libros

Domingo, 22 de febrero de 2009

Hemisferios paralelos

Peruano residente en Francia, Ricardo Sumalavia publica su primera novela. Un cruce entre autobiografía literaria y ficción plebeya, entre localismo y cosmopolitismo.

 Por Juan Pablo Bertazza

Que la tierra te sea leve
Ricardo Sumalavia

Bruguera
156 páginas

STTL (Sit tibi terra levis) es uno de los epitafios más transitados y estremecedores desde la antigua Roma. En Que la tierra te sea leve, sin embargo, no hay entierros ni muertos (o los que hay ya lo estaban antes de que empezáramos a leer). Siguiendo con las paradojas, podríamos definir esta novela como un libro de fantasmas sin fantasmas, y más aún, como una primera novela –la del escritor peruano Ricardo Sumalavia, ¡otro! finalista del Premio Herralde y publicada en España– que, acaso, no se diferencie tanto de sus tres volúmenes de cuentos, único género que había trabajado hasta ahora. En todo caso, si descartamos la idea de que esta es una serie de relatos disfrazada de novela, al menos hay que reconocer que se trata de una novela partida al medio: por un lado tenemos la búsqueda que emprende César de su hermano Sebastián en una Lima pintarrajeada con bajos fondos, atmósferas lúgubres, mucho discurso indirecto libre y mucha segunda persona. El hemisferio sedentario del libro, podríamos decir, signado paradójicamente por cierta búsqueda experimental del lenguaje e incluso del motor narrativo que, por momentos, parece una interminable hilera de automóviles remolcados entre sí que no se sabe dónde empieza ni dónde termina. Lo cierto es que lo más logrado de esta parte lo constituye La Gran Casa, un inmueble plagado de habitaciones que fueron dejando vacías abuelos, tíos y primos y de la que buscan apropiarse los hermanos César y Sebastián a partir de un pacto de unión eterna y algunos juegos al borde de lo diabólico. Sin embargo, esta gran idea que recuerda a “Casa tomada” de Cortázar e incluso a la obra de teatro de Boris Vian Los constructores del imperio o El Schmürz, tal vez pierde fuerza porque el extrañamiento que debería generar esa mansión se lo apropian, en realidad, algunos personajes que, por otro lado, tienen algo de cliché, como el propio Sebastián, un enano tan superdotado como lujurioso, y una mujer a la que le molesta ser bella.

La otra historia, el otro hemisferio del libro –y ya el motivo de tapa, a cargo de la artista Evelyn Williams, acerca un poco la metáfora cerebral o, mejor dicho, encefálica–, por el contrario, es geográficamente nómada porque recorre un itinerario que va de Burdeos (Bordeaux) a Corea pasando por Alemania, y mucho más clásico en términos literarios. A partir de congresos y clases universitarias repletos de valijas y malentendidos, un joven escritor con mucho del propio Sumalavia —quien, además de haber sido profesor de la Universidad Católica de Perú, vivió en Corea dando clases de español y actualmente reside en Burdeos— se va enredando en distintos enigmas narrativos que tienen en común, también, la búsqueda de hermanos (ficticios y no tanto), uno de los cuales sería el propio Thomas Bernhard. Por otro lado, esta parte del libro repleta de referencias a distintos escritores como el coreano Yi Munyol, el poeta peruano Martín Adán y el peruanista francés Roland Forgues, recuerda un poco al Roberto Bolaño de Estrella distante por mostrar de manera marginal, muy velada pero íntima, ciertas claves de una generación pujante de escritores peruanos como Patricia de Souza, Iván Thays y Marco García Falcón, algunos de los cuales tienen en común los reconocimientos de Herralde y cierta obsesión por Europa, ya sea por haber viajado, por temática, o por ambas cosas.

Lo cierto es que los dos hemisferios, las dos historias, de la primera novela de Ricardo Sumalavia, no se rozan más que temáticamente. Y, en su unidad, Que la tierra te sea leve deja un extraño sabor de boca: el de un libro bien escrito, una promisoria primera novela con cierta solidez, a la que, sin embargo, parece faltarle una vuelta, un cierre que conecte esos dos hemisferios. Algo que tal vez no tuvo lugar por su breve extensión.

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