RESEñAS
El mal argentino
LA REVOLUCION DEL VOTO
Marcela Ternavasio
Siglo XXI
Buenos Aires, 2002
286 págs.
Por Jorge Pinedo
Ignorancia, cuando no prejuicio, restringen la práctica electoral a partir de la Ley Sáenz Peña (el voto femenino tuvo que esperar a la iniciativa de Eva Perón). Ideología que hace de la desmemoria una herramienta de poder y de la gimnasia del sufragio, un subterfugio funcional a la eventual legitimación de una corporación política que, opípara de entremeses domésticos, hace valer el espíritu de cuerpo a la hora de acomodarse en sus poltronas.
Sin embargo, del mismo modo que la augural iniciativa por una efectiva presencia femenina en la institución del Estado fue llevada a cabo en abril de 1833 por “Las Porteñas Federales”, el voto popular en elecciones periódicas signó el método en que debían surgir las autoridades desde la revolución de 1810. Regulada por la “feliz experiencia” rivadaviana, la incipiente presencia democrática no logró ser desterrada, aun durante las dos largas décadas en que gobernó Juan Manuel de Rosas.
Precisamente este período es el que abarca el ensayo de la historiadora rosarina Marcela Ternavasio quien, con la profundidad propia de una tesis doctoral, establece un relato de notable actualidad. Las referencias epistolares, crónicas periodísticas de la época y aun letrillas del cancionero popular cumplen la tarea de otorgar a La revolución del voto sostén documental y amenidad sin ligereza.
Nunca está de más reiterar los latiguillos que aseguran aquello de que las sociedades que olvidan su historia están condenadas a repetirla (la peor). De modo complementario se suma la verdad marxiana acerca de que las tragedias históricas retornan como farsas. Apotegmas de cruda corroboración en tierra argentina, de patética compulsión a la repetición, donde, hoy como ayer, grupos de la elite bonaerense identifican “la práctica asambleísta con el desorden, los tumultos, la política facciosa, el desborde popular, en definitiva con la noción de ingobernabilidad”. Caracterización que motiva “controlar los mecanismos de acceso al poder en el interior de la propia elite, cuyas divisiones amenazaban permanentemente la estabilidad del gobierno de turno”, en especial frente “a la más remota posibilidad de que los sectores populares movilizados intentaran organizar, a través del sufragio, una suerte de gobierno de la plebe”. Que tales afirmaciones se refieran a la actualidad vigente en agosto de 1815 señala, al menos, que poco y nada se ha aprendido. Tanto como que el modelo de las elites extiende su triunfo desde aquel entonces sin haberse tomado el trabajo de perfeccionarlo.
Tras batallar con la prudente cortesía historiográfica que impone el uso del condicional, Marcela Ternavasio aborda tales correspondencias, y en su no menos discreto que contundente, imperdible epílogo, no se priva de destacar “la escasa predisposición que mostraron los grupos dirigentes para aceptar la alternancia en el poder cuando ésta se ponía en juego a partir de la implacable soberanía del número”. Más aún, redobla la apuesta al situar la enfermedad (¿terminal?) argentina “en sus sectores dirigentes” y al afirmar “que la temprana inclusión de la lógica electoral como criterio de legitimidad estuvo muy lejos de alentar la configuración de una cultura política pluralista”.
Cada página de La revolución del voto reafirma la vigencia de un título que, transformado en propuesta participativa, brinda un plausible corolario a la consigna “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.