Domingo, 20 de junio de 2010 | Hoy
Entre los años ’20 y ’40, el intelectual brasileño Monteiro Lobato escribió las innumerables aventuras de Naricita y sus amigos, emblema de infancia y juventud para varias generaciones de chicos de toda América latina. Losada reedita varios de estos volúmenes.
Por Jorge Pinedo
Medio siglo atrás la literatura infantil oscilaba, como hoy, entre proporcionar narraciones atrapantes y cierto afán didáctico, en una combinación no siempre eficaz. Dailan Kifki debía aguardar casi un lustro para ser parido y el fervor enciclopedista se derramaba de las tan alfabéticas como inmanipulables páginas del Lo sé todo y el Tesoro de la juventud. Fue cuando la ya tradicional editorial Losada se arriesgó a publicar los ¡veinticuatro tomos! de las aventuras protagonizadas por la sutil niña Lucía, por su nariz respingada llamada Naricita, su audaz primo Perucho, la rezongona muñeca Emilia, el sabihondo Vizconde de la Mazorca, la abuela Benita, la negra Anastasia, entre tantos otros personajes humanos, animales y hasta minerales que convivían en la quinta El Benteveo Amarillo. Conocida como la Colección Infantil de Monteiro Lobato, sus dos primeras versiones de tapa dura, verde y roja, alcanzaron tanta repercusión que lograron una continuidad que se extendió hasta los años ’70, y llegaron hasta diez ediciones.
José Bento Monteiro Lobato (1882-1948) fue un intelectual brasileño adherente al modernismo en su sesgo naturalista, que escribió el primer libro de la saga en 1921 y el último en 1940. Las correrías de la barra que comenzaron con Las travesuras de Naricita, donde con timidez, entre muchas otras cosas, se planteaba la dicotomía ciudad-campo, fue avanzando con el correr de los años para incursionar en universos paralelos al de por sí poco realista Benteveo Amarillo. Para un par de generaciones de pibes argentinos (la Presidenta de la Nación, que prologa la presente reedición, entre ellos) Monteiro Lobato constituyó una mano divertida y amable a fin de corretear por el mismísimo Partenón en plena construcción, con Pericles y Aspasia de guías turísticos; así como para deambular con el Quijote, planear por el cielo astronómico, juguetear con la gramática, tutearse con los dinosaurios, tropezarse con juegos matemáticos, volar sobre el lomo de una luciérnaga. También formular alianzas con un héroe como Tom Mix en el momento que se lo necesita o desenmascarar la impostura del Gato Félix, personajes que podrían resultar anacrónicos hoy en día, si no fuera porque para las nuevas generaciones pueden serlo tanto como Piluso o He-Man; salvando las siderales distancias ideológicas.
Monteiro Lobato apela a los íconos tanto como a la cultura popular de su época con la cuidada generosidad del escultor que intuye la posteridad en cada golpe de cincel. Así como echa el guante sobre las figuras del cine mudo que le es contemporáneo, se vale del refranero capaz de alcanzar una complicidad imposible por fuera de la identificación cotidiana: “La envidia mató a Caín”, “Con vinagre no se atrapan moscas”, “Quien desdeña quiere comprar” o “Mono que se mueve mucho quiere plomo”, resultan dichos populares, brasileñismos por cierto ajenos, en tiempo y espacio, al habla rioplatense. Sin embargo, instalados en el contexto fantástico de la pequeña Naricita y sus compinches, vuelven a adquirir su potencia semántica, esa capacidad de síntesis que permite que, a veces, pueblos diferentes compartan vivencias.
Cinco títulos más se encuentran prestos a retornar a las bibliotecas de los jóvenes rioplatenses que procuren adentrarse en un espacio que guarda analogías con la Alicia de Lewis Carroll, pero en escenarios, lenguaje y situaciones de inconfundible tenor latinoamericano.
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