Domingo, 15 de noviembre de 2009 | Hoy
En el marco de la Guerra Fría y la paranoia anticomunista desatada en los Estados Unidos, el célebre Círculo de Viena fue considerado como una aséptica asociación de profesionales del pensamiento encerrados en la torre de marfil. Una importante investigación del académico George A. Reisch, aparecida en 2005 en Estados Unidos y publicada este año en Argentina, revela una faceta absolutamente diferente de la filosofía de la ciencia, ligada al compromiso político y a un rol social liberador.
Por Luciano Piazza
Cómo la Guerra Fría transformó
la filosofía de la ciencia
George A. Reisch
Universidad de Quilmes
479 páginas
Durante la Guerra Fría el pensamiento crítico llegó a considerarse un riesgo para la seguridad nacional de los Estados Unidos. La exageración del peligro en las batallas intelectuales fue una de las expresiones más claras del nivel de paranoia existente. Entre los hechos públicos más notables está el haber declarado que Charles Chaplin o John Lennon, o Dashiell Hammett eran amenazas a la democracia americana. Y en el mundo académico ocurrieron tantos casos como en Hollywood, tal como perseguir a Albert Einstein por estar convencidos de que su ideología ponía en juego sus descubrimientos científicos. El reciente estudio de George Reisch documenta la manera en que la paranoia y la persecución ideológica transformaron en sinónimo de neutralidad académica a una de las corrientes filosóficas más relevantes del siglo XX. En palabras de Reisch, Cómo la Guerra Fría transformó la filosofía de la ciencia hacia las heladas laderas de la lógica.
Cuando se lee algo relacionado con el Círculo de Viena, aparecen los nombres de Moritz Shlick, Otto Neurath, Rudolph Carnap, Philip Frank y Kurt Gödel como los más altos referentes. La alta valoración que este grupo le dio al discurso científico y su intolerancia por la oscuridad del discurso metafísico los ubicaron en los manuales de filosofía como puristas de la profesionalización y de la neutralidad de la filosofía, en oposición a la filosofía continental interesada en el poder, en la dialéctica, la fenomenología y otros ejes que la mantuvieron cercana a la reflexión política. El estudio de George Reisch, publicado en Estados Unidos en 2005 y recientemente traducido y editado aquí, documenta en contra de la confusión más común de los manuales, y presenta a los integrantes del Círculo buscando, desde su manifiesto de 1929, una nueva clase de filosofía con fortaleza cultural, práctica y científica.
Uno de los ejes de la investigación de Reisch es la figura de Otto Neurath, uno de los representantes más notables del Círculo de Viena. Se podría decir que existe una convicción popular de que la ciencia existe paralela a la sociedad, destinada al laboratorio y al claustro, resguardando los intereses de quienes la financian. Este particular punto de vista es el que Neurath convirtió en el eje de su actividad filosófica: el rol didáctico de la ciencia iba de la mano con un rol liberador para Neurath. Pero desde su punto de vista, no serviría para esos fines si la ciencia mantiene un lenguaje inaccesible. En su ensayo La vida personal y la lucha de clases desarrolla la idea de cómo la unión de las ciencias ayudaría a generar un nuevo orden. “El marxismo es el portador de la actitud científica y el proletariado es el portador de la ciencia sin metafísica”, afirmó. La unidad de la ciencia se encargaría de generar un lenguaje comprensible a todos los hombres, para que pudieran iluminarse con los descubrimientos. La unidad de la ciencia hoy suele entenderse como una pretensión reduccionista, monista e intolerante. El aporte de Reisch sirve para reconsiderar los alcances de un proyecto que nunca se concretó por presiones políticas. Neurath murió antes de poder instalarse en Estados Unidos, pero las publicaciones del Círculo tuvieron Chicago como base, desde donde el filósofo Charles Morris, el contacto americano, los fue ubicando en puestos de trabajo en distintas universidades cuando necesitaron emigrar de Europa. Tal vez Carnap representa con absoluta claridad el cambio en la presentación de sus ideas, antes y durante la Guerra Fría. Reisch analiza documentos de congresos y artículos de revista, previos a 1950, en donde Carnap expresa su preocupación por los potenciales efectos sociales y políticos de su obra filosófica. Aunque en el proyecto de Carnap, la lógica y la filosofía de la ciencia pueden permanecer independientes de la política, la política no es independiente de la lógica y la filosofía de la ciencia. Reisch revisa los modos en que Carnap sufrió la presión de ser considerado antipatriótico y simpatizante comunista. Por un lado, con una técnica de distracción mediática muy utilizada hoy en día: utilizar publicaciones populares de lectura inmediata para desprestigiar el trabajo académico. Desde allí se atacaba el colectivismo social que reivindicaba la unidad de la ciencia y elogiaban al individualismo. Por otro lado, con las presiones de filósofos colegas y de los directores académicos. Y finalmente, con el “archivo Carnap” creado por el afamado director del FBI J. Edgar Hoover, cerrado en 1955 por no encontrar “actividad alguna de parte de Carnap que ameritara su inclusión en el Directorio de Seguridad”.
Este fue el modus operandi típico frente a la amenaza roja en el ámbito académico. Como consecuencia se lograba neutralizar y despojar a la filosofía de sus implicancias políticas. A su vez, las universidades crecieron asegurándose el patrocinio federal al mantener las aulas libres de ideología izquierdista. El extremo estado de alerta que los llevó a pensar la Guerra Fría desde las universidades estaba fundamentado en un modo de operación propio de los americanos. Así lo presenta Reisch: “Si durante esos años, los espías de la CIA, sin asistencia militar, orquestaron golpes militares e instalaron gobiernos en naciones como Irán y Guatemala, no parecía tan descabellado el temor de que la amenaza roja pudiera infiltrarse en las instituciones norteamericanas (tales como la educación superior) y derribar al capitalismo occidental sin disparar una bala”.
Esta investigación permite leer de qué forma el programa de este grupo de filósofos –cuya mayoría proponía desarrollar una práctica filosófica ligada con la nueva organización de la sociedad, particularmente con el comunismo– terminó proveyendo una base teórica para la construcción de una filosofía encerrada en la torre de marfil. Sin temor a la exageración, Reisch replantea la imagen de la torre de marfil dándole un giro novedoso al aislamiento del académico y su relación con el poder: “La torre de marfil de posguerra funcionaba más bien como una especie de campo de concentración al cual eran arreados los intelectuales por parte de una sociedad mayormente antiintelectual. Y luego se les permitía dedicarse a cualquier tipo de indagación en la que desearan incursionar, siempre y cuando su erudición permaneciera claramente desconectada de su política radical”.
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