en verano y por Navidad. Hice una lista de las cinco mejores novelas negras hasta entonces. Entre las que destaqué estaban Sara Paretsky, Val McDermid, Elizabeth George, Minette Walters. Casi todos los escritores de novela negra que he encontrado destacables son, por extraño que parezca, escritoras. Sé qué tipo de cosas me han sacado de mis casillas en historias de detectives. A menudo tienen que ver con una o dos personas, pero no suelen describir la sociedad que las rodea.

Escribo muy deprisa. Es fácil escribir historias de detectives. Es mucho más difícil escribir un artículo de cinco mil caracteres, en el que todo tiene que ser correcto al ciento por ciento. En Expo no nos podemos equivocar jamás, porque nos mandarían a alguien para que nos agrediese.

Escribir historias de detectives es escribir literatura ligera, puro entretenimiento. En principio no es como escribir propaganda política o literatura clásica. El género negro, ya se sabe, es una de las formas más populares de entretenimiento que existen. Si además intentas decir algo con ello... bueno, yo lo he intentado, por supuesto.

Como murió antes de ver publicadas sus novelas, Stieg Larsson apenas llegó a ser entrevistado hablando de ellas. La única vez que habló como escritor de policiales fue ante el periodista Lasse Winkler, en la revista Svensk Bokhandel, un mes antes de su muerte. Estos son algunos extractos de la entrevista.

¿Una cuarta novela?

En los últimos años de su vida, cuando trabajaba a destajo tanto en Expo como en las novelas de la saga Millenium, Stieg Larsson fumaba mucho, pero estaba en una condición económica tan precaria, que debió pasarse al tabaco de armar para poder mantener el ritmo. Mientras escribía sus libros a toda velocidad, demorándose nueve meses en cada uno de ellos, Larsson le aseguraba a su pareja, Eva Gabrielsson, que su futura seguridad económica recaería en esas novelas. “Las ganancias de los tres primeros libros serán para nosotros, las del cuarto para Expo y las del quinto para las mujeres abusadas”, recuerda Eva que decía su marido. Algo que nunca sucedió, porque como Larsson y ella nunca se casaron oficialmente, a pesar de una convivencia de más de tres décadas, según la ley de sucesión sueca todas las ganancias de las novelas le corresponden a la familia de sangre, que está formada por su padre Erlam y su hermano Joakim. “Nunca nos casamos por razones de seguridad –explica Gabrielsson–. Como Stieg estaba amenazado de muerte, teníamos que ser muy cuidadosos y precavidos, y para que su nombre no apareciese en ningún registro, todas las cuentas estaban a mi nombre. Siempre vivimos así. Y como nunca tuvimos nada, jamás se nos ocurrió hacer algún testamento.” Como la ley sueca, basada en el derecho germánico medieval, privilegia la sangre por encima de todo, a Eva legalmente no le corresponde ni un euro de las ganancias de las novelas de Larsson, lo que se ha convertido en la gran polémica del mundillo literario europeo, dado el gran suceso de Millenium. A fines del año pasado, cuando Kurdo Baksi estuvo en España, se decía que Gabrielsson y la familia de Larsson estaban trabajando en algún tipo de arreglo. Si eso sucede, tal vez aparezca alguna vez la cuarta novela de la saga, o al menos parte de ella, ya que –aunque Gabrielsson lo niega– sus amigos dicen que Stieg había comenzado lentamente a trabajar en ella en su computadora portátil cuando sufrió aquel inesperado ataque al corazón.

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