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Debió renunciar a sus cargos universitarios después del golpe del ’55. Comenzó así un largo ciclo de silenciamiento del filósofo Luis Juan Guerrero, un discípulo de Heidegger y amigo de Carlos Astrada. Fue autor de un ambicioso tratado de estética, obra de la que ahora se publica el primero de tres volúmenes.
› Por Mariano Dorr
Estética operatoria en sus tres dimensiones
Luis Juan Guerrero
Las Cuarenta - Biblioteca Nacional
568 páginas
Este imponente primer volumen del tratado de estética (Revelación y acogimiento de la obra de arte. Estética de las manifestaciones artísticas, cuyo segundo volumen fue Creación y ejecución de la obra de arte. Estética de las potencias artísticas, y el tercero, publicado en 1967, a diez años de su muerte, Promoción y requerimiento de la obra de arte) viene a sacar definitivamente del olvido a un filósofo argentino que, tras el golpe de Estado del ‘55, se vio forzado a renunciar a los cargos de profesor de Estética y de director del Instituto de Estética de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. El estudio preliminar de Ricardo Ibarlucía (“Luis Juan Guerrero, el filósofo ignorado”) ubica al autor en sus circunstancias, reconstruyendo la memoria a partir de cartas, revistas y otros materiales dispersos, haciendo hincapié en la figura de Guerrero como un profesional de exquisita formación académica: “Editor, traductor, germanista, docente de Etica y Psicología, precursor de los estudios de historia de las ideas filosóficas argentinas y filósofo del arte”. Guerrero tuvo una vida agitada. Nació en 1899, a los dieciséis años “se embarcó como lavaplatos hacia Estados Unidos”. Estuvo en Pensilvania y Michigan, con la idea de estudiar ciencias naturales, pero leyó a Kropotkin y participó en manifestaciones callejeras contra la intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial. Y –cuenta Ibarlucía– celebró el triunfo de la Revolución Bolchevique para regresar a la Argentina al año siguiente e iniciar sus actividades como anarquista y editor. La filosofía llegó en su viaje a la Alemania del ‘23; al año siguiente asistió a un seminario de Martín Heidegger (entre sus compañeros estaban Hans-Georg Gadamer, Karl Löwith y Hannah Arendt) y quedó fascinado. En una carta a Carlos Astrada escribió de Heidegger que, en aquellos años “nadie creía que esa personilla insignificante fuera el nuevo jefe de la Escuela de Marburgo. Pero así como otros podrán contar a sus nietos que pelearon en las trincheras desde el primero hasta el último instante, así también yo podré –con los ojos llenos de lágrimas– contar a mi tataranieto (que será por aquel entonces profesor de Crítica neo-heideggeriana en la Universidad de Tierra del Fuego) que he asistido –lleno de unción, de reverencia, de devoción– al nacimiento y desarrollo de la más brillante constelación del firmamento filosófico contemporáneo. (¡Agarrate, Catalina!)”.
Lo que sorprende en la Estética operatoria en sus tres dimensiones es la claridad para exponer la problemática estética en el siglo XX, aun cuando sus interpretaciones se encuentren fuertemente influenciadas por la difícil recepción de Heidegger: “Por primera vez en la historia, el arte se muestra hoy como tal: se des-cubre, es decir, se desnuda de todas sus vestiduras sagradas o profanas, realistas o imaginarias”. Y con vocabulario fenomenológico, escribe que el arte moderno –desde Vermeer, contemporáneo de Descartes– “en tanto abandona todo lo que no era suyo, se reduce a sí mismo, se empobrece de mundo, dioses y sueños, pero en esa pobreza nos habla el idioma de su recóndita verdad”.
Obra rica, ambiciosa, importante desde donde se la mire, la reedición de este tratado implica una recuperación de Luis Juan Guerrero en la historia de la filosofía argentina –ya inaugurada con Pensamiento de los confines, Nº 11, en 2002, y El río sin orillas Nº 1, revista que dedicó un artículo a la publicación de dos trabajos de Guerrero en 2007. La Estética operatoria... de Guerrero se abre, corriendo el telón (des-cubriéndose), como un espectáculo cuyos 40.000 años de historia –desde el arte parietal paleolítico hasta Pablo Picasso y Oliverio Girondo– se presentan como una “expansión esplendorosa de las manifestaciones artísticas”.
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