Domingo, 17 de mayo de 2009 | Hoy
Por Fernando Bogado
Asuntos propios
José Morella
Anagrama
176 páginas
La guerra es un asunto de traducciones. Muchas batallas se libran fuera de las trincheras para pasar a otro nivel: el del discurso, armamento que va desde los términos secretos cuyo significado sólo conocen los soldados del mismo bando hasta los “extranjerismos” que un contrincante se apropia del otro para mofarse en discursos públicos alentadores de masas. En Asuntos propios, de José Morella, la traducción parece plantearse como un tema menor, anecdótico, de una novela que presenta en sus primeras páginas una historia de amor entre Roberto, un septuagenario traductor jubilado, y Jacinta, una empleada doméstica africana de cincuenta años que ha visto su vida marcada por el trato que el mundo europeo (particularmente, el español) tiene con los extranjeros. Pero la guerra, como siempre, anula cualquier panorama esperanzador, operando en silencio, hasta que nos vemos abruptamente inmersos en su juego de maliciosas palabras.
Introduzcamos al tercer factor, el de la discordia: Isabel, la hija de Roberto y casi de la misma edad de Jacinta, se entera pronto de la relación que su padre mantiene con la persona que ella misma sugirió reemplazase a Dolores, portera del edificio donde vive el traductor y ocasional empleada, quien debe abandonar sus quehaceres forzosamente. Enojada, sospechando que Jacinta se quiere aprovechar de un viejo ilusionado por un amor fingido (¿quién puede enamorarse de un anciano que ya no puede valerse por sí mismo?), aprovecha una fractura en el tobillo de su padre para llevárselo engañado a su casa y retenerlo en contra de su voluntad durante varios días. Jacinta, por su parte, busca desesperada a su “bebé” (infaltable bautismo meloso de cualquier pareja) mientras padece el calvario de una inmigrante soportando las miradas maliciosas de los locales.
Empieza la guerra: Roberto evita aceptar el hecho de que su hija le ha quitado su billetera, las llaves de su casa y el celular mientras estaba distraído, o que todas las mañanas deja cerrada con llave la puerta del departamento donde ella vive. A medida que pasan las páginas, las situaciones tensas comienzan a aflorar y lo que parecía un simple conflicto de una tarde se convierte en una guerra abierta. Esta situación, a su vez, sirve como motivo para que Roberto el gran protagonista del texto revise su vida, la relación distante con una hija que ahora desconoce, y el amor, el eterno amor que le debe tanto a la traducción como a su reciente novia.
Morella (quien cuenta con una novela anterior, La fatiga del vampiro, 2004) logra proponer una historia firme que de una manera muy sutil introduce complejos temas de índole teórica. La traducción, las reglas dichas y supuestas, la envidia como condición del hombre contemporáneo, la vergüenza surgen como tópicos constantes de una obra que no se pierde en forzadas incrustaciones cuasifilosóficas. Lo que podrían tomarse como complejas y no tanto metáforas de profundos conflictos humanos adquieren independencia para convertirse en acciones con cuerpo propio, desprendidas de toda lógica de crítica velada. Humilde en su proposición, pero a la vez sumamente certera, Asuntos propios gana por el lado del cuidadoso manejo de escasos elementos y del ahondar en una situación de aparente cotidianidad que va convirtiéndose en un terrible padecimiento. La vida de un apasionado traductor, pareciera decirnos la novela de una manera un tanto paradójica, se resume en el momento en que debe enfrentarse a la incapacidad de traducir sentimientos en palabras o acciones y en las bélicas consecuencias que en algún momento no sabemos cómo, no sabemos cuándo se sufren ante tal negligencia. Verdad dura, sí, pero en alguna medida presente en el relato: la traducción es, siempre, un asunto de guerra.
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