Domingo, 22 de noviembre de 2009 | Hoy
Federico Lorenz ofrece una historia general de la primera y única guerra contemporánea argentina: Malvinas y sus secuelas de debate acerca de la dictadura, la democracia y la profesionalización de los militares.
Por Gabriel Lerman
Malvinas
Una guerra argentina
Federico Lorenz
Sudamericana
212 páginas
La guerra de trincheras era fundamentalmente pasar las horas en un pozo bajo el bombardeo de la artillería y los francotiradores, y la amenaza permanente, sobre todo en los momentos del crepúsculo, que eran las horas preferidas para los ataques o las incursiones”, describe Federico Lorenz. Cavar un pozo y esperar no era muy distinto de la estrategia desplegada por los ejércitos beligerantes de la Primera Guerra Mundial, sólo que al grueso de los soldados argentinos les tocó vivir la faena en uno de los ambientes más hostiles del planeta durante el otoño austral. La forma en que se recibía la información desde el continente hizo creer que entre el 2 de mayo, fecha del hundimiento del crucero ARA General Belgrano, y la rendición del 14 de junio, en las islas “no había pasado nada”. En verdad, fue durante ese mes y medio en que se vivieron las situaciones de mayor humillación, la vulnerabilidad de cientos de combatientes, en un 70 por ciento jóvenes, que costó la mayor cantidad de bajas entre las casi 700 lamentadas.
Demasiadas cosas para tan poco tiempo. Demasiadas situaciones extremas, desestabilizantes, adversas. Una guerra contra una de las principales potencias mundiales, mal planificada. Una dictadura genocida en crisis que explota miserablemente una causa nacional en un contexto diplomático confuso. El maltrato como modalidad orgánica en las relaciones institucionales y burocráticas entre el Estado y la sociedad; entre gobierno, FF.AA. y soldados; entre gobierno y prensa. ¿Puede haber algo más oscuro que una guerra que tironea de un sentimiento caro a la identidad nacional en el peor momento de la historia de esa nación? Era necesaria una visión de conjunto que sistematizara desde la historia, entendida como relato integral, los acontecimientos, los nudos problemáticos que desde el comienzo cimentaron la forma de narrarla. Con su libro Malvinas. Una guerra argentina, Federico Lorenz ofrece un material contundente que, sin caer en el formato best-seller ni en un distanciamiento abigarrado o críptico, permite leer de corrido y en doscientas páginas una historia general de la única guerra contemporánea que vivió nuestro país, y sus implicancias o significaciones en el contexto histórico en que se produjo y en el presente. Guerra que, condenada al fracaso desde el vamos, también desde el vamos sufrió la doble condena de impedírsele un relato más justo y equilibrado, a causa primero de la manipulación y después del olvido forzado. Pero también una historia del modo en que, una vez perdida, el desmoronamiento del exitismo bélico implicó el desmoronamiento del dispositivo propagandístico de la dictadura militar. Se impuso entonces, señala Lorenz, un relato de una sociedad inocente traicionada por unos militares sanguinarios que nada tenían que ver con ella. La palabra clave del momento fue desmalvinización, acuñada por Alain Rouquié. Según esta idea, las FF.AA. debían desmalvinizarse, en una metáfora que implicaba la desmilitarización de la sociedad y la despolitización de las FF.AA. La derrota en Malvinas, además, implicó una crisis de identidad en el Ejército, fuerza que se consideraba “invicta” y que, a diferencia de la Marina y la aviación, venía desde 1930 a funcionar como “garante institucional” y reserva moral de la patria. Un quiebre entre “oficiales de escritorio o políticos” y los “oficiales con mando de tropa” fue el embrión de la tesis que, avanzadas las querellas por las causas de derechos humanos, desembocaría en un intento de rescate del valor y el profesionalismo militar. Esa línea, por un lado, lleva al movimiento de los carapintadas encabezado por Rico y Seineldín y, por otro, a Balza, con idénticos pergaminos que aquéllos en Malvinas, pero leal a la Constitución en 1990 Tras intentar separar a Malvinas de los militares en 1984, quizá siguiendo a Rouquié, fue el propio Alfonsín quien simbolizó el conflicto de la sociedad argentina en la posguerra al decir en 1987, el domingo de las felices pascuas, que algunos de los amotinados eran “héroes de Malvinas”. Según Lorenz, hemos vivido desde la derrota la trampa moral de “olvidar todo en nombre de la patria” o “no abrir la discusión para que el fascismo no resurja”. Una trampa que reclama una dilucidación y una idea diferente de la dignidad.
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