Ivy Compton-Burnett fue una escritora enigmática cuya educación sentimental se fijó en los años victorianos. Experta en diálogos y familias numerosas, habitó la periferia de Bloomsbury pero fue admirada por la juventud rebelde.
› Por Alicia Plante
Ivy Compton-Burnett (1884-1969) fue una escritora secreta, apenas conocida en nuestro medio e inicialmente poco difundida y hasta resistida por algunos de sus contemporáneos dentro de Gran Bretaña. En esta octava novela, inicialmente publicada en 1939 bajo el título A Family and a Fortune, la escritora nos asoma a la casa grande de los Gaveston, una familia victoriana típica de fines del siglo XIX, época en que la escritora vivió su dificultosa infancia y primera adolescencia. Resulta evidente que esos años iniciales estructuraron los cimientos emocionales y el entramado relacional de su narrativa (diecinueve novelas), y que su reiterada ambientación en el siglo anterior apenas encubre el apasionado interés por su propio tiempo, escenario real de sus relatos. De la problemática social de esa primera mitad del siglo XX, dentro del entorno acotado de lo doméstico, su mirada enfoca con particular agudeza y ternura la cuestión del ejercicio abusivo del poder sobre los más débiles
Parecería que más que una fuente permanente de imágenes e ideas, el tema de la familia numerosa (la suya ciertamente lo fue, siendo ella la séptima de doce hermanos, y primera de la segunda madre), con sus dolores, lealtades y traiciones, funcionó como una telaraña de la que nunca pudo o quiso desprenderse. Prueba de esto podría ser que a lo largo de casi toda su vida usó un luto riguroso, primero por su adorado padre, luego por su madre y posteriormente por dos hermanos, compinches de la juventud, perdidos prematuramente. Si con posterioridad alguna vez pensó en abandonar su adusto porte de gobernanta victoriana, el pacto suicida de sus dos hermanas más jóvenes terminó de enfriarle la mirada y de sumirla en su característico silencio frente a los desconocidos. Extrañamente, trascendió que cuando la rodeaban sus escasos y fieles amigos, Ivy Compton-Burnett se transformaba en un ser afable y afectuoso. De su intimidad también cabe señalar que a partir de 1919 su vida sentimental se estabilizó junto a Margaret Jourdain, con quien vivió hasta la muerte de ésta, ocurrida en 1951.
Relata su biógrafa Hilary Spurling que Leonard Woolf, marido de la gran Virginia y editor de Hogarth Press, rechazó de plano el manuscrito de su segunda novela: “ni sabe escribir” fue la opinión expresada. Contemporánea de Virginia, de James Joyce, de D.H. Lawrence pero externa al movimiento modernista de Bloomsbury, Compton-Burnett sufrió la cautelosa reacción del establishment literario que veía aparecer en sus novelas la amenaza de la frivolidad y las tendencias más inquietantes de la juventud del momento.
No obstante, la publicación de la presente obra la encontró ya consagrada, especialmente entre la generación avant-garde. El curioso fenómeno de ser rechazada por sus contemporáneos y aceptada por los más jóvenes seguramente fue consecuencia de sus compromisos éticos, desplegados literariamente con innovadora inteligencia. De hecho, su posición la convirtió en una iconoclasta radicalizada, finalmente subversiva de los valores timoratos e hipócritas de la burguesía británica de entreguerras. Respecto de su estilo, hay que destacar que Compton-Burnett es capaz de escribir una novela entera en forma de diálogo, algo que inculca en el relato un dinamismo digno del teatro. Y sin embargo, para los gustos actuales, esos personajes casi disfuncionales resultan excesivamente paradigmáticos, mientras su lenguaje parece regodearse en caldos barrocos.
Por otra parte, los avatares de los Gaveston son abordados por la escritora con sutileza y prolijidad. Casi podría dividirse la novela en partes: todo comienza con la llegada de personajes nuevos que alteran radicalmente la armónica rutina doméstica de la familia; la aparición de una herencia que insinúa la fragilidad de todo lo que parecía fuerte; el amor como palo en la rueda del bienestar familiar; la muerte para acabar con ciertas apariencias y abrir puertas prohibidas; la traición, la maldad, el peligro. Mientras, esos personajes que buscaron desesperadamente antítesis ejemplificadoras que les permitieran establecer categorías para medir la bondad, la generosidad y la superioridad moral de cada uno, tejen la trama de un final feliz que no alcanza a apagar los fuegos que crepitan suavemente, agazapados en cada rincón oscuro de la casa.
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