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Domingo, 14 de febrero de 2010

¿Quién quiere vivir para siempre?

Experto francés en comunicación, Lucien Sfez ensaya ahora la crítica de una utopía tan moderna como universal: la salud perfecta asociada al cuerpo inmortal, la longevidad y otras delicias de la vida artificial.

 Por Jorge Pinedo

Cuando dos décadas atrás Lucien Sfez, profesor de La Sorbona, publicaba Crítica de la Comunicación, los eslabones construidos por Barthes y Foucault obtuvieron una renovada continuidad, al modo de los intelectuales franceses: con rupturas. El eufemismo “tautismo”, suma de autismo con tautología, resituaba la perspectiva comunicacional en función de cuatro tecnologías convergentes: red, paradoja, simulación e interactividad. Matriz que se comprobó eficaz al momento de la descripción y el análisis, requirió batirse a duelo con los posmodernos de entonces, de Baudrillard a Lyotard. Su originalidad se basaba en distinguir la invasión simbólica e imaginaria de los medios del tejido epistémico que la sostenía y de las ideologías a las que resultaban funcionales. Más que una innovación técnica, lo que catapulta a Sfez como heredero de Foucault se basa en la combinación que formula, la que permite abordar un campo de investigación desde diversos ángulos, sin prioridades cronológicas o semánticas.

Singularidad que asimismo habilita a poder contar el final (un lujo que una reseña rara vez puede darse) sin que se altere el contenido: “Mitos contra mitos: los únicos combates que valen la pena”. Así concluye La salud perfecta. Crítica de una nueva utopía, donde el actual director del doctorado en Comunicación de la celebre universidad parisina plantea cómo la última utopía de la modernidad intenta borrar la ideología, mutándola en una bio-eco-religión. Pastiche que “pretende explicar el mundo y su destino, la humanidad y su futuro, ubicándonos en la historia general de lo viviente (esta es su unicidad de tiempo) y en el cosmos (esta es su unicidad de espacio)”. Suerte de ecología de uso interno en mix con una bizarra subjetividad ambiental, tamaña creencia hipertecnocrática excede los devaneos del espíritu para incidir en la producción, en el Estado, en lo político. Quince años después de su aparición en Francia, La salud perfecta permite contrastar los vaticinios de Sfez y aún proyectarlos. Pues los tres emprendimientos que le sirven de referencia (Genoma Humano, ya encontrado; Biosfera II: un grupo de tipos encerrados en un domo un par de años a ver qué pasaba; y Artificial Life, robots y cyborgs, inteligencia artificial y esos chismes) han concluido felizmente, caído en el ridículo o ampliamente superados por la ciencia y el olvido. Experiencias utilizadas al modo de paradigmas, Sfez las atraviesa con un contraste cultural e histórico, corporizado en los EE.UU., Japón y su propia Europa. Al mismo tiempo, baraja este contenido con una afable etnografía, donde relata su propia vivencia en cada uno de esos lugares. Finalmente, aplica un contundente aparato de contrastación de información e hipótesis en sucesivos debates con las neuronas más eminentes de la época, sin agachar la cabeza frente a las ciencias duras, el feminismo más recalcitrante o, de modo retrospectivo, los alquimistas.

En ese trayecto, la audacia de Sfez tampoco le hace asco a la multitud de dilemas éticos que obstruyen el camino a cada paso y de los cuales es preciso despejar la hojarasca imaginaria a fin de adentrarse en un debate serio. Lejos de los espejismos, visualiza una continuidad, la de un imaginario tecnológico propuesto como “una sobrenaturaleza, una naturaleza recompuesta según el orden. Aquí, este orden se llama salud, longevidad, incluso inmortalidad. La utopía clásica anhelaba hombres robustos, casi indestructibles; el proyecto apunta a la salud perfecta. Sus principios son siempre los mismos; el azar es vergonzoso, la previsibilidad es uno de los axiomas favoritos, hay que poder predecir para inscribir. No se trata más de remedio, sino de la reescritura de las determinaciones”.

Cuerpo humano, individual, superpuesto al cuerpo planetario y ambos, al Universo mismo, emergen como ideales naturalizados que unifican proyectos de la más diversa índole mediante “el reduccionismo que es a la vez una práctica metodológica y una metafísica”, lo que permite, por ejemplo, identificar “la condición humana con las investigaciones sobre genes, uno a uno”. El viejo truco retórico de acumular verdades para concluir en una falsedad. Intrincada trama que Sfez desmenuza en este ensayo tan denso como sinuoso, de improbable lectura bajo una sombrilla y con los pies en la arena, pese a las refrescantes postales etnográficas urbanas que regala con estudiada periodicidad. Nunca tardío, clásico en ciernes, La salud perfecta hubiera merecido tanto una edición más prolija como amerita una lectura atenta por parte de espíritus duros o blandos, pero siempre de inquietud científica, política.

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