Domingo, 17 de octubre de 2010 | Hoy
Graciela Speranza retoma personajes y climas de Oficios ingleses, su primera novela, en una segunda entrega que incursiona en los cruces entre apuntes de viaje, el balance de una existencia y la reflexión sobre un arte inestable a punto de extinguirse.
Por Juan Pablo Bertazza
Una de las notas distintivas de Otra parte, la revista cuatrimestral de crítica cultural que dirige Graciela Speranza junto a Marcelo Cohen, es el peso que les asignan a las ilustraciones. Más allá de su calidad, más allá del bien y del mal, tienen la tendencia de subrayar sin obviedad los textos de artículos y notas. Un plus, un resto, un atajo que no sabe de relaciones unilaterales y obvias entre texto e imagen y que podría tomarse como parte del trabajo de lectura que emprenden los responsables de la publicación. “El misterio y la delicadeza son las principales leyes del dibujo. Nada debe verse nunca por completo, sino a través de fragmentos, envueltos en una oscuridad que a primera vista deja reconocer las formas pero después las vuelve confusas, inaprensibles, extrañas.” Aunque hable del dibujo, la frase perfectamente podría tomarse –por qué no– como un sutil manifiesto de Otra parte. Pero también como la condensación de una poética de la última novela de Graciela Speranza y, por añadidura, como una vía de acceso a su ficción narrativa, que se inició en 2003 con Oficios ingleses, novela que ya esbozaba al personaje de Bruno, un ilustrador obsesionado con las simetrías, exiliado de su país (Argentina) y alejado además de parte de su familia, que guardaba en su historia un secreto trágico en sintonía con el pasado político más turbulento de nuestra historia.
Con una unidad ulterior que trasciende la mismísima unidad de tiempo y espacio y sólo se quiebra con laberínticas anécdotas y reflexiones del protagonista, En el aire es una novela breve construida en torno de dos viajes en avión –de Londres a Nueva York, ida y vuelta– que lleva a cabo el ilustrador para cerrar, como todos los años, sus trabajos futuros. Y que en cierta forma se verá condicionado por una carta de su madre con distintos documentos familiares que recibe justo antes de tomar el taxi hacia el aeropuerto. Lo extraño, lo paradójico es que, más allá de algunas menciones sobre los ocasionales acompañantes, la precariedad del servicio gastronómico, la inexplicable imposibilidad de reclinar el asiento y esa denigración siempre culposa y amable que, en definitiva, infringen a los usuarios los vuelos intercontinentales en clase económica, no abundan ni las descripciones sobre el viaje de a bordo ni tampoco demasiadas situaciones en vuelo. En todo caso, es como si la altura –y podría haberse tratado también del mar, por poner el ejemplo opuesto– fuera usada por Speranza a manera de atmósfera para dar lugar al crecimiento lento pero urgente de una serie de pensamientos de Bruno que tienen que ver con su vocación artística, el trabajo de un artista plástico italiano y admirador de Mussolini que obsesionaba a su padre, y sus relaciones afectivas. Todo lo cual confluye para explicar –a último momento, como si de un policial se tratara– su prolongada permanencia en Londres y el presente paralizado como una postal perdida de su familia.
Novela intelectual, exquisitamente escrita y compuesta de tantos niveles como una ilustración que no guarda relación obvia con su texto, En el aire es una obra construida a partir de una poética de las nubes: difusa, volátil y sugerente.
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