> ESTA NOCHE DIGO ADIóS, DE MICHAEL KORYTA, LA úLTIMA ENTREGA DE LA COLECCIóN ROJA Y NEGRA
Asombrosamente precoz, prolífico y multifacético –además de escritor es investigador privado, periodista y profesor, y tiene apenas más de treinta años–, Michael Koryta deslumbra al mundo del policial negro con su detective Lincoln Perry y una serie de novelas de implacable gracia y eficiencia. Y en este fragmento del prólogo de Esta noche digo adiós de la colección Roja y Negra, Rodrigo Fresán, que la dirige, confiesa que Koryta resultó ser justo lo que estaba buscando: un escritor original y novedoso justamente porque sabía cómo volver a las fuentes y honrarlas como se debe.
› Por Rodrigo Fresán
UNO Siempre he defendido la importancia y la funcionalidad del lugar común. Sobre todo en lo que hace a los géneros. Más respeto por los a menudo injustamente despreciados lugares comunes, por favor. No olvidar nunca –tener siempre presente– que es a partir de los lugares comunes que se ensayan las más originales variaciones. Los lugares comunes son los sólidos cimientos sobre los que se apoya la tradición, a la que sólo se puede “traicionar” con talento, teniendo perfectamente claro y conociendo al detalle qué es lo que yace ahí abajo y enterrado vivo y por siempre joven.
Y es que un lugar en principio original y novedoso tiene que trabajárselo mucho para ascender a la categoría de lugar común. No es algo fácil ser ascendido a semejante grado y altura. Y cuando digo “lugar común”, se entiende, me refiero a todo aquello que –manejado con gracia y con elegancia– consigue la hazaña de no estrellarse contra los postes de la vulgaridad sino que, por lo contrario, traza con pericia y finura las curvas de lo que enseguida será considerado clásico.
Así, pilotos que llegarán más tarde a la meta y que salieron tanto tiempo después acelerarán ese material en forma de guiños o juegos. O, por lo contrario, si son pilotos de sangre pura, al revisitarlos conseguirán que se deslicen, una vez más, como si fuera la primera vez. Como si –reclamándolos para sí, respetuosa y apasionadamente– los hicieran suyos y nada más que suyos. Así –cuando hay talento de verdad–, el lugar común muta, en lo que hace al policial, a asuntos personales: a casos flamantes con perfume de melancólico largo adiós a los que se intenta abrir con una frágil llave de cristal a cambio de unos dólares a los que siempre hay que revisarles, por las dudas, su otro y sombrío lado. Tal es el caso del joven Michael Koryta.
DOS Y he aquí algunos de los muy transitados senderos que el joven muy joven (más detalles más adelante) Michael Koryta explora en esta su primera novela, con admirable admiración y espíritu tradicionalista, pero nunca conservador.
A saber:
–Un título tan pero tan noir.
–Un protagonista cínico pero sentimental.
–Un partenaire y buddy y sidekick y partner y colega con el que tener a cada rato esos indispensables diálogos chispeantes e irónicos con un trago en la mano y en la boca. Una ciudad, Cleveland, llena de lugares oscuros y ardientes pasiones y clima frío...
–... lo que permite el clásico desplazamiento geográfico para que nuestro investigador suba la temperatura en la inevitable Florida con una escena de sexo tórrido.
–Un cadáver que se niega a enfriarse y que, no, sépanlo: no se ha suicidado. Un anciano con pocas ganas de pasar su retiro en paz que se niega a aceptar la versión oficial de la muerte de un hijo y pone en movimiento las ruedas de la investigación.
–Un par de desaparecidos a encontrar.
–Una hermosa mujer en problemas que, por supuesto, trae problemas.
–Una periodista inquieta y platónicamente enamorada del héroe (¿o es al revés?).
–Un magnate corrupto.
–Policías sinuosos y agentes del FBI no del todo confiables.
–Mafiosos feroces (aquí rusos) pero, aun así, orgullosos poseedores de una cierta ética y de un código de honor.
–Algunos muertos más, estratégicamente dispuestos.
–Un clímax violento y un último twist en la trama.
–Un desenlace triste, solitario y final.
