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Domingo, 8 de diciembre de 2002

La Extranjera

De paso por Barcelona para presentar la traducción de su última novela, En América, Susan Sontag conversó con Radarlibros sobre su literatura, la distancia que mantiene respecto de los Estados Unidos, “con esta despreciable y aterrorizante administración Bush”, y su necesidad de contar para preservar la movilidad de sus juicios y opiniones.

POR RODRIGO FRESAN (Desde Barcelona)
¿Ya apareció Susan Sontag en algún episodio de “Los Simpsons”? De no ser así, me pregunto qué está esperando Matt Groening: Sontag tiene todo para darse una vuelta por el bar de Moe o por el show del payaso Krusty: fácil de sintetizar a dibujo animado y potencia icónica pop y, ah, ese célebre mechón blanco.
Sin embargo, en Barcelona, ciudad a la que la escritora ha llegado para presentar En América, su nueva novela recién editada por Alfaguara, se suscitan algunas sorpresas. La primera de ellas es que Susan Sontag se ha teñido el pelo: su marca registrada ha desaparecido bajo un negro parejo y azabache. La segunda es que la autora –lo mismo ocurre con sus novelas– es tanto más amable y divertida y decontracté que buena parte de las pseudo clones que ha sabido generar su genio y figura. La tercera es que dice preferir el formato novelístico al del ensayo porque “el ensayo te obliga a decidirte por un único punto de vista mientras que en la novela puedes distribuir todas tus opiniones y contradicciones a lo largo y ancho de varios personajes. Yo no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que digo, y la novela es la forma más maravillosa de jugar con esas contradicciones. El ensayo te obliga a ser lúcida todo el tiempo. Y eso ya es, de entrada, ser superfluo. Sobre todo cuando me veo obligada a opinar sobre cuestiones políticas. A mí se me cita por decir cosas simples como, por ejemplo, que Bush es un cretino; pero yo no dejo de ser consciente de que la política es el enemigo del escritor porque obliga a simplificar; y que el paisaje es mucho más complejo y que trasciende las malas intenciones de Bush. Por eso, para eso, están los libros que una escribe, en especial las novelas: para ser más inteligente que una”. La cuarta es que confiesa que su vocación frustrada fue la de ser actriz y, por eso, “no es casual que tenga muchos más amigos performers que amigos escritores. Los artistas del escenario son más interesantes”; la quinta sorpresa –otra vez, lo siento– es que Susan Sontag se tiñe el pelo y que va a ser mucho más difícil reconocerla en un próximo episodio de “Los Simpsons”.

PASAJERA EN TRANCE
Sontag parece contenta. Está en Barcelona (“Una de las ciudades más amadas por los extranjeros”) y en Barcelona es lo que más le gusta ser: una extranjera. Como las heroínas de sus dos últimas novelas, Emma Hamilton –inglesa en Italia– en El amante del volcán (1992) y ahora, la Maryna Zalezowska (inspirada en Helena Modrzejewska, célebre actriz polaca a principios del siglo XX) de En América. Estas dos novelas –según Sontag– marcaron su resurrección como escritora y le hicieron olvidar para siempre la opción beckettiana de “libros que transcurren dentro de una cabeza, optando ahora por personajes que salgan al mundo y que lo experimenten todo”. La primera de ellas la escribió relativamente rápido –durante dos años y medio, trabajando todos los días– y fue un best-seller mundial. La segunda le llevó más de ocho años de trabajo, marcados por su estancia en Sarajevo durante la guerra, los catorce huesos que se rompió en un accidente de tránsito y que la confinaron a una silla de ruedas por una temporada y –cuando iba por el antepenúltimo capítulo– el diagnóstico de un cáncer que la obligó a doce meses más de quimioterapia y operación.
Pero, antes de eso, Sontag había escrito el formidable e iniciático “Capítulo Cero” de En América –un “monólogo-tratado” sobre la voz narradora y el modo de entrar al escenario de una trama–; y su perfección la dejó paralizada, imposibilitada para seguir escribiendo: “Pensé que ya no tendría sentido continuar. Allí estaba todo. ¿Qué más decir? Demoré bastante en empezar el siguiente capítulo, el capítulo primero. Y no tuve otro remedio que comenzarlo con una bofetada sobre el rostro de la protagonista. De algún modo era la bofetada que me daba a mí misma para obligarme a afrontar el desafío de seguir contando la historia. Yfuncionó. Las bofetadas –tanto en los libros como en la vida– siempre funcionan, parece”.

EL SUEÑO AMERICANO
En América –al igual que El amante del volcán– es una novela de ideas muy bien disfrazada de saga histórica. Es decir: es inteligente y entretenida. Maryna es uno de esos personajes-vehículo que le sirven a Sontag para reflexionar sobre la potencia y la impotencia del Sueño Americano y la escasa línea que lo separa de la Pesadilla Americana. Maryna llega a Estados Unidos decidida a fundar una comunidad utópica e intelectual, “muy cerca del sitio donde hoy se encuentra Disneylandia”.
La novela cuenta sobre sus éxitos y fracasos y sobre un experimento social que dura dos años. Le pregunto a Sontag si En América puede considerarse una especie de novela de Henry James en reversa, con su protagonista mujer y de clase privilegiada tironeada por las contradicciones de varios hombres mientras se desplaza por un territorio desconocido: el escritor autoexiliado tiene una breve aparición en el libro como crítico teatral y, después de todo, En América se ocupa de la neomundística fascinación que provocaban los Estados Unidos sobre los europeos de entonces. La idea de Tierra Prometida, de sitio donde todo es posible. “Así es –me responde Sontag–. Uno de mis modelos inescapables durante la escritura de la novela fue Retrato de una dama y ese sentimiento tan jamesiano sobre la dislocación geográfica y existencial. Yo sé mucho de eso. Yo soy una extranjera profesional y por eso vivo en Nueva York. Nueva York no forma parte de los Estados Unidos. Si no pudiera vivir allí, me vendría a Europa sin pensarlo dos veces. Nueva York siempre fue y sigue siendo una especie de foco de resistencia, en especial en estos tiempos que vivimos, con esta despreciable y aterrorizante administración Bush... Así, yo escribo para sentirme todavía más extranjera. Y trato de pasar varios meses al año fuera de mi país para poder verlo mejor, con mayor objetividad... ¿Qué es lo que veo? Veo cosas que me fascinan y cosas que no me gustan nada. En momentos así, por más que las idas y vueltas de la vida política siempre me hayan resultado un misterio psicológicamente insondable, es cuando una ve mejor y más claramente su misión en la vida. Y mi misión tiene que ver con escribir sobre los gustos de las minorías, aportar una contraopinión a una opinión mayoritaria, decir no en un país donde mucha gente dice, automáticamente, sí.”
Y entonces Sontag se va a hacer las valijas para volver a Nueva York, esa ciudad, esa comunidad-utópica, que queda tan lejos de Springfield.

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