Domingo, 31 de mayo de 2009 | Hoy
Richard Sennett es uno de los sociólogos más originales en sus enfoques y elecciones temáticas. El universo del trabajo y el de los artesanos en particular ocupan el primer volumen de una trilogía que promete dedicarse a la técnica entendida como asunto cultural de la humanidad.
Por Gabriel Lerman
El artesano
Richard Sennett
416 páginas
Anagrama
Trabajás, te cansás, ¿qué ganás?”, decía Minguito Tinguitela, en una suerte de cita corta de aquel hombre de la camiseta calada de Roberto Arlt, un filósofo de zaguán, de mate en mano, de tomar la fresca en la puerta mientras se otea la calle. Esa imagen del trabajo como sacrificio en vano, como cosa para otarios, recorre el imaginario social. En muchos casos como fervor resistente a la productividad capitalista, en otros como simple justificación del vago. Más allá aparece la figura de Bartleby, de una manera doble: como figura prekafkiana donde se disuelve interminablemente el yo, y como el que, ungido en la indeterminación, elude la acción. Las dificultades para pensar el trabajo no siempre provienen de la falta de trabajo sino muchas veces de los problemas que el trabajo provoca. Problema social por excelencia, el trabajo ha sido uno de los grandes temas de la modernidad capitalista y la Ilustración. La configuración de la jornada de trabajo, la explotación intensiva de mano de obra, las migraciones resultantes como consecuencia de la división del trabajo. Pero también el trabajo ha sido, desde mucho más atrás, la relación con el obrar. Es decir, con la construcción de una obra. Y el artesano es el arquetipo más sugestivo al momento de pensar el trabajo como relación social con materiales, con insumos y con visiones del mundo, con valores, resultados y logros. El artesano como trabajador eximido del trabajo alienado: como un hombre que conoce y vive el proceso de producción prácticamente de comienzo a fin, sin sufrir la extirpación de su granito de arena, de la parte que le toca.
Richard Sennett, profesor de sociología de la New York University y la London School of Economics, autor de libros originales e interesantes como El declive del hombre público, Carne y piedra y La corrosión del carácter, presenta ahora una trilogía de estudios sobre “cultura material”, que lo vuelven a colocar en una zona de interpelación lejana tanto del fatalismo abismal que observa la deshumanización a cada paso, como de la celebración absurda de los llamados nuevos roles laborales o la economía creativa de la modernidad tardía. El artesano es el primer libro de esta serie que publica Anagrama en su colección Argumentos, la cual se completará con Guerreros y sacerdotes y con El extranjero. “Los tres libros –dice Sennett– atañen a la cuestión de la técnica, pero entendida más como asunto cultural que como procedimiento irreflexivo.” El primero sobre el trabajo, el segundo sobre la dimensión física y logística de los rituales religiosos, y el último sobre la relación actual del hombre con la tierra y el medio ambiente, no para idealizar un mundo verde sino para implicarse en una crítica radical de la utilización de los recursos naturales.
Hacer es pensar, dice Sennett. No hay una separación ontológica entre la acción pura y la reflexión como abstracción. También la acción, la elección de materiales, el tallado, la urdimbre y la cocción están plagados de procedimientos mentales. De un ir y venir intelectual.
El sociólogo norteamericano polemiza con Hannah Arendt, a quien señala como su maestra, por la oposición que ésta realiza entre el animal laborans y el homo faber. Según esta distinción, el primero encarna la bestia de carga sometida al yugo, el siervo condenado a la rutina. Y el segundo, en cambio, son los hombres y las mujeres liberados del trabajo que practican la vida en común, que se piensan emancipados del sacrificio autorreproductor. Según esta visión, el trabajador está privado de ejercer su juicio, y menos su libertad. Está absorto en la amoralidad. Como ironía siniestra, allí está la frase en la entrada de Auschwitz: “El trabajo os hará libres”. Sin embargo, para Sennett, en el proceso de producción el pensar y el sentir están integrados. El hombre que hace piensa, y piensa porque hace.
Señala que es necesario un materialismo cultural que devuelva tanto a la definición de materia como de cultura una preocupación por la cosas y los procesos en sí mismos. La gente puede aprender de sí misma a través de las cosas que produce. Por otra parte, en el hacer, pero más aún en la herencia de un hacer anterior, de otros, que se transmite, también hay un cúmulo de sabiduría, de operaciones complejas. Contra la idea de una superioridad del homo faber, Sennett guarda esperanza en el hombre que trabaja. Una idea de trabajo y de trabajador que rescate formas alternativas de producción que, lejos de pensarse como perimidas o desechadas, apuesten a una idea superadora de integridad y austeridad. En tal sentido, el artesano es el ejemplo por excelencia: desde los antiguos alfareros o sopladores de vidrios, como el luthier o el intérprete musical, el cocinero o el diseñador web, los padres que educan a un hijo. Actores y prácticas que implican un conocimiento tácito, habilidades que se transmiten a través de la interacción social. Un saber del cuerpo del que no se tiene plena conciencia. Además, la motivación del artesano puede ser más importante que el talento: hacer las cosas bien por la simple satisfacción de conseguir ese objetivo.
El hombre como creador de sí mismo, una promesa de la Ilustración, reaparece aquí como posibilidad de placer y satisfacción. El taller, las herramientas, la planificación, las máquinas, la conciencia material, las manos, la habilidad, la calidad, la filosofía, son los temas y el vocabulario que Sennett invoca para redefinir la relación entre el hacer y el pensar. Un pragmatismo social que reclama, antes que nada, una reivindicación del trabajo en sí mismo y no su reemplazo, sustitución o destrucción. Como si sobrara.
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