Domingo, 15 de noviembre de 2009 | Hoy
En los dos volúmenes de El lector común, Virginia Woolf publicó una serie de ensayos con los que se propuso quebrar el cerco crítico y llegar directamente al lector común con lecturas que no evaluaba sino que interpelaba libros ignorados por el canon. Fueron, también, un caldero creativo para sus propios libros. Ahora, llega una selección de aquellos brillantes ensayos escritos “a modo de una conversación”.
Por Esther Cross
El lector común
Virginia Woolf
Lumen
Virginia Woolf dijo que los libros descienden de libros como las familias descienden de familias. Leer era un placer y además era una etapa –muda y activa– de la escritura. Buscó un método menos rígido y formal que el estilo de su padre y otros eruditos victorianos para escribir crítica. Escribió sus ensayos “a modo de una conversación”.
Antes estaban el libro, el crítico y el lector. Pero ahora venía ella y se instalaba en el medio. Tenía el oído fino de un crítico, pero pensaba de otra manera. Iba a hacerle preguntas al texto en vez de explicarlo. Los críticos analizaban libros y juzgaban la calidad de una obra. Ella dio un paso más –hacia abajo– y se ubicó en la profundidad, en la masa invisible del libro, para mirar de cerca sus raíces: cómo lo leemos, cómo fue escrito. Sus ensayos le hablan al lector sentado en una silla, con el libro entre las manos. Se trata del famoso lector común, por supuesto.
¿Quién es ese lector? No es un erudito literario, pero igual es experto. Le dicen qué tiene que leer, pero puede decidir por sí mismo (aunque no siempre se da cuenta). Virginia Woolf quiere a ese lector en funciones. Ese lector es la contracara del escritor que “escribe lo que quiere escribir” sin someterse a los decretos de nadie. Tiene su importancia y sus responsabilidades. Al ver que dos críticos “sentados a la misma mesa, pueden tener opiniones tan diferentes sobre el mismo libro”, puede formarse, solo, una opinión. Tarde o temprano se pregunta si esa lectura valió la pena.
El lector común es una suma de ensayos sobre literatura, pero es también un llamado a la acción. Es la serie de textos que escribió Virginia Woolf para incluir en el mundo de la literatura a los que, como ella, estaban excluidos de la alta educación de Oxbridge, que mandaba en ese mundo. Es el libro con el que Virginia Woolf se gana un lugar entre los “hombres de letras” dialogando –qué ironía– con el lector común, siempre ignorado por esos hombres de letras. En El lector común conviven autores consagrados y autores (autoras, casi siempre) que no gozaban de tanto reconocimiento. Una alternativa al canon.
Virginia Woolf publicó el primer volumen de El lector común en 1925 y el segundo en 1932. ¿Cómo era escribir en esos años? Lo contó mucho después, en 1940, en La torre inclinada. “Después de 1925, los escritores seguían habitando la torre” (de la clase media y la educación costosa)...”Pero qué diferente era lo que veían desde ella. Cambio por todos lados... Las viejas torres se caían... ya no eran torres estables. Eran torres inclinadas... Cuando todo se tambalea, la única persona que se mantiene relativamente fija es una misma... Si una no dice la verdad sobre una, no puede decir la verdad sobre los demás... “ Es el ingreso del yo en la escritura por la puerta grande. A la hora de comentar un libro, eso también es importante.
Virginia Woolf reporta sus lecturas desde esa torre en caída. ¿Qué ve? El coro de las tragedias griegas se presenta disfrazado de bufón en Shakespeare. El novelista del pasado y el actual se parecen porque los dos buscan la forma de “tener la libertad de relatar lo que le plazca”. Si Jane Austen hubiera vivido más tiempo, hubiese sido la predecesora de James y de Proust. Joyce se maneja con sus leyes sin atender las de sus ancestros. Desde la torre se ve una red de relaciones. Se arman familias inmensas. Hay afinidades, alianzas, renegados y peleas. Hay lazos reconocidos y enlaces secretos. Las líneas de lectura tejen una red. Esa es la red que flota por debajo de un texto nuevo cuando un autor se anima a dar el salto. Imposible pensar en un libro sin recordar a otro. Se ve un pasado que vale la pena revisar, un panorama lleno de interrogantes.
¿Por qué escribir sobre libros en vez de escribir, simplemente, libros? ¿Por qué nos gustan tanto las biografías de escritores? ¿Cómo explicar “el arte difícil y complejo” de leer una novela? ¿Por qué hay que “comparar cada libro con el más grande de su especie”? ¿Puede influir en un autor esa “otra clase de crítica, la opinión de la gente que lee, por amor a la lectura, lenta y no profesionalmente”?
Con la atención concentrada en cada uno de los autores y libros que comenta, Virginia Woolf va más allá del autor y el libro que comenta. El humor hace su trabajo crítico en los ensayos (“Middelmarch... es una de las pocas novelas inglesas escritas para personas adultas”). La vida y la literatura son otro tema importante (“Hay una emoción expresa en la escena... que no demuestra simplemente el hecho biográfico de que Jane Austen había amado, sino el hecho estético de que ya no tenía miedo a decirlo”). Toda lectura es reveladora y habría que revisar algunas preferencias. “Las obras de segunda fila de un gran escritor merecen ser leídas porque brindan la mejor crítica de sus obras maestras.”
Virginia Woolf estaba segura de que la escritura de estos ensayos tendría un efecto colateral: de ellos brotaría, de pronto, la ficción. Tenía razón. Fue lo que pasó. Lo que descubría como lectora cuando escribía los ensayos modificó lo que escribía en la ficción. La lectura era un placer, una etapa preliminar de la escritura y también era una apropiación. Leer era adueñarse del pasado. Estaba la tradición, pero también estaba lo que una hacía con ella. El lector común es la arqueología de su obra: la vemos excavando el pasado para entender lo que se viene. Entre el primer volumen de El lector común y el segundo pasaron Al faro, Orlando, Las horas y Un cuarto propio, ese pasaje de ida.
En 1940, cuando El lector común ya era un libro reconocido, Virginia Woolf dio una conferencia en Brighton, en la Asociación Educativa de Trabajadores. “Allí sentí que era inútil decirle a gente que había tenido que dejar el colegio a los catorce años que leyera a Shakespeare”. Por eso, en La torre inclinada, vuelve al tema del lector.
“Tenemos que enseñarnos a entender la literatura. El dinero dejará de pensar por nosotros. La riqueza no será quien decida qué hay que enseñarnos y qué no... Tenemos que convertirnos en críticos.”
Por eso leer es importante. Por eso se dedicó a exigir educación para todos. Pensaba que la literatura debería ser “un terreno común” y pobló ese terreno con lectores inteligentes, capaces de disfrutar y de tomar decisiones.
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