Dos seres incomunicados a pesar de haber traspasado el Muro de Berlín, en una interesante novela de Katja Lange-Müller.
› Por Fernando Bogado
Ovejas feroces Katja Lange-Müller Adriana Hidalgo 234 páginas
La distancia, siempre la distancia. Cualquier vínculo entre dos personas está marcado por diferentes tipos de distancias, reveladas o implícitas, manejadas con encanto o detonantes de momentos incómodos, de peleas. En Ovejas feroces, la última novela publicada en castellano de Katja Lange-Müller, Soja y Harry –la pareja protagonista– parecen dos cuerpos atraídos por un complejo magnetismo que, en el mismo momento en que va a propiciar el acercamiento definitivo, genera la rápida repulsión, alejando aún más un cuerpo del otro.
Vidas signadas por la distancia, es eso: la historia de la pareja comienza por un encuentro casual en 1987, con Soja residiendo en Alemania Occidental luego de haberse escapado del duro régimen de la RDA. Tal como lo confiesa, del otro lado del muro ha perdido su encanto: mientras que allá tenía el gusto de lo exótico para los berlineses occidentales que osaban dar una vuelta por el otro lado, aquí es una más, sin trabajo, sin expectativas, presa de una crisis que parece respirar cada personaje que menciona la novela, cada ambiente que se describe. Y por esas cosas de la atracción, se encuentra con Harry, un adicto en pleno proceso de rehabilitación que ya lleva en su haber algunos años en la cárcel. A partir de este momento, Soja y Harry comienzan una secuencia de encuentros desafortunados que marcan el ritmo del relato.
¿Sentimiento mutuo? Como buena historia de distancias, Soja, narradora del texto, deposita esa primera duda apenas iniciado el relato. Harry escribió un cuaderno, una especie de diario personal, con exactas ochenta y nueve oraciones y ni una sola mención a Soja: ¿Buscaba protegerla? ¿En realidad ella nunca le importó realmente? Con estos interrogantes como patadas iniciales, el resto de la novela tratará de resolver la duda revisando dos años de vida en pareja. Revisar, pero revisar todo, hasta el último detalle: el texto consigue describir con éxito la vida sexual de los personajes, la resistencia de Harry a someterse a las habilidades orales de su ¿novia?, el sinsabor de cada orgasmo, la posterior necesidad de Harry de mantener un contacto ascético, esto es, apenas compartir un abrazo de horas sobre el colchón.
Katja Lange-Müller (1951) comparte muchas características con su protagonista femenino: ambas escaparon de la RDA en los ochenta, ambas encontraron como primer oficio el de tipógrafa, ambas son hijas de madres relacionadas fuertemente con el gobierno de Alemania Oriental (Katja es hija de Ingeburg Lange, funcionara del partido y durante mucho tiempo cabeza del Departamento de la Mujer en el Comité Central). La autora, sin caer en el juego autobiográfico, utiliza estos datos para hacer que su personaje tome carnadura, consistencia, y que la compleja relación que establece con Harry funcione casi como un gran símbolo (¿metáfora?) de los tumultuosos tiempos de finales de los ochenta, con la caída del Muro de Berlín como acontecimiento político e histórico al que se tiende. El carácter distante de Harry, también, sumerge al lector en un misterio que se revelará promediando la novela, misterio que sumará otro ingrediente, otra distancia a esta trunca relación.
En el mismo tono crepuscular presente en su novela Los últimos (publicada también por Adriana Hidalgo en el 2007), Ovejas feroces solidifica un clima de época en la difícil relación de dos personas que, como bien dijo don Bogart en algún momento de cierta película, se enamoran mientras el mundo se derrumba. La diferencia, la distancia que se da entre un personaje y otro, permite que el texto funcione con éxito en estos dos niveles, el íntimo y el público, la historia personal y la historia política. Lange-Müller pone sobre el tapete, nuevamente, el recurrente problema al que se han enfrentado los escritores alemanes de su generación o, inclusive, de generaciones anteriores (Enzensberger, por caso): dialogar con el hecho de que, pese a que el muro cayó, la vida de su país sigue estando atravesada por inmensas distancias.
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