Sábado, 6 de noviembre de 2010 | Hoy
Alberto Fuguet supo encarnar la ascendente figura del nuevo narrador latinoamericano que se peleaba con los padres, el realismo mágico y los mandatos del canon chileno, entre Neruda y Donoso. Autor de muy buenas novelas como Mala onda y Tinta roja, el equívoco empezó a rodearlo por izquierda y por derecha. Casi abandonó la literatura por el cine, pero finalmente volvió a escribir. Missing (una investigación) es su nueva novela, aunque tiene mucho de no ficción y biografía familiar, a partir de la historia de su tío Carlos, un chileno perdido literalmente en los Estados Unidos. En esta entrevista habla del pasado, de Bolaño, Fogwill, Caicedo y, desde luego, de su tío que leyó el libro.
Por Martín Pérez
Cuando se le pregunta si escribir un libro como Missing (una investigación) es la labor de una vida, Alberto Fuguet no puede evitar sonreír. “No sabría decirte”, responde. Luego agrega, rápido y como al pasar, bien chileno: “¿Media vida?”. Acto seguido, revela que casi dos décadas atrás, luego de entregar Mala onda, su primera novela, su editor de entonces lo llevó a almorzar y le hizo una de esas preguntas acordes con su cargo, del tipo y-ahora-qué-vas-a-hacer. Alberto recuerda que ahí fue cuando contó por primera vez en ese contexto la historia de su tío Carlos, la oveja negra de una familia de inmigrantes chilenos en Estados Unidos que un buen día agarró sus cosas, se fue de su casa y nadie más lo volvió a ver, perdido desde entonces en el gran país del Norte.
“Ahí tenés una novela, che”, imita Alberto la respuesta inmediata que recibió de su editor, Ricardo Sabanes, el argentino que lo descubrió entre los alumnos del taller literario de Antonio Skármeta. “Yo también creo, pero nunca la voy a escribir”, asegura que fue su resignada respuesta, con toda clase de cuestiones familiares irresueltas dando vueltas en su joven cabeza.
Con su tío Carlos finalmente reencontrado, y su historia contada en un libro más vivido que escrito, que fue galardonado unánimemente por la crítica chilena como la mejor novela del año pasado, Missing (una investigación) es la culminación del lento reinicio de la carrera literaria de Alberto Fuguet, el punto final del malentendido que guió toda su historia dentro de las letras latinoamericanas. “Cuando me dicen que he cambiado, como sucedió en las notas que me hicieron el año pasado por el premio de la crítica, yo me niego a aceptarlo. No soy yo el que maduró, sino que fueron los demás”, dice con una sonrisa rebelde y terca el que supo ser considerado el escritor del milagro económico chileno, una confusión (“¿Qué iba a hacer? ¿Ir a explicar quién era casa por casa?”) que se profundizó con la antología McOndo, luego de la cual Fuguet se sintió odiado por toda la comunidad literaria latinoamericana, y casi le hizo tomar la decisión de dejar de publicar. De hecho, cuenta, antes de empezar el rodaje de Se arrienda, su primer largometraje como director, en Chile varios amigos le celebraron una cena despedida de la literatura.
Pero ahora, después de una novela como Las películas de mi vida, el libro Mi cuerpo es una celda que armó con los escritos del colombiano Andrés Caicedo y las dos novelas que vendrán después de Missing –Aeropuertos, que está por salir en Chile, y Matías Vicuña, la continuación de Mala onda, para cuya escritura recibió el premio Guggenheim–, parece que Fuguet ha vuelto a ser escritor de tiempo completo. “Cineasta y escritor, las dos cosas, una apuntala a la otra”, aclara este chileno que asegura haber nacido mal.
Pero los tiempos han cambiado. Su tío, por ejemplo, ya no está perdido. “Ahora está en Las Vegas”, cuenta. Y Fuguet asegura finalmente sentirse en su casa. “Creo que me demoré veinte años en llegar”, revela. “Pero ahora siento que realmente estoy en un lugar que es el mío.”
