A su muerte, en 2005, Guillermo Cabrera Infante dejó apuntes y prólogo de una novela inédita que ahora se publica en forma póstuma. La ninfa inconstante viene a completar entonces una trilogía de La Habana junto a Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. Un ejercicio de nostalgia, pero sobre todo un reencuentro con el estilo irrepetible del autor.
› Por Luciano Piazza
La ninfa inconstante
Guillermo Cabrera Infante
Galaxia Gutemberg
198 páginas
Es posible que alguien haya tenido la confusión de conocer a Guillermo Cabrera Infante por el guión de The Lost City (En nombre del odio), el film de Andy García. Si bien es preciso conocer a Cabrera Infante por La Habana, a través del cine y de una ciudad perdida, esa ciudad que armó Andy García no es La Habana que él intentó revivir durante toda su vida como exiliado, y ese escritor que representa Bill Murray definitivamente no es Cabrera Infante. Cabrera Infante sí escribió el guión, pero la ciudad que perdió y que se empecinó en reconstruir es más conocida por Tres tristes tigres y por La Habana para un infante difunto, y que ahora revive con su novela póstuma La ninfa inconstante.
Cabrera Infante vuelve a recuperar La Habana que conoció previa a la revolución. Oriundo de Gíbara, provincia de Oriente (región en la que nacieron Fulgencio Batista y Fidel Castro) desde 1941 vivió en La Habana, y desde 1952 se convirtió en G. Caín, porque los censores de Batista prohibieron que publicara con su nombre un cuento que contenía “obscenidades”. Con ese seudónimo se convirtió en crítico de cine de la revista Carteles a mediados de los ‘50, época en que vivió con mayor intensidad la noche y la bohemia habaneras. Y fue precisamente un retrato de las formas de diversión de un grupo de habaneros durante un día de finales de 1960, un corto que realizó con su hermano, lo que generó el cortocircuito con la revolución. Aunque Cabrera Infante era el director del Consejo Nacional de Cultu-ra, ejecutivo del Instituto del Cine y subdirector del diario Revolución, su exilio ya estaba signado por la desaparición de La Habana tal como él la había conocido.
Una vez asentado en Londres, en compañía de la mujer que lo acompañaría toda su vida, Miriam Gómez, empezó a revivir el amor con su amada difunta. El primer romance fue en 1968 cuando publicó Tres tristes tigres y el segundo en 1979 con La Habana para un infante difunto. En 2005, al morir, dejó, entre otros escritos, los retazos de esta novela y su correspondiente prólogo. Allí aclaró la forma como ocupó sus últimos años de escritura, que bien podrían sintetizar una intención de su proyecto novelístico: “Lo que necesito es una máquina del tiempo para vivirlo de nuevo”. Muerta la bohemia de La Habana prerrevolucionaria, desaparecido el lenguaje del intelectual cubano pre-Castro, Cabrera Infante no quiere resucitarlo sino recordarlo una vez más. La ninfa inconstante es una excusa para darse a la fuga con un romance con Estelita, una chica de dieciséis años con la que deambula por las tardes y noches de La Habana.
El retruécano, o el juego de palabras, es la figura retórica que más identifica a la prosa de Cabrera Infante. En la novela póstuma, el diálogo amoroso es una constante comunicación frustrada entre el crítico de cine, que se deleita torciendo la lengua hacia el humor, hacia el juego de citas y palabras que no provoca más que sonrisas y confusión en la joven cortejada. “El amor no es más que una coincidencia fatal: estar en un lugar adecuado en un tiempo torpe, inadecuado y totalmente inhóspito. El amor es un efecto sin causa.” Y si bien el erotismo está insinuado en ese romance que quiere revivir, no se consuma más que a medias en la persecución de la ninfa. “De Lolita nada”, dijo Miriam Gómez. “No hay pedofilia. En Cuba, una muchacha de 16 años es una mujer completa.” Por suerte lo aclaró, dado que es notable que hablara de una “mujer completa”, teniendo en cuenta que gran parte del atractivo de Estelita es que sea inconstante, que se preste para la persecución.
Sus ejercicios y experimentos se pueden contrastar en su bibliografía. Aunque sea muy difícil encontrar sus obras, y se espera la edición de sus obras completas, existe una excelente compilación de sus textos titulada Infantería (FCE), seleccionada y comentada por Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí. Desde 1976 Cabrera Infante ya había prefigurado el destino de su narrativa. En una entrevista realizada por Joaquín Soler Serrano para la TVE en ese año, confesaba: “Cada libro debe tener su lenguaje. He tratado de que mis libros diferentes sean escritos de forma diferente. Yo creo que mañana mi literatura estará compuesta de nostalgia”.
Esta ninfa póstuma de Cabrera Infante está perseguida por un impulso nostálgico, y en eso no difiere del resto de las obras en que se propuso recrear La Habana perdida. En cambio, sí es notable la transformación en el espesor de su lenguaje, que en los ‘70 le permitía evitar el formato de una novela. La ninfa... no deja de ser “una novela de Cabrera Infante” en ningún momento.
Este reencuentro con su obra es también nostálgico con respecto a un autor que lograba desvanecer la categoría misma de autor, generando una narrativa anónima, colaborativa y popular. Aunque lejos de ser un viejo profesor que en el afán didáctico reitera sus chistes, su humor está impecablemente restaurado en su narrativa lúdica.
En el juego permanente de su estilo es donde se lo vuelve a ver a Cabrera Infante con más nitidez.
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