Y lo de antes: el lector regresa a todos estos paisajes con la felicidad de saber que los conoce y, de pronto, la alegría de comprender que no los conocía tanto.
Porque –sí, ésa es la clave secreta y el milagro de su naturaleza– los lugares comunes siempre tienen algo nuevo que ofrecer.
TRES Y, atención, Michael Koryta es un nombre nuevo dentro de la serie negra (en realidad ya no tanto, porque desde 2004 ha publicado nada más y nada menos que seis libros), pero nunca fue un novato. Porque con Esta noche digo adiós –finalista en su momento para el muy prestigioso premio Edgar y ganadora de los igualmente codiciables Great Lakes y St. Martin’s / Private Eye Writers of America for Best First P. I. Novel–, Koryta debutaba como un profesional curtido y experto... con apenas veintiún años de edad y una sólida novela terminada a los veinte.
Y eso no era todo: además, Koryta llevaba trabajando –en los ratos
libres que le dejaban sus estudios secundarios– como periodista premiado e investigador privado. De ahí que no se demorara en darle la bienvenida como al más valioso de los freaks. Y que veteranos como Lee Child (1) y Michael Connelly (2) y Ridley Pearson (3), entre muchos otros colegas y críticos especializados, lo saludaran cómplices y encantados con la idea de un chico que llegaba y se sentaba a la mesa de los grandes y que, además, traía con él a un tal Lincoln Perry.
CUATRO Lincoln Perry es el detective privado con el que Michael Koryta prolonga un linaje que incluye a Sam Spade, Philip Marlowe, Lew Archer y Harry Bosch.
Pero hay una diferencia atendible: Perry tiene treinta y pico de años, y parte del atractivo de seguirlo a lo largo y ancho de sus cuatro casos hasta la fecha (4) pasa por ver cómo se va endureciendo y mejorando –con la ayuda de su más experimentado socio, el policía retirado Joe Pritchard– a fuerza de los golpes de los lugares comunes en el archivador metálico en el que se van acumulando los legajos y expedientes. Porque el argumento de todo lo que sigue a Esta noche digo adiós vuelve a desbordar de resonancias académicas y déjà vu bien añejado como el mejor de los whiskies. Así, en la chandleriana El lamento de las sirenas (de 2006 y acaso mi favorita entre todas las suyas, nominada para el premio Shamus), Perry investiga la no del todo clara muerte de un amigo de adolescencia que eligió el mal camino pero que, para él, nunca pudo haber sido un asesino.
En la muy Hammett Una tumba acogedora (de 2007, y nominada para el premio Quill) es el cuerpo de un antiguo rival lo que pone a Perry tras la pista de un hijo distanciado para informarle de su herencia millonaria. El problema es que Perry encuentra al hijo dentro de una de esas bolsas con cierre relámpago que ya saben para qué sirven.
Y en La hora del silencio, Perry es contratado para hallar a una misteriosa heredera e hija de mafioso italiano quien nunca pudo llevar a la práctica un programa de ayudas a delincuentes en libertad bajo palabra y, por el camino, descubre secretos familiares marca Ross McDonald.
Y, sí, todo indica que esto no ha hecho más que comenzar y que la agencia Koryta & Perry va a seguir abierta y prosperando por mucho, mucho tiempo.