Claro que había leído Menos que cero antes de escribir Mala onda. “Pero es como preguntarle a un argentino si escuchó hablar de los Rolling Stones”, exagera Fuguet, que está resignado a volver a escuchar las comparaciones cuando llegue el momento de publicar su segunda parte, que aún está en proceso de escritura. “La empecé a pensar antes de saber que Bret Easton Ellis estaba haciendo una segunda parte de su novela, pero, ¿qué sentido tiene intentar explicarlo? Ya me ganó de mano.” Ahora que Mala onda se lee en los colegios en Chile, por lo que sigue teniendo lectores adolescentes, Alberto asegura que esta segunda parte irá en contra de ellos. Y si Ellis está más en la ruta metaliteraria, asegura, lo suyo sigue más el camino de la trilogía de Richard Ford.
¿Tu Matías Vicuña será piñerista o concertista?
–Eeeeeh (se ríe), concertista, pero con distancia. Pero viene de una familia totalmente pinochetista. No es político ni nada, es gerente comercial de una cadena de hoteles. Y en eso estoy.
La idea es que la novela salga el año que viene, cuando se cumplan dos décadas del libro original. “¡No puedo creer que se cumplan veinte años!”, asegura el autor de la otrora novela juvenil del milagro económico chileno, detestado en su momento tanto por derecha como por izquierda. Según Fuguet, porque no adscribían, ni él ni los de su generación al canon de lo que tenía que ser un autor literario. “Sólo tenía los anteojos”, bromea.
¿No le servía el aval del taller de Skármeta? “Parece que no”, calcula, y señala aún hoy al pecado original, ese personaje que creó para un suplemento del diario El Mercurio, llamado Alekán. “Era como un joven de Puerto Madero celebrando el menemismo”, dice del personaje que descubría el sushi, tomaba Absolut y estaba tan donde tenía que estar, que –asegura con un dejo de orgullo– a nadie se le ocurrió pesnar que no existía de verdad. “Todos pensaban que era un traidor a su clase, pero lo hacía yo, que no conocía esos lugares, pero reporteaba. Tenía mis fuentes. Por ejemplo, estuve en el primer casamiento de la Bolocco sin estar ahí, llamando por teléfono después a quienes sí fueron y reconstruyéndolo a partir de mis notas.”
Tanto Alekán como Sobredosis, su primer libro de cuentos, para Fuguet terminaron siendo pasos en falso. De hecho, asegura, los cuentos no estaban incluidos en el plan original de su primer contrato y el título de la recopilación jamás fue su idea. “Me pegaron por derecha y por izquierda, unos por decadente, los otros por extranjerizante”, cuenta. “Con Mala onda pasó lo mismo, pero no hubo forma de pararlo, porque no paraban de leerlo.” Con los jóvenes de su generación, Fuguet se refugió en un flamante suplemento juvenil de El Mercurio, llamado Zona de Contacto. “La idea original fue hacerlo a imagen y semejanza del Sí de Clarín, pero no nos permitieron usar la música, así que lo hicimos alrededor de la literatura.” Rodeado por sus contemporáneos, Fuguet subió la apuesta y ahí llegó McOndo. Y el malentendido fronteras adentro se continuó fuera de Chile.
Su responsable asegura que no se dieron cuenta de lo que realmente significaba el título. Romper con el realismo mágico y hablar de una Latinoamérica urbana podía parecer algo evidente a mediados de los noventa para un escritor urbano, rodeado de sus contemporáneos en un proyecto exitoso como la Zona, decidido a buscar a sus pares en el resto del continente. Pero en pleno auge del neoliberalismo, el error de Mala onda parecía repetirse, y –aún sin Alekán continental de por medio– Fuguet pasó a encarnar la juventud literaria conservadora. “En los ámbitos académicos norteamericanos hacían tesis como ‘El neoliberalismo y Fuguet’, cosas así. No sólo era malentendido, sino que me consideraban el enemigo”, recuerda. “La verdad que me dolió quedar como fascista, y decidí dejar de pelear.”
Desde entonces, McOndo –que firmó junto a Sergio Gómez, que hoy trabaja como editor en la industria literaria chilena– nunca se reeditó. Su salida opacó en su momento a la que tal vez sea la mejor novela de Fuguet, Tinta roja, y permanece fuera de catálogo incluso ahora, que las compilaciones latinoamericanas de cuentos y crónicas que surgen aquí y allá parecen deberle algo. Aunque más no sea el respeto al primer referente.
