Domingo, 22 de febrero de 2009 | Hoy
La filosofía y la divulgación han establecido un buen matrimonio a partir de Más Platón y menos Prozac. Ahora, un volumen recopila a cien filósofos de cara a presentarlos en la escuela para jóvenes lectores.
Por Mariano Dorr
La escuela de los filósofos
Recopilado por Denise Despeyroux
Océano
210 páginas
Habría que preguntarse por qué aparece un libro ilustrado, poblado por láminas y fotografías de filósofos, desde Tales de Mileto (señalado siempre como el primer filósofo propiamente dicho), que dijo alguna vez “todo está lleno de dioses” y trasladó el misterio divino a las cosas mismas, hasta Slavoj Zizek, un nombre que, más bien, en los últimos veinte años, tiende a señalar un profundo disloque en el ejercicio mismo de la filosofía (y un exquisito banquete de lapsus para el psicoanálisis, releído a través del cine de Hollywood). La respuesta a la pregunta está en el título del libro: es la escuela, hoy, un lugar privilegiado para confrontar ideas y pensamientos graves. Que los chicos se familiaricen con los filósofos, con sus caras –como siempre nos han enseñado a familiarizarnos con rostros ligados al poder político y no al pensamiento–, con algunas de sus palabras más controvertidas, es un efecto del impacto que produjo la filosofía desde hace algunos años en los niños y jóvenes. Una enciclopedia de cien filósofos que no intenta discutir visiones del mundo sino, apenas, esbozarlas en dos páginas para cada pensador. Es poco, sí, pero al mismo tiempo, tan escueto como eficiente en su afán por presentar vidas y escritos con el ánimo de despertar la curiosidad del (no necesariamente) joven lector. A fin de cuentas, mucho se ha insistido en ubicar el origen de la filosofía en esa extraña manía nuestra, lamentablemente finita y peligrosa (los gatos lo saben): la curiosidad.
En la introducción, Denise Despeyroux confiesa su debilidad por las nuevas “terapias filosóficas” vinculadas con el autor de Más Platón y menos Prozac, Lou Marinoff, profesor de Filosofía en el City College de New York. Marinoff se hizo mundialmente famoso intentando acercar la filosofía teórica a la práctica, como medio para alcanzar una vida mejor. Pero también, como sucede frecuentemente, el ánimo de “aplicar” los pensamientos a la vida termina convirtiéndose en una pauperización del ejercicio mismo de la filosofía.
Cada una de las entradas ordenadas alfabéticamente cuenta con una breve nota biográfica, una bibliografía recomendada, diez “frases y aforismos” (sin señalar a qué obras pertenecen) y un recuadro aparte con un fragmento de alguna de las obras del filósofo seleccionado. Algunas sentencias: “Cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con éste: que Auschwitz no se repita. Fue la barbarie, contra la que se dirige toda educación” (Adorno); “El hombre no reza para dar a Dios una orientación, sino para orientarse debidamente a sí mismo” (Agustín de Hipona); “La iglesia es reemplazada hoy por la escuela en su papel de aparato ideológico del Estado dominante” (Althusser); “El sol supera en tamaño al Peloponeso” (Anaxágoras); “Las sospechas son entre los pensamientos como los murciélagos entre las aves, siempre echan a volar con el crepúsculo” (Francis Bacon); “Lo porno dice en el fondo: en alguna parte existe un sexo bueno, puesto que yo soy su caricatura” (Jean Baudrillard).
Hay algo de “porno” y de “caricatura”, también, en estas “Inspiraciones esenciales de los 100 pensadores más influyentes de la Historia”. Esta característica superficial y ligera que domina el libro es, al mismo tiempo, la despreocupada diversión de un acercamiento visual a la filosofía.
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