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Domingo, 7 de junio de 2009

Conversando con Magris

Utopía, locura y búsqueda de diálogo en la obra de un racionalista con fe en la humanidad.

 Por Mariano Dorr

El libro (que en 2007 obtuvo el Premio ViareggioTobino) lleva por subtítulo Etica, política, laicidad; el modo en que Magris aborda estas temáticas hace que vuelva a tener un poderoso sentido la defensa del diálogo como una lucha “por las ideas de uno, pero estando dispuestos, en principio, a dejarse convencer” por el otro, si sus tesis resultan lógicamente más fundadas y humanamente más auténticas. ¿En qué piensa Magris cuando escribe “lógicamente” y “humanamente”? Esto es lo más interesante: Tomás Moro (autor de Utopía), Erasmo de Rotterdam (autor de Elogio de la locura) y Thomas Mann (sobre todo el de Consideraciones de un impolítico), donde la política y la razón se aplican rigurosamente pero a desgano, como “alguien que siente mayor afición por un día de playa que por una asamblea o por la crónica política y que desearía vivir en un mundo en el que la moral y la política fueran como la buena salud, algo en lo que –justamente cuando es buena– no se piensa demasiado, porque cuando nuestros órganos funcionan no nos damos cuenta de que los tenemos”. Pero, evidentemente, hoy nos damos cuenta del vacío ético y la necesidad de una articulación política que conduzca a nuevas formas de profundización democrática. La idea es que no hay nada como un día de verano, el olor de los pinos cerca del mar, el ruido de las olas rompiendo y el movimiento de las copas de los árboles, pero, para que todo esto pueda ser disfrutado por todos, primero tendremos que ponernos de acuerdo, y no tenemos nada mejor –para lograrlo– que el diálogo y la racionalidad.

“No nos queda más que seguir siendo ilustrados, ajenos a toda retórica del progreso, irónicos, humildes, fieles empedernidos de la fe en la razón, en la libertad y la posibilidad de incidir, modestamente desde luego, en el curso del mundo y de trabajar por un progreso real de la humanidad”, escribe Magris en el primero de los cincuenta artículos (la mayoría publicados en el Corriere della sera) que componen La historia no ha terminado. La laicidad constituye la clave desde donde Magris piensa el ejercicio de su humanismo: “Laicidad significa tolerancia, duda también respecto a las propias certezas, autoironía, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros, igualmente respetables”. Ser laico, para Magris, no tiene nada que ver con el abandono de la religiosidad (aunque hoy se lo entienda de este modo y se lo ligue únicamente al debate de la educación pública) sino con la capacidad de abrazar una idea sin someterse a ella: “El respeto laico de la razón no está garantizado ni por la fe ni por su rechazo; muchos de los que se ríen de la religión creen groseramente en las supersticiones más irracionales”. El artículo del Corriere... correspondiente al 26 de enero de 2006 se titula Las madres de la Plaza de Mayo o el elogio de la locura, donde Hebe de Bonafini aparece junto a Erasmo de Rotterdam. Las madres de la Plaza “constituyen un ejemplo extraordinario no sólo de valor, humanidad y libertad, sino también de enorme y racional realismo político (...). El ejemplo de una locura que es clara, intrépida y amorosa inteligencia de las cosas, puesta al servicio de lo universal humano”. Escritos de una lucidez apabullante, el autor de Microcosmos y El Danubio ofrece ahora sus artículos (y una maravillosa introducción, Cómo decir la verdad, a un libro sobre la comunicación con el enfermo de cáncer –su esposa, la escritora Marisa Madieri, murió después de cinco años de tratamiento–) reunidos como una contribución al pensamiento universalista.

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