Dom 18.10.2009
libros

Un mundo perdido

Un ex estudiante de Humanidades y dos emigrados rusos van descubriendo poco a poco que en el mundo sobra información inútil y falta literatura.

› Por Alejandro Soifer

Los amigos soviéticos
Juan Terranova

Mondadori
208 páginas

En su novela El caníbal (2002), Juan Terranova planteaba una narración basada en el procesamiento de materiales periodísticos de prensa gráfica y masiva; así, una serie de noticias “raras” aparecidas en los diarios eran la base alrededor de la cual se alzaba un relato en forma de collage pop.

Ahora, Los amigos soviéticos reactualiza y refina ese procedimiento literario apoyándose en la explosión de la Web 2.0 o Internet colaborativa en la que usuarios y navegantes son constructores de contenidos e informaciones. Unos pocos y casi anónimos personajes, delineados superficialmente, conducen un relato que se sustenta en la apropiación de discursos ajenos. El narrador, un presumible treintañero y ex estudiante de humanidades que entabla amistad con dos inmigrantes rusos que llegaron a la Argentina luego de la caída del Muro de Berlín, la ex mujer del narrador (tan sólo una voz en el teléfono), una amante ocasional y algunos personajes secundarios (el mozo de un bar de la zona de Plaza de Mayo, el mozo de un restaurante chino) son los que con su languidez y desencanto se desplazan en línea recta, partiendo de nada y yendo hacia otra nada.

En ese desplazamiento sin sobresaltos que retoma una tradición minimalista de escuela norteamericana, se cuelan por medio del pastiche discursos ajenos, menores y referencias del cúmulo de saber popular que instituyó en Wikipedia su mayor fuente de emanación.

Terranova supera la instancia de copia de procedimientos de una literatura extranjera para instalarse en el campo de una pregunta que resuena en la actualidad: ¿cómo politizar la literatura en una época post-ideológica?

Los amigos soviéticos delinea entonces un espacio de reflejo de esa literatura enmarcada por el predominio de historias sencillas y la apropiación de la cultura pop, pero embebida en nuestra experiencia nacional, haciendo dialogar las dos tradiciones.

En lo que se lee en los diarios o en un cyber de la avenida Rivadavia, en la Wikipedia o en los blogs, se instalan las historias ajenas que se van encastrando en un monólogo reflexivo del narrador y las escenas que protagonizan los personajes en segundo plano.

Por otro lado, el escenario de la experiencia y posterior derrumbe soviético aparece como un espacio de construcción estatal de un “realismo mágico” latinoamericano, pero destilado por la razón instrumental y el infierno blanco de Siberia; como una especie de visión de una posible ucronía argentina en la que en 1955 no se hubiera derrocado al gobierno popular. Las analogías terminan siendo brutales: por ejemplo, mientras que un personaje argentino se vanagloria de haber salido con la ganadora de un famoso y vulgar concurso de belleza anual en las playas de Mar del Plata, un ruso hace lo suyo rememorando que salió con una gran gimnasta soviética. Llegan a la misma conclusión: pese a la promesa, “el sexo no era gran cosa”. Asimismo, el marco de la novela, que ubica el relato en el clima opresivo y asfixiante que se vivía en las calles durante el lockout del campo en 2008, también la lleva a ser pensada en correlación con el clima de algunos de los aspectos más normalizadores y grises de la experiencia soviética.

El efecto de realidad logrado a partir del énfasis en lo intrascendente, la oralidad explotada a la par de los menores discursos escritos ya señalados, la urbanidad de una novela que vuelve una y otra vez a los espacios del barrio como instancia que se resiste a ser perdida, todo eso se conjuga para intentar encontrar una forma de escribir el pop que educó a los que fueron adolescentes en los ‘90.

La pregunta condensadora que abre el libro, la que intenta establecer qué es lo post-soviético, se desliza hacia la pregunta por lo post-literario: ¿qué es lo que puede quedar de la literatura en una era donde la información inútil es socializada a través de los emprendimientos Wiki, los blogs, Internet, los medios de comunicación flexibles y las secciones de interés general de los grandes diarios tradicionales? La información “rara”, bizarra, que no aporta nada más que el placer momentáneo de su incorporación, ocupa ahora el lugar de la literatura. Y si Terranova lo había empezado a percibir en El caníbal, lo termina de ratificar en Los amigos soviéticos.

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