“Es verdad, McOndo es ahora el mapa. Pero la única verdadera gracia fue ponerle una palabra provocativa como título. Pero no sabía entonces que lo sería tanto. Yo pensé que era más bien chistosa. No sabía lo grave y serio que podía llegar a ser.”
Alberto Fuguet puede asegurar no haber conocido, antes de recibir la elogiosa frase que ilustra la portada local de su última novela, a Fogwill. “Fue algo sorpresivo y agradable. Sobre todo porque no tenía acceso a él y no lo conocía. Lo que me hace creer que existe una hermandad cósmica entre escritores”, asegura el chileno, al que Fogwill celebra en Missing, asegurando que es una gran novela verdadera, cuanto más ficción, más verdadera. “Fuguet está parado todo el tiempo tambaleándose sobre los hombros del mejor Bolaño”, asegura el escritor argentino.
Si alguien debería haber defendido a la generación de Zona de Contacto en Chile, ése era Bolaño, ¿no es cierto? ¿Los conocía?
–Estoy especulando, pero creo que Bolaño lo sabía todo. Supongo que lo que no le cerró fue el vínculo con El Mercurio. Pero lo que hizo Bolaño fue conquistar una Zona propia: llamaba por teléfono a alumnos míos, no hablaba con los editores, sino con los pasantes.
Así que en vez de defenderlos, los atacó.
–No fue tanto. En mi caso, habló en contra y a favor. Por mi personalidad paranoica, estaba esperando el golpe, pero cuando habló en contra fue muy tangencial. Y se cargó explícitamente a Donoso, Edwards, Skármeta, Neruda, Mistral, Eltit, Sepúlveda, Isabel Allende y Marcela Serrano. Yo creo que estaba esperando que saliese Las películas de mi vida para opinar. Edmundo Paz Soldán me dijo que estaba muy curioso. Y en una de sus últimas entrevistas, que hace poco se conoció, habla bien de mí y dice que siente muchas cosas en común.
El archivo dice que Fuguet salió muy temprano a celebrar a Bolaño, cuando recién había aparecido La literatura nazi en América. “Pero enseguida llegaron los bárbaros a abrazarlo, y se lo llevaron”, explica. ¿Los bárbaros? ¿Querrá decir la academia? “Sí, ésos”, confirma. Para Fuguet, sin embargo, es un escritor que forma parte de un supuesto canon McOndo, que incluye a Manuel Puig, Cabrera Infante, Ricardo Piglia y, por supuesto, a Mario Vargas Llosa. “Creo que el Nobel ayuda a terminar de cerrar la polémica”, se ufana quien dice haber quedado afónico la noche del premio, ya que lo llamaron de todos lados para opinar.
Pero la posición política de Vargas Llosa más que cerrar, reabriría la polémica.
–Podemos estar discutiendo horas sobre eso, pero yo creo que Vargas Llosa no es un fascista. Es un freak, un psicópata al que le gusta provocar. Pero está totalmente en contra de las dictaduras y sus libros van a seguir creciendo con el tiempo.
De ese canon McOndo también forma parte Andrés Caicedo, orgullo personal de Fuguet, que de aceptar la tesis de su reinvención, asegura que arrancó más bien con una compilación de artículos periodísticos titulada Apuntes autistas, que reúne todos sus fanatismos (que incluso abre con el artículo publicado en la revista peruana Etiqueta Negra, que disparó Missing). Y luego con el libro de Caicedo, del que muchos dijeron –asegura– que era una pérdida de tiempo. Pero, justamente, de esas pérdidas de tiempo es que están hechas las carreras literarias.
Si se bromea con Fuguet diciendo que con Caicedo, al contrario de Bolaño, nadie se lo sacó de las manos, su respuesta es bastante seria. “Uno de mis orgullos es que no he escuchado en el Hemisferio Sur ni una palabra negativa contra Caicedo. Todo el mundo lo abrazó, lo admiró y lo respetó. Ni siquiera nadie lo trató de joven, que por aquí es una de las peores acusaciones. El verdadero triunfo de McOndo, a mi gusto, fue el reconocimiento unánime que recibió Caicedo.”
