Domingo, 5 de septiembre de 2010 | Hoy
Poeta afincada en Bariloche, Graciela Cros reivindica la escritura desde la periferia y en Mansilla rearma la obra de otro poeta para incorporar la crítica a la propia producción poética.
Por Guillermo Saccomanno
“Escribe sobre la mesa de la cocina/ en un cuaderno de tapas duras/ forrado de rojo. / Anota la fecha sobre el margen izquierdo/ y después cosas como: / Llevar 2 bolsas Cemento Obra Castelar: / Pagué 2005 Varela Adelanto revoque fino/ Vecino anoche estuve a punto de matarlo.”/ Es mi padre. / Escribe pero no hace literatura. / Su estilo remite al registro del caos. / Es mi padre. / Narra sus transacciones con el mundo.”
Así es uno de los momentos hondos de la poesía de Graciela Cros, una poesía preocupada por contar y contarse, que alterna distintas vertientes. Por un lado, el ámbito de lo doméstico, y entiéndase doméstico no tanto como lo hogareño como el registro de la intimidad, asumirse testigo de sí misma, auscultando entusiasmos y amarguras: un encuentro amoroso, una imagen del padre, una isquemia. Es en lo recóndito del ser donde puede surgir un poema desgarrador como “Primera comunión”: una nena, en primera persona, refiere cómo un tío la abusa en el marco del ritual de pureza metiéndole la mano bajo la falda de su vestidito blanco. No menos sin anestesia es “Quirófano”, donde se describe el calvario de mujeres que se someterán al bisturí. Sobreponiéndose al dolor, exorcizándolo, convirtiéndolo en experiencia artística, Cros puede definirse: “Soy una dama menguante”. Y anota también: “una dama con pasado”, “una dama fuera de foco”, “una dama que canta las cuarenta”. Y el ser “dama” adquiere, a través de distintos poemas que funcionan como variaciones, diferentes maneras de verse, pero todas con una constante, ser “dama”, es decir una categoría, una forma de asumir el género. Por otro lado, en su escritura hay una zona donde se privilegia la fascinación por el nomadismo, contrapartida de lo doméstico entendida como la asunción del horror domiciliario, viajes, itinerarios de búsqueda, exilios temporales donde un encuentro puede provocar un insight. Los lugares del extravío y el hallazgo pueden ser tanto Paraguay como Chile o Brasil, sitios donde la sensualidad se descubre en lo material. Estas dos vetas, a un tiempo, devienen una reivindicación fuerte de la poesía, ya no como expresión, oficio, posibilidad de escritura, sino como un absoluto en el cual la poesía se vuelve el tema de la poesía, donde entran las individualidades prestigiosas, trátese de Idea Vilariño o Marianne Moore, y operan, aunque Cros no lo necesite, como soporte explícito de la propia voz. En este nivel, puesta a citar influencias, la enumeración no es gratuita. Y es desde esta convocatoria que Cros pide ser leída.
Asumiendo en términos de ideología poética su producción anclada en lo patagónico, Cross titula ahora su último libro Mansilla refiriéndose a Raúl Mansilla (1959), poeta nacido en Comodoro Rivadavia y residente en Neuquén, una voz influyente entre los jóvenes del sur, quien manifiesta una tendencia vitalista a la errabundia y el rechazo radical a la carrera de consagración porteña mientras escribe versos que aluden tanto a lo autobiográfico como a una inquietud por la identidad de lo patagónico como diferencia geopolítica. Cros lo convierte en magister ludi y referente basal. Sus poemas son crónica de una espera, la de Cros, y celebración del viaje, el itinerario de Mansilla. La poeta se ubica en el espacio de la quietud aguardando un mail que le pueda enviar Mansilla: “Recién comí/ dos empanadas de roquefort/ y dos de pollo/ que me alegraron/ el cerebro/ cuenta Mansilla en un mail. // Dice que va/ a inaugurar una biblioteca/ En Las Lajas/ acompañado de motoqueros/ y paracaidistas/ cosa de la Patagonia, agrega”//. “Yo me acuerdo de Osvaldo Soriano/ y le digo eso, que parece una escena/ de alguna/ de sus novelas”. Además de Las Lajas, Mansilla anda desde Buta Ranquil a Chos Malal. Por Picún Leufú y Piedra del Aguila. Suele parar allí donde lo encuentra la necesidad y, al hacer un alto en la madrugada, encuentra paisanos haciendo un pernil. Conversación a larga distancia que la poesía estrecha, Mansilla puede leerse como homenaje pero también como crítica literaria versificada.
La segunda sección del volumen, “Henderson y las oscuras”, alude a la memoria de infancia: una estancia en un campo en Henderson donde, según la mitología personal, reside el origen de su escritura. En esta sección los paisajes son también Cabo Frío o Ilheus. Pero el viaje de la memoria se alterna con la caída y el reflejo de lo que puede ser una fiesta solitaria pero también un bajón, la crónica impiadosa de la pérdida y la soledad.
Nacida en Carlos Casares en 1945, provincia de Buenos Aires, Cros vive en Bariloche desde 1975. Desde entonces se ha apoderado del sur como territorio para su escritura. Una serie importante de libros de poesía (acá se citaron apenas fragmentos de algunos incluidos en Urca, El libro de Newton y Libro de Bock) la paran como una presencia apartada de los fuegos fatuos del centro en función de una coherencia con la periferia y la creación personal de una obra en el margen que está pidiendo la reunión de su poesía completa en un gran volumen. Mientras tanto, Cros sigue en la suya: “Sola/ en casa/mirando el jardín/ escribo/ ¿Para entender?/ ¿Escribo/ para/ entender?”
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