Una novela que regresa al escenario cercano en el tiempo pero emocionalmente distante de los noventa, para cuestionar lugares comunes de la política, el consumo y los jóvenes despolitizados.
› Por Mariana Enriquez
Hay una caracterización de los años ’90 que de tan repetida se ha vuelto lugar común y aceptado: la imagen de una década frívola y consumista, algo ridícula, que marcó el desprestigio de la política por considerarla un anacronismo o un sinónimo de corrupción. Lo que queda fuera de ese retrato, un mundo paralelo de librerías, universidad y discos de Nick Drake, es el escenario de Las nuevas olas, la segunda novela de Gabriel D. Lerman. Y en su centro está Laura Mazarik, una estudiante de Historia que está viviendo su despertar político en un trayecto azaroso, lleno de secretos y de absurdos.
Las nuevas olas es una novela clara e intencionadamente fechada: comienza en marzo de 1992 y termina aproximadamente un año después. Y es en el arranque cuando ocurre el primer absurdo trágico que inicia la sacudida emocional e intelectual de Laura: su tío David, anciano, judío, nacido en Europa central, que apenas habla castellano, sobrevive al atentado terrorista a la Embajada de Israel. La insólita buena noticia dura poco: una semana después, el tío sufre un accidente –es ciego– y muere arrollado por el subte en la estación Malabia, cuando se cae del andén. El trauma y el dolor conducen a Laura a una necesidad de respuestas, a la compulsión de revisar los silencios de la familia: por qué Silvio, su primo, el hijo de David, exiliado desde 1978 y ya de vuelta en el país, vive aislado de ellos; cuál es la profundidad de la relación entre su padre, productor de pop nuevaolero, con un coronel para el que trabajó durante la dictadura; cómo construir su identidad, finalmente, como hija de un hombre judío y una madre goy.
Las nuevas olas maneja mucha información pero no aturde; las circunstancias que viven los personajes suelen ser poco convencionales pero nunca estrafalarias: son difíciles de ubicar en un casillero de lugares comunes y hasta resultan sorprendentes. Basta un ejemplo desmitificador por demás: en un momento, el exilio conduce al primo Silvio hasta Porto Alegre: allí debe encontrarse con el contacto, un uruguayo ex Tupamaro, que le dará las coordenadas para volver a entrar a la Argentina desde Brasil. Pero el contacto acaba siendo contrabandista, Silvio y su amigo (Lito Vega, un personaje claramente inspirado en Elvio Vitali) quedan varados entre playa, cerveza y negocios turbios, y todo el episodio recuerda más a un capítulo de Graham Greene que a una escena clásica del exilio latinoamericano. Quizá por eso resuena como verdadera. Laura, joven de los años ’90 interesada en la política y la historia, romantiza a los militantes de los ’70 y juzga con severidad a los ciudadanos que no tuvieron en esos años un compromiso explícito –o que se movieron con cierta ambigüedad, como su padre–. Pero Las nuevas olas no es tan severa como Laura, y la propia novela se encarga de bajar los niveles de arrogancia de su protagonista, que pasa de ser una chica altiva a una chica mucho más comprensiva y algo confundida, lista para hacerse cargo de un archivo heredado que iluminará los enredados vericuetos de su historia y de la Historia.
Las nuevas olas es una novela sobre la experiencia universitaria, sobre las amistades intelectuales, sobre la bohemia ilustrada porteña que sobrevive entre una calle Corrientes cada vez más desangelada y un incipiente Palermo chic. Es una novela sobre Buenos Aires, recorrida con obsesión de cartógrafo, donde se aborda el tema de la judeidad evitando el chiste (hay humor, pero es muy serio) y es una novela extraordinariamente vívida cuando se adueña de las sesiones de charla trasnochada, sexo intempestivo, peleas apasionadas, vino tinto y milanesas freídas de madrugada para paliar la gula cannábica, los setentistas mezclados con los pocos jóvenes inquietos en la librería Fanon, que es refugio, teatro de operaciones y último puerto en un momento en que hay cada vez menos lugares públicos para la militancia.
Lerman cuenta con una naturalidad que esquiva el agobio y una inteligencia que lo salva de parrafadas y solemnidades. Las nuevas olas es un año en la vida de Laura, probablemente el más importante que hasta entonces le haya tocado vivir. Y un año de la década supuestamente despolitizada en la que ella nace a la política porque entiende que esa Historia tan teórica está mucho más cerca de la vida de lo que ella misma creía.
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