Apenas siete u ocho meses. Ese fue el tiempo que le tomó escribir una novela como Missing. “Estaba todo listo, ¿para qué demorarse más? Estaba el guión, los actores listos, el dinero. ¿Cuánto tiempo vas a tardar en filmar El Padrino? ¿Cuatro o cinco años? No. Listo. Se rueda.” De hecho, en aquel almuerzo luego de entregar Mala onda, Fuguet asegura que contó el primer tercio del libro. Su vida familiar, digamos. Y cuando comenzó a escribirla, se puede deducir, ya sabía el final. “Claro que sí”, confirma. “Para mí el momento clave del libro es cuando pude llamar a mi padre desde Denver diciendo que había encontrado a su hermano. Ahí sentí que ya cumplí con la investigación. Todo el resto fue extra.”
Lo que Fuguet llama el resto, es justamente Missing, el libro. Una novela en la que, tal como celebra Fogwill, baila con su verdad en brazos, reescribiendo su historia, literaria y también la propia.
“Cuando arrancamos con la escritura, le propuse a mi tío Carlos tres reglas para escribir su historia. Una, que yo estaba al mando. Dos, que el dinero no sería un problema, porque no quería que esto fuese un negocio. Y tres, que yo lo iba a entrevistar por mail, y él tenía que contestar”, revela Fuguet, que con ese material transformó la voz de su tío en un largo poema, que ocupa casi la mitad del libro. Podría haber sido un fracaso. De hecho, cualquier lector del libro antes de comenzar a leer ese tramo no puede evitar preguntarse: ¿qué estoy leyendo? Pero el resultado funciona de manera admirable. “Es que las transcripciones de mis charlas con Carlos no me daban la voz que necesitaba para la novela. La encontré con ese recurso, que para mí no fue un poema, porque no leo poesía. Fue como un rockero que escribe letras para su disco, como una larga canción. Fue un goce, realmente. Y funcionó tan bien, que mi tío me terminó preguntando cómo fue que hice para saber lo que él sentía en esos momentos.”
El momento clave de Missing, en realidad, llegó cuando estuvo terminado, cuando Fuguet le entregó a su tío por primera vez el libro para que lo leyera y le diese su opinión. “Fuimos a visitarlo a Las Vegas con mi padre”, recuerda. “Brindamos con champán y fuimos a Caesar’s Palace. Nos despedimos a la una de la mañana y le dije aquí está el libro. Tomate tu tiempo, leelo y cuando lo termines nos juntamos y me decís qué te parece.” Como Carlos no es lo que se dice un lector, Fuguet no se imaginaba que apenas doce horas más tarde reaparecería en escena. “No me digas nada, le dije. Y nos fuimos a un shopping, hicimos la cola en la cafetería de un Barnes & Noble, y nos sentamos. Ahí le pregunté: ¿Sí o no? Sí, me dijo.” Ya relajado, con la respuesta que necesitaba en sus manos, Fuguet le preguntó si había algo que no le gustaba. Y su tío empezó a aclarar minucias, como que en el ’79 no estaba aquí sino allá, o que el disco que le regaló en el ’82 no era de tal grupo sino de otro. “Así que insistí: Carlos, hay cosas muy fuertes que me contaste por mail. Todo verdad, me contestó. ¿No te da vergüenza?, insistí. Se encogió de hombros: Nadie me conoce, y yo no me arrepiento. Y agregó: lo que más me da vergüenza es haber robado e ido a la cárcel, pero ya pagué. Y ahí me dijo algo que no me voy a olvidar jamás: estoy impresionado, tengo que agradecerte, esto es un gran regalo, ahora me entiendo, ahora tengo una historia.”
Pero hay algo que sorprende aún a Fuguet, a un año de la salida del libro, y casi dos de que le presentó a su tío el manuscrito con su historia. “Lo raro es que a Carlos no le ha cambiado la vida. Su vida actual se parece a la anterior. Y eso sí que para mí ha sido un verdadero aprendizaje.”
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