El autor de El canon occidental aplica su poder como polemista y sus dotes de crítico literario para examinar una serie de credos originarios de Estados Unidos.
› Por Alejandro Soifer
La religión americana
Harold Bloom
Taurus
288 páginas
A Harold Bloom lo conocemos como crítico literario, como admirador de Shakespeare, como ensayista genial y polémico y ahora también habrá que conocerlo como “Crítico de la Religión”, tal el título que se adjudica a sí mismo en La religión americana. En este ensayo de 1991 reeditado en 2006 y recién ahora traducido al español, el académico se dedica a desmenuzar los fundamentos y creencias de las principales Iglesias protestantes de los Estados Unidos y su relación con lo que llama “Religión Americana” como un conjunto de creencias y comportamientos específicos de su país.
Intentando trascender los detalles anecdóticos de estos credos (que si de algo pueden presumir es de las increíbles historias de su conformación y desarrollo), Bloom se centra en el núcleo duro de dogmas y teología, elevándose por momentos a un nivel que requiere del lector ciertos conocimientos previos para poder comprender la extraordinaria riqueza de creencias que conforman estas religiones.
El autor coloca como pilares de esta llamada “Religión Americana” al Mormonismo (como la religión del Medio Oeste) y el Baptismo Sureño, antagónicas y complementarias, y cada una de ellas se lleva las mayores admiraciones de un Bloom que no deja de reconocerse ajeno en parte (por su condición de judío e intelectual) y al mismo tiempo maravillado. No oculta, por ejemplo, su fascinación por la figura histórica del excéntrico Joseph Smith Jr., fundador y principal predicador del Mormonismo, a quien se atreve a comparar con los poetas nacionales Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman así como con Abraham Lincoln.
Por el otro lado, el Baptismo Sureño es presentado como la organización religiosa de los Confederados del Sur, que perdieron la guerra civil estadounidense y en esa caracterización, el intelectual no dejará de escandalizarse con las vertientes fundamentalistas y “enemigas del lenguaje” que actualmente ostentan el mayor poder en la organización interna de esta religión.
Tanto el Mormonismo como el Baptismo Sureño son entendidas por Bloom como religiones verdaderamente bíblicas, en contraposición con el Judaísmo y el Cristianismo, que se basarían en interpretaciones de sabios a los libros sagrados y por esto mismo, serían características propias del sentir nacional estadounidense: formas originales y plenamente norteamericanas de entender la religión.
Si bien Bloom descarta entrometerse en los detalles menores y anecdóticos, su verba de ensayista pasional lo supera y son varios los pasajes en los que su subjetividad se cuela dándole vida a un texto que de otro modo sería una colección de conceptos arduos. En ese sentido el libro se deja llevar por las emociones; el autor discute, argumenta, se enoja y admira.
Su desprecio por ciertas religiones (el Cristianismo Científico o el Adventismo del Séptimo Día) es bastante notorio cuando el propio crítico se declara incapaz de terminar de leer los libros fundamentales de estas religiones o cuando refiere con sorna que el discípulo de la fundadora del Adventismo del Séptimo Día fue John Harvey Kellogg, creador del famoso cereal Corn Flakes, dato curioso teniendo en cuenta que esta religión prioriza el cuidado del cuerpo y que, según Bloom, “se trata de una Religión Americana de salud, cruzada con un sueño posapocalíptico de un fin de los tiempos que nunca será”.
A los Testigos de Jehová les dedica un corto capítulo en el cual realiza un paseo al ras sobre la creencia de esta secta (como la define) que considera contraria en todo a la Religión Americana, teniendo en cuenta que es una religión que odia lo estadounidense y espera con ansias el Armaggedon para que todo termine y ellos puedan ubicarse en el trono al lado de su terrible Jehová.
Pero los mayores dardos los reserva para las religiones New Age, con base en California. No sólo se declara incapaz de entender un solo libro “sagrado” de la Nueva Era sino que asegura con malicia: “La crítica religiosa no puede aplicarse a la cienciología, ni a la Iglesia de Unificación Moon, de igual manera que la crítica literaria no elige textos de Alice Walker o Danielle Steel para comentar. La Nueva Era es un caso límite, al igual que Allen Ginsberg o John Updike”. Y su labor de crítico literario vuelve a colarse una vez más.
El libro, originalmente publicado en 1991, demuestra estar un tanto fechado, en especial con las constantes referencias al “Qué sucederá con el advenimiento del año 2000” y la presente edición sólo incluye una “Poscoda” del 2006 donde el autor reconoce no haber revisado ni modificado ningún capítulo, lo que resulta una lástima porque es claro que el autor habría tenido mucho material nuevo sobre el que reflexionar.
Por último, en cuanto a la edición, se hace extrañar un índice temático y de nombres, ya que con tantos personajes históricos y conceptos habrían servido para una mejor lectura. Pero a no alarmarse por tan poca cosa, que tampoco es el fin de los tiempos. Al menos por ahora.
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