Domingo, 17 de mayo de 2009 | Hoy
RESCATES
Clásicos esquivos, siempre al borde del olvido, persistentemente marginales, Alias Gardelito y Kid Ñandubay, dos novelas cortas de Bernardo Kordon, vuelven al ruedo a siete años de la muerte del autor.
Por Damian Huergo
Alias Gardelito- Kid Ñandubay
Bernardo Kordon
Mil Botellas
175 páginas
Hay tres hombres para tres papeles. El primero representa a un cantor de tangos, el segundo a un boxeador y el tercero a un escritor porteño. Los tres son marginales y viajeros. Ninguno puede seguir el libreto a rajatabla. El guión está lleno de agujeros por donde se cuela la historia de cada hombre, que interfiere con el papel que eligió representar. Sin embargo, los tres hombres siguen avanzando con la mirada hacia arriba y el cuerpo erguido, como si estuviesen haciendo equilibrio sobre una cuerda tensada. El cantor de tangos y el boxeador se llaman, respectivamente, Toribio Torres “Alias Gardelito” y Jacobo Berstein apodado Kid Ñandubay; ambos son los personajes principales que emprenden el camino del antihéroe en las dos novelas cortas del tercer hombre, el “escritor porteño”, Bernardo Kordon. Desde su primer libro (La Vuelta de Rocha) publicado cuando sólo tenía 21 años, hizo del lenguaje de los cafés, pensiones, fondas y milongas de Buenos Aires su único territorio firme.
A diferencia de Nicolás Olivari y de otros contemporáneos, Kordon no se maravilló por el cine de Hollywood ni por el modelo de mujer que exportaba sino que apuntó la mirada hacia la Europa del cine de Rossellini, de Visconti, a la Europa de posguerra, del hombre solo, que avanza sobre un territorio devastado y un futuro a construir. En su obra las marcas del neorrealismo –no solo el de la pantalla, sino también la literatura de Pavese y Vittorini– se ven en la fragmentación del espacio y el tiempo, y en especial en la elección de las historias del hombre común que le interesa contar.
En Alias Gardelito (1956) el joven Toribio Torres llega a Buenos Aires dejando atrás Tucumán, para cumplir su sueño de ser cantor de tangos. Pronto comprende que en la ciudad hay otro sistema moral; la voz paterna que dice lo que está bien y lo que está mal se diluye ante la racionalidad del dinero. Toribio, que vive con sus tíos, analiza dos opciones: transformarse en un hombre como su tío que anda de changa en changa o salir a la calle para aprovecharse de esa “especie de gente que no sólo acepta, sino que necesita del engaño, y paga por eso”. Toribio elige la calle, mientras sigue soñando con interpretar el papel del cantor de tangos hasta el suspiro final. En Kid Ñandubay (1971) Jacobo Berstein hace el camino inverso: viaja del centro a la periferia para ser campeón de boxeo. Recorre las provincias del litoral boxeando en cuadriláteros de poca monta, aunque los vive como si estuviese en el Luna Park.
Los hombres de Kordon, como los de Arlt, rompen con la norma realista del fuerte humillando al débil. En ellos la humillación y el engaño se dan entre pares, de un modo horizontal. Por ejemplo, Toribio Torres no duda en escaparse con el traje de un amigo para probar suerte como cantante de tango, ni tiene escrúpulos en robarle un reloj bañado en oro a la prostituta que le da sexo y comida en la pensión de donde escapó sin pagar. Pedro Lipcovich dijo que el engaño es uno de los hilos narrativos que cruza su obra; empero ese engaño minúsculo, pícaro, contado con la gracia del resignado, Kordon lo justifica por su correlato político: el engaño es la estrategia del hombre moderno, el modo de subsistir para escapar de la enajenación del sistema capitalista. “Una ferretería no es lugar para un boxeador”, dice Jacobo Berstein; “yo soy artista”, dice Toribio Torres al ver la pila de platos para lavar que tiene el peón que trabaja en el restaurante de la pensión.
Como muchos escritores de izquierda de la Argentina, Kordon quedó encajonado con el sello del realismo crítico. Sin embargo en su amplia obra hay perlas borgeanas como Estación Terminal; cuentos fantásticos como Un viejo camión de guerra (incluido en la Antología del cuento extraño de Rodolfo Walsh) y ensayos sobre la cultura oriental (una de sus grandes pasiones fue China y su Revolución, y pudo en uno de sus viajes entrevistar a Mao Tse-tung); la negritud, el tango y la literatura de países vecinos.
A lo largo del siglo veinte Kordon marcó la hoja de ruta de una tradición literaria –Viñas, Soriano, Briante, Sasturain, Saccomanno, Gandolfo, Olguín– que apostó y apuesta a la literatura como una herramienta para leer lo cultural e intervenir en la sociedad. Su “literatura nómade” circuló durante años entre los lectores como un secreto; es para celebrar que a siete años de su fallecimiento en la tierra de su último amor –la chilena Marina– siga abriendo caminos a nuevos lectores y narradores.
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