Domingo, 7 de junio de 2009 | Hoy
Un operador político metido en una trama frenética que, paradójicamente, lo deja al borde de la autenticidad.
Por Sergio Kisielewsky
Si la política es la guerra por otros medios bien puede leerse esta novela como la puesta a punto de un paisaje después de la batalla (o de varias). O mejor dicho de varios escenarios a la vez. César Ferri es un vocero del gobernador provincial de turno que disputa con el presidente de la Nación sus ambiciones de poder (cualquier parecido con la realidad debe obviarse). Emprende una huida a su pueblo natal forzado por el clima de conspiración en la cúpula que gobierna una provincia imaginaria. En el trayecto encuentra importantes razones para poner en tela de juicio su paso por la función pública. Una en especial, de peso: una mujer joven de ojos grises, una mezcla de icono sexual e intelectual en ciernes. También da con su primer amor al mismo tiempo que recorre el paisaje que huele a mica con la cadena de montañas como escenografía de fondo. En ese contexto Ferri es un bólido lanzado a la ruta, enviado a su suerte como un espiral de fuego a punto de estallar. Ocurre, por supuesto, lo imprevisto y es allí donde la escritura encuentra su propio destino. Un hombre triturado por el juego de las apariencias y el marketing de lo que debe ser correcto en el mundillo de las luces de neón, deja paso al escritor en su apuesta para que en la carretera se viva la más valiosa de las aventuras. El camino está allí para elegir a dónde llegar y el horizonte no termina, se construye. Jorge Cuadrado acelera y frena –a veces con demasiada frialdad en el trabajo con el lenguaje– cuando debe. Si descubrir un mundo es propiedad de un texto de largo aliento, el encuentro con su tía Adela en un espacio cerrado e íntimo resulta ser la clave para encontrar los puntos fuertes en el entramado de la historia. La madre ya senil, el hijo huyendo son modos de nombrar lo necesario, escarbando y seleccionando las piezas preciosas del álbum familiar en extinción. Las voces de Alicia e Isabel ofrecen un retrato de la vida en el interior del país donde todo se juega a suerte y verdad. “Alguien le demanda mayor compromiso emocional”, y el escritor hace su apuesta.
La opinión pública en manos de los grandes medios de desinformación, la competencia con los mismos compañeros que sostienen al candidato y por fin el engaño, la simulación de un accidente para encumbrarse en lo más alto de la visión del público, que se toma por imberbe, inmaduro e insípido. Cuadrado no deja títere con cabeza, empezando por Ferri. Mientras tanto, exhibe una jungla de lucha de intereses en cadena donde cada personaje encuentra su disfraz.
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