Domingo, 7 de febrero de 2010 | Hoy
Lobos, cazadores y exploradores en una novela ambientada en territorio canadiense en el siglo XIX que logra trascender la mera aventura entretenida.
Por Omar Ramos
La ternura de los lobos
Stef Penney
Salamandra
444 páginas
Al disfrutar de la acertada ambientación de La ternura de los lobos, primera novela de la escritora escocesa Stef Penney –inviernos helados, tierras habitadas por lobos, osos, tramperos, exploradores e inmigrantes escoceses, noruegos e irlandeses de mediados del siglo XIX en el noreste de Canadá–, los lectores podrían pensar que Penney viajó a ese país para contemplar la naturaleza de la tundra canadiense y documentarse en fuentes locales como lo hacen muchos escritores. Pero no fue así, ya que la autora sufre de agorafobia (miedo a lugares muy abiertos), por lo que debió documentarse en mapas y libros de la Biblioteca Británica.
La acción vertiginosa y continua de los hechos –el homicidio del cazador de lobos Laurent Jammet, la desaparición de Francis, quien es hijo de la señora Ross, una de las protagonistas, y de Amy, de quince años, y de Eve, de trece, que se fueron a buscar uvas a la orilla de un lago y no dejaron rastros– le confieren a la trama un ritmo de suspense e investigación policial. Las sospechas recaen en los otros, los distintos, los extranjeros a la comunidad de inmigrantes escoceses e irlandeses, que son el indio, el mestizo, el gitano, el de piel oscura y pelo negro y no es casualidad que el muerto sea un blanco francés. Tampoco que los investigadores, Donald y Jacob, sean empleados de la Hudson Bay Company, una poderosa empresa que ejerce el comercio de pieles y a falta de otras organizaciones sociales y políticas toma a su cargo la administración de justicia y hasta poderes de policía. El embrionario capitalismo anglosajón ya dominaba la vida y la conciencia de los hombres de Norteamérica imponiendo sus reglas y sus sanciones en pos de un lucro desmedido y para ello estaba dispuesto a todo, incluso a ponerse fuera de la ley.
El lenguaje seco y despojado de Stef Penney remite a la condensación sintáctica de Hemingway; el ritmo rápido, vibrante de las secuencias breves, la continua acción, las precisas descripciones y la fluidez en los diálogos le confieren a esta novela un dominio eficaz de la narración, que delata también la condición de guionista y directora de cine de Penney, quien se graduó en el Bournemouth College of Art. De hecho, La ternura de los lobos primero fue guión y será llevada al cine en el 2010 por Justin Chadwick, director de Las hermanas Bolena.
A diferencia de Colmillo Blanco, de Jack London, en la novela de Penney los lobos no son una máquina de matar, “es raro que los lobos ataquen y maten a las personas”, dice Parker, un trampero, sospechoso por el homicidio de Laurent Jammet, su ferocidad se insinúa pero no se explicita, incluso los lobos se desvanecen “como un fantasma o un niño tímido” ante la presencia de los perros de la nieve que arrastran trineos, y son los hombres los que se matan entre ellos.
Hay que destacar que La ternura de los lobos no es sólo una novela de intriga y aventuras, su título es una gran metáfora sobre los sentimientos que se esconden tras unos protagonistas en apariencia dolientes y duros como el clima y el paisaje de Don River (lugar imaginario del noreste de Canadá) pero capaces de vincularse en relaciones amorosas secretas, que no condicen con los códigos morales y sociales de la época. Todos los personajes ocultan algo en su interior y el lector llega a conocerlos no sólo por lo que dicen o hacen sino también porque hay un narrador omnisciente que se alterna con la primera persona de la señora Ross, la protagonista, que se destaca por su fuerza y valentía para superar situaciones límite.
Hay un trabajo de introspección en esta trama donde los investigadores siguen rastros, pistas, abren sospechas, conjeturas, en un abanico que se despliega como un gran rompecabezas, a veces por la multiplicidad de historias se hace difícil de unir, en un tiempo narrativo de flashbacks y vueltas hacia adelante, donde surgen reflexiones en boca de los personajes: “A veces tienes que supeditar el deseo de hacerte querer al de hacerte respetar”. “Los hombres que tienen secretos tienen más enemigos que los que no tienen secretos”. Es precisamente en esa hondura donde la novela adquiere dimensión literaria y trasciende el mero entretenimiento de la intriga o las aventuras deportivas.
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