CINCO Y algunos detalles más dignos de figurar en el informe para el cliente que ha contratado los servicios de este autor y del detective aquí adentro. Michael Koryta vive hoy en Bloomington, Indiana, ha sumado a su currículum un bachelor’s degree en derecho criminal, y da clases de periodismo en la Indiana University sin por eso dejar de aceptar de tanto en tanto algún caso; en especial si tiene que ver con la posibilidad de hacer justicia para niños que no pueden defenderse. En lo que hace a la génesis de su vocación, Koryta afirma que siempre disfrutó de los clásicos (Chandler y Hammett), pero también de autores modernos como Robert Crais, George Pelecanos, Robert B. Parker, James Lee Burke, Richard Price y Dennis Lehane. De este último, la lectura de Desapareció una noche a sus dieciséis años fue lo que significó para él lo más parecido a un disparo de partida. “Fue el libro que más me conmovió y que me hizo decirme: ‘Tengo que intentar algo así’. Me encanta su prosa y su ritmo. En realidad (aunque en términos de carrera me imaginaba más escribiendo guiones de comedias para televisión tipo Seinfeld), yo siempre quise escribir novelas de detectives. No fue tanto una decisión como una parte integral de mi vida. Crecí viendo películas policiales, mi padre era un fan de Humphrey Bogart y Alfred Hitchcock. Así que escribí mi primera novela durante mi primer año en la secundaria. Fue rechazada por la editorial especializada St. Martin’s Press, pero generó el suficiente entusiasmo como para reincidir en el asunto y me gustó reencontrarme con los mismos personajes. Esta noche digo adiós, escrita entre las doce de la noche y las tres de la mañana, el horario en el que mejor trabajo, iba a ser en realidad el segundo libro de la serie, pero acabó siendo el primero. Y ahora, en perspectiva, creo que todos salimos ganando con que así fuera.”
SEIS Y un último detalle, un apunte personal, una confesión de un inocente que parte de su vida pasa por lo criminal y está feliz de que así sea. Cuando comenzó a armarse la colección Roja & Negra, yo tenía claro cuáles eran los territorios típicos del género. Y tenía claro también que lo interesante era ubicar en el mapa los mejores callejones; pero que, de algún modo, éstos no siguieran el trazado típico.
De este modo y recapitulando, pienso que El poder del perro de Don Winslow no es la típica novela de narcotraficantes, así como la trilogía Harry Starks de Jake Arnott no presenta el típico modelo de gangster, La química de la muerte de Simon Beckett ofrece algo muy diferente al típico misterio forense, la serie de la médium de ojos violeta Natalie Lindstrom no invoca a los típicos fantasmas del policial con muertos-vivos, y la trilogía de Los hombres de paja de Michael Marshall no explora el típico perfil del asesino serial. Dentro de este espíritu –buscando escapar de la típica gabardina que se la pasa lanzando frases/eslóganes sarcásticos–, no era sencillo encontrar al candidato perfecto para ocupar el casillero “detective privado” de Roja & Negra. Mis nombres favoritos, claro, ya estaban fichados por otras agencias desde hacía mucho tiempo. Así que leí mucho y encontré más bien poco: innovaciones que iban de lo absurdo a lo gracioso, pero que se quedaban nada más que en eso. En chistes ingeniosos que enseguida dejaban de serlo y que no demoraban en convertir la sonrisa en mueca.
Y un día llamé a la puerta del despacho de Esta noche digo adiós y no dudé en contratar sus servicios. Porque fue entonces cuando comprendí que lo que yo en realidad estaba buscando era otra cosa. Y que, en contadas pero en perfectas ocasiones, la originalidad y lo novedoso pasan por saber volver a las fuentes y –bebiendo de ellas, una ronda de gimlets para todos– honrarlas como se debe. Lo de antes, lo del principio. Lo tan poco común de saber moverse tan bien entre lugares comunes. Muchas gracias, mister Koryta. Bienvenido, mister Perry.
(1) Dijo Child: “Un debut de primera clase rebosante de suspense, tensión, juegos y encanto”.
(2) Dijo Connelly: “Koryta es uno de los mejores entre los mejores [...] Su Lincoln Perry va a quedarse entre nosotros por un largo tiempo”.
(3) Dijo Pearson: “He visto el futuro, y el nombre del mejor escritor de policiales de Estados Unidos no es otro que el de Michael Koryta”.
(4) Todos y cada uno de ellos a ser publicados en esta colección. Y, por si esto fuera poco, Koryta es también autor de una novela sans Lincoln Perry y con vástago que descubre que su progenitor no era exactamente quien él creía que era (Envy the Night, de 2008, ganadora del premio Los Angeles Times Book en la categoría de Mistery) y un muy celebrado thriller sobrenatural que ya le ha valido comparaciones con Peter Straub, Dan Simmons y su muy admirado Stephen King: So Cold the Lake (2010). Cabe añadir que los libros de Michael Koryta ya están traducidos a quince idiomas y sumando.
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