Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
Jean Echenoz aborda en Correr la figura del atleta checo Emil Zátopek, famoso por sus tres medallas de oro obtenidas en las Olimpíadas de Helsinki en 1952. Una biografía novelada ligera pero potente.
Por Juan Pablo Bertazza
Hay vidas tan impregnadas de literatura que toda biografía que intente contarlas se transforma, irremediablemente, en una novela. Mucho más si el autor en cuestión es alguien como Jean Echenoz, uno de los primeros grandes escritores post nouveau roman. Ya lo había hecho con el que hasta ahora era su libro más celebrado, Ravel, una novela biográfica sobre el exquisito compositor francés que, a su vez, también merodeaba su propia biografía: los padres de Echenoz eran reconocidos melómanos y sus dos abuelos pianistas, por lo que el escritor en lugar de dormirse con canciones de cuna, se arropaba, por ejemplo, con Concierto en Sol.
Aunque a diferencia de Murakami no tenemos datos de Echenoz como corredor, en Correr parece profundizar, o mejor dicho agilizar, ese mismo cruce entre biografía y novela. En este caso haciendo foco en la meteórica carrera de Emil Zátopek, un atleta checo sin estilo y con cara de esforzado (a la manera de Juan Román Riquelme) que se convirtió, en la Olimpíadas de Helsinki de 1952, en el único corredor de toda la historia en ganar tres medallas de oro: en los 5000 y 10.000 metros, y en el maratón.
“La verdad es que ni me cansé. A mitad de la prueba dije a mis acompañantes que íbamos muy lentos y me fui solo. Fue la semana más increíble de mi vida. Del 20 al 27 de julio gané tres medallas de oro, logré tres records del mundo. ¿Qué más se puede pedir?”, explicó alguna vez este deportista por quien, al principio, nadie apostaba nada y de quien muchos aseguraban que se moriría en su ley, es decir, en la pista de atletismo.
Nacido el 19 de septiembre de 1922 en el pequeño pueblo de Koprivnice, en la región de Moravia bastaría mencionar sólo dos datos que hacen de la de Emil Zátopek una vida literaria: una es que su primer trabajo, antes de que empezara a correr, fue justamente en una fábrica de calzado; y la otra es que nació el mismo día que la también deportista Dana Zátopková, quien se transformaría en su esposa.
Echenoz se encarga de agregar otros condimentos que, a pesar de ser de cosecha propia, no dejan de ser ciertos: “El apellido Zátopek, que no era sino un extraño nombre, comienza a restallar universalmente con sus tres sílabas ligeras y mecánicas, despiadado vals de tres tiempos, ruido de galope, zumbido de turbina, repiqueteo de bielas o de válvulas acompasado por la k final, precedido por la z inicial que ya corre mucho: hace uno zzz y todo corre mucho, como si esa consonante fuera un juez de salida”.
Resulta interesante que en una novela tan breve como esta, Echenoz se tome casi una carilla para hablar de las resonancias del apellido del corredor, y recorra en tan pocas páginas casi cuarenta años de historia checa, que van desde la ocupación nazi en Moravia hasta el fin de la primavera de Praga.
Aunque da la sensación de que a Correr le falta un poco de profundidad, de detenimiento para volverse un libro excepcional, hay que tener en cuenta que esa carencia parece deliberada: sin correr pero, justamente, como si él mismo estuviera corriendo, Echenoz cuenta hazañas, logros y decadencia de Zátopek sin descuidar el contexto político y social de la época. Y lo hace de un tirón: veloz, contundente, triunfal y fluido como las propias aptitudes atléticas de Zápotek, y como pocas veces logró serlo la literatura francesa. En todo caso, esa aparente falta de profundidad parece constituir una energía cinética potencial que se recupera, justamente, cuando se interrumpe el movimiento, cuando se descansa la vista y se aparta por un instante el libro: en ese sentido, Echenoz se las ingenia para sugerir la conexión entre la notable resistencia física en que se basa la destreza de Zápotek con aquella otra resistencia que terminó derrotando al nacionalsocialismo; o esa velocidad descarada, inhumana, animal con que el corredor pretende desmarcarse de sus propias ideas políticas cuando amenazan detenerlo, como sucedió a partir del momento en que la Unión Soviética lo denigra obligándolo a hacer trabajos forzados.
Ganador de prestigiosos premios –Médicis y Goncourt, entre otros–; guionista de películas como Le rose et le blanc; ferviente admirador de Flaubert pero más amante de la brevedad que de la justeza, autor típicamente francés pero muy apartado de la literatura francesa, Correr es sin lugar a dudas la novela en que Echenoz termina de ultimar su chapa de autor de culto, la típica novela en la que el gran público puede llegar a detenerse. El mérito es que lo consiguió a partir de una novela breve, y aparentemente hecha a las corridas.
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