Dom 05.12.2010
libros

Entre el amor y la politica

En una biografía íntima pero de poderosos ecos y cuestionamientos políticos, Adriana Puiggrós vuelve sobre la figura y la vida de su padre, desde su formación comunista a comienzos de siglo hasta el oscuro episodio de su ataúd en México.

› Por Angel Berlanga

Los dos empleados del Panteón de Dolores, México, cavaban para desenterrar el ataúd de Rodolfo Puiggrós. Febrero de 1987: seis años y pico llevaba ahí. Por acuerdo familiar su hija, Adriana, encaraba la gestión de cremarlo y traer sus restos al panteón de la familia en el Cementerio de la Chacarita. La punta de una pala dio, de pronto, contra algo metálico; cuando se despejó un poco la tierra, uno de los que cavaban empalideció, gritó en simultáneo ¡Ay, hijo de la chingada!, y salió corriendo. El otro enseguida hizo lo mismo y aterrado le gritó, a ella: ¡Su papá está vivo, así como yo! A través del vidrio grueso, una pequeña ventana en el cajón de plomo, se veía la cara del muerto. Su papá está como tratado, los embalsamados no se queman, no se queman, no se puede, oyó del director del lugar. Y ahora podría contarse acerca del factor sorpresa, porque: uno, Adriana Puiggrós se enteró ahí de qué habían hecho con el cuerpo de su padre (aunque estuvo en el funeral); dos, el jefe del Panteón confesó que “un hombre sigue yendo y les da” para que lo cuiden, y tres, según señala la propia autora, a pesar de que contó esto muchas veces a lo largo de estos años, “nadie escribió una sola línea sobre el episodio del embalsamamiento”.

Rodolfo Puiggrós – Retrato familiar de un intelectual militante. Adriana Puiggrós Taurus 280 páginas

Adriana Puiggrós comienza su Retrato familiar de un intelectual militante por aquí, por la muerte y lo vinculado a la posterior y siniestra manipulación del cuerpo de su padre, Rodolfo, periodista, historiador, político, autor de una treintena de libros, rector de la UBA en 1973, uno de los referentes más potentes del peronismo de izquierda. Cuando murió, el 12 de noviembre de 1980, en Cuba, era parte del Movimiento Peronista Montonero. Sergio, otro de sus hijos, era oficial de la organización y murió en un enfrentamiento en 1976. Fue la conducción –cuenta la autora– la que decidió embalsamarlo y ocultar lo hecho durante los funerales en México. Allí mismo, meses antes, acomodaron las fichas para que el padre no pudiera asistir a la presentación, en el exilio mexicano, del primer libro de la hija, Imperialismo y educación en América Latina (Adriana Puiggrós es, sabemos, una notable pedagoga con unas veinte obras publicadas, actual diputada nacional por el Frente Grande-Frente para la Victoria, largo etcétera). Mario Firmenich le mandó poco después un emisario para hacerle firmar la cesión de derechos. Incluso ya en 1987, durante el fin de semana que tuvo que esperar para superar las barreras burocráticas para la cremación, recibió un par de llamados intimidatorios. Le dijeron, por ejemplo: Soy el encargado de cuidar a Rodolfo. Te avisamos que no te metas con lo que no es tuyo. Murió montonero y no te pertenece. Es nuestro. Tené cuidado. Con todo, excepto esa alusión al nefasto Firmenich, no aparecen nombres vinculados a este episodio, que marca a fuego al libro.

En la página de Internet de la autora figura lo que se intuye como un título previo para este libro: Tiempos de pasión. El joven Rodolfo Puiggrós, entre el amor y la política. Y es que, tras el episodio, la narración rebobinada en el tiempo parte desde el nacimiento en 1906, en la por entonces calle Independencia en esta ciudad, del l’hereu de una familia catalana que, pronto, renegará del mandato. La escritura de Adriana Puiggrós retrata el periplo de su padre amorosamente, con gran plasticidad y fluidez, sin derrapar a pegajosidad alguna. Ahí están los mitos, las discusiones de sobremesa, el romance con su madre y luego la distancia, los recorridos políticos (“para los hermanos, que fuera comunista y peronista era la peor de las combinaciones”), los libros leídos y los escritos, La locura de Nirvo (la novela que publicó con el seudónimo de Rodolfo del Plata), el viaje a Leningrado en los años ‘20, las tensiones con Codovilla y la posterior expulsión del PC, las dificultades para cobrarles a los editores. En otra línea del libro la autora cuenta la historia de su madre y su familia materna, judía, llegada desde Crimea en los años ‘30. “La insistencia de mi padre sobre el origen judío de los catalanes irritaba a su familia, católica y catalana, tanto como a su suegro”, escribe Puiggrós. La inclusión de escenas y sensaciones personales de la intimidad contribuyen a un retrato que se expande a lo social y cultural, por un lado, y a lo profundamente personal por otro: en cada página aparece un diálogo antiguo, una imagen, el cantar de un vendedor, la forma de un objeto.

Es llamativo que en la última parte la narración se acelere y se cuente, en las 25 páginas finales, en el capítulo “Y llegó el peronismo”, lo acontecido desde 1945 en adelante con Puiggrós, lo que lleva a pensar en aquel título intuido (El joven Rodolfo) y, también, en la decisión de no trajinar lo más conocido y analizado de su padre, exiliado tras las amenazas de la Triple A (ahí están los textos de su biógrafo, Omar Acha, y sin embargo queda la sensación de que la autora acaso tenga más por decir). El retrato familiar, entonces, muestra lo que solía quedar puertas adentro, y en esas coordenadas se inscribe el episodio final, el narrado al principio: que no lo cuente, que la va a perjudicar, le decían a Puiggrós. “¿Qué articulación perversa –se pregunta– permitió que el cuerpo de mi padre, crítico acérrimo de la burocracia soviética, fuera tratado con técnicas cubanas herederas de las que aplicó el patólogo Alexei Ivanovich Abrikosovun al cuerpo de Lenin por orden de Stalin, quien descalificó el pedido que el propio Lenin había hecho en su testamento de ser enterrado en Petrogrado junto a su madre?” Y otra pregunta, tras cartón: “¿Qué siniestros vínculos entre la muerte y los rituales de la política se construyen en nuestro país?”. Ante los argumentos de ocultar, de no darles armas a los enemigos, Adriana Puiggrós responde hoy, en este libro, que silenciar el embalsamamiento de su padre obstruye el análisis de “estructuras profundas de las formaciones político-culturales de nuestra sociedad”. “La censura instalada para no llevar agua al molino de la derecha –sostiene– es una posición especular, una autorreferencia que se torna un obstáculo para el propio desarrollo y que, en el fondo, expresa una enorme cobardía.”

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