Es ensayista y autor de crónicas de viajes. Con su primera obra de ficción, Los muertos, el catalán Jorge Carrión logró provocar un destacable revuelo. Remite al universo de series como Lost, el mundo de Internet y Second Life, pero a pesar de todo, el autor se considera tan clásico y contemporáneo como Cortázar, Sebald o Piglia. Acaba de venir a la Argentina para presentar su novela.
› Por Laureano Debat
Personajes que evocan su pasado a través de interferencias, seres humanos que no nacen sino que se materializan y un aparato estatal siempre vigía pero impotente ante una pandemia de gente que no muere sino que, simplemente, desaparece. Esos son los principales ejes que vertebran la trama de Los muertos, ambientada en una Manhattan descripta desde su faceta más sórdida y apocalíptica, tierra de nadie futurista, avatares y violencia gratuita, entre Blade Runner y La naranja mecánica. A través de un juego de cajas chinas que terminan configurando una novela breve, autorreferencial y sumamente compleja, el escritor catalán Jorge Carrión (Tarragona, 1976) debuta en el terreno de la ficción narrativa luego de haber publicado ensayos literarios críticos y libros de viajes (entre los que se destaca La piel de La Boca, escrito tras uno de sus muchos pasos por Argentina). En su novela, Carrión ensaya una particular utilización de la écfrasis –la narración textual de una imagen– a partir del modelo narrativo de las nuevas series de televisión que han tomado lo mejor de la estética cinematográfica de autor (Six Feet Under, The Sopranos, The Wire) y también del cine masivo (Lost o X-Files). Se trata de un procedimiento que se aplica a la narración literaria de las dos temporadas de Los muertos, una teleserie que transcurre en Nueva York y que fue creada por los autores apócrifos George Carrington y Mario Alvares.
Muchos de los personajes, denominados “los nuevos” se materializan en callejones de Manhattan y son recibidos sistemáticamente a patadas y puñetazos por grupos de skins. Tienen que luchar, además, contra la imposibilidad de un certero conocimiento sobre su pasado, por lo que deben recurrir a adivinos que los estafan para inventarles uno y, a partir de allí, afiliarse a determinadas comunidades. De esta manera, se van conformando eclécticos grupos, como por ejemplo, mafias italianas integradas por chinos y negros que se hacen llamar Tony Soprano, Richie Aprile o Michael Corleone. Durante la segunda temporada, el eje es la pandemia que azota a la ciudad, a través de la cual los personajes se desmaterializan, desaparecen sin razón alguna, sin explicación.
Carrión escribe cada párrafo con la meticulosidad de una secuencia cinematográfica, influenciado por la estética narrativa de las teleseries y también inspirándose en comics y videojuegos. El comienzo de Los muertos desconcierta, sobre todo por su estilo aséptico y por la aparición ininterrumpida de diferentes encuadres, focalizaciones y personajes. El narrador pareciera no tener mayor corporeidad que la provista por el lente de una cámara filmadora que se acerca y se aleja de las escenas, pero Carrión va más allá y narra a través de cámaras de seguridad, juegos de espejos y pantallas de computadoras que pixelan las imágenes. Aunque lo que termina de enriquecer al texto son los elementos poéticos que logran el artificio literario del lenguaje audiovisual. Si en el comienzo aparecen “ocho manzanas de edificios; cuatro; dos; una; en su lateral izquierdo: un callejón sin salida y, en él, un charco”, luego se verá que “el helicóptero parece de juguete, una mosca sobrevolando una fruta abierta, incandescente”.
Intercalados entre la narración ficcional, hay ensayos y estudios culturales sobre Los muertos (la serie) y sus repercusiones. Se trata de textos atribuidos a académicos apócrifos y que sirven para consolidar el carácter metanovelesco del libro, un recurso tomado de su siempre admirado Borges y que en Barcelona ya venía practicando con frecuencia Enrique Vila-Matas. Esto, a su vez, le sirve a Carrión para exponer ciertas ideas que él mismo tiene con respecto a la escritura de ficción en el siglo XXI.
Su estética experimental ha tenido muy buena repercusión en Cataluña y en el resto de España. Muchos escritores jóvenes de su generación lo avalan y hasta Juan Goytisolo comentó que la novela “puede ser vista como un videojuego o leída como un complejo y articulado objeto literario”.
El lanzamiento del libro también ha tenido su faceta polémica con Javier Marías, derivada de los spots publicitarios que Carrión colgara en Youtube antes de la publicación, anunciando la novela como si se tratara de un thriller cinematográfico situado en “la era de Facebook, Matrix y Lost”. Convencido de que el escritor actual es un performer que interactúa con los lectores a través de los múltiples canales que ofrece la web, el tarragonés justifica su manera de promocionarse porque cree que, en este caso, los elementos extranovelescos sirven para enriquecer y ampliar las significaciones del texto.
Mientras acaba de presentar Los muertos en Buenos Aires, Carrión sigue trabajando en Los huérfanos, la segunda entrega de una trilogía que se completará con Transjordania. Para el segundo tomo ha decidido cambiar de época y de escenario: de los años 1995 a 2015 pasará a 2035 y de Nueva York se trasladará a Pekín, más precisamente a los túneles antiaéreos construidos por Mao.
¿Para saborear bien el libro es imprescindible haber visto estas nuevas series de TV que le sirven como modelo?
–La novela tiene muchos niveles de lectura. El principal es cervantino y borgeano, pero los elementos que introdujeron Cervantes y Borges están tan presentes en todo tipo de relatos de nuestra época, que no es necesario haberlos leído para entenderlos. Lo mismo puede decirse de las nuevas series norteamericanas o de la web 2.0, están en todas partes, uno tiene información sobre ellas pese a no consumirlas directamente. Haber visto Los Soprano permite entender mejor Los muertos, como haber leído El Quijote, pero no es imprescindible.
En “Los muertos o la narrativa postraumática”, el ensayo final del libro, Jordi Batlló y Javier Pérez plantean que la serie “inaugura y extingue un género, constituyendo un círculo en sí mismo”. ¿Pasa lo mismo con la novela en un nivel literario? ¿Te propusiste un objetivo similar?
–Es una novela absolutamente tradicional, y entiendo por tradición la que en el siglo XX cultivaron Nabokov, Borges, Cortázar, Sebald o Piglia, es decir, la de un relato que se lee desde fuera de sí mismo y se autocuestiona, al tiempo que trata de poner en jaque la historia contemporánea. Desde ese punto de vista, Los muertos tiende al clasicismo, o a cierto clasicismo contemporáneo. Si quizás aporta algo a la literatura de nuestra época es en su voluntad de narrar la imagen.
En el mismo ensayo se habla de que en “la tensión entre la palabra y la imagen quizá radique el enigma del arte”, una vieja discusión que hoy pareciera adquirir nueva fisonomía a partir de las series que toman lo mejor del cine de autor y de intentos como el tuyo de generar un nuevo artificio literario con el lenguaje audiovisual.
–El tema de la écfrasis es un problema antiguo, que encontramos ya en Homero; hace setenta años que la televisión es una forma central de producción de realidad y hace quince que Internet filtra nuestra percepción del mundo. Los muertos defiende la literatura como generadora de sentido, lo literario como una herramienta privilegiada para entender el pixel, la teleficción, la retórica de la imagen en nuestra época. Sólo mediante palabra escrita se puede hablar, por ejemplo, de los supuestos derechos de un personaje ficticio. ¿Es ético torturar o matar a un ser de ficción? ¿Tiene la ficción límites en ese sentido? Planteo preguntas, para que el lector ensaye sus respuestas.
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