Dom 19.12.2010
libros

Final del juego

El español Gabi Martínez, figura del joven periodismo español, arma en Atico una trama donde los videojuegos tensan la relación entre ficción y realidad, en una novela que transcurre durante los atentados a las Torres Gemelas.

› Por Ezequiel Acuña

Un día, un hombre cualquiera toma una decisión que venía saboreando hace tiempo, se obsesiona y se embarca en ella como si no hubiera vuelta atrás. Con sus variaciones infinitas, es probable que este argumento sea uno de los puntos de partida clásicos de la literatura. Lo interesante, en todo caso, es que Atico de Gabi Martínez es una novela fresca y contemporánea que sigue el camino de dialogar con las formas consagradas de la literatura, empezando por aquel disparador. Un programador informático llamado Eduard es despedido de la empresa donde trabaja y decide aprovechar la indemnización para encerrarse durante tres meses en el ático de un edificio a crear un videojuego que haga historia. Tiene todo planeado, contrata a una persona que pase a buscar la basura y traiga comida, hace ejercicio metódicamente en la terraza, organiza su rutina, y prepara un ambiente cerrado para el trabajo. Pero, claro está, no todo depende de él y el azar, esa música, juega su pasada: Eduard sale un día a la terraza y conoce a Faridza, que vive en el ático de enfrente con su abuelo y riega todos los días las plantas.

Escritor joven pero con cierta trayectoria, Gabi Martínez (Barcelona, 1971) figura dentro del mercado editorial español como promotor de nuevos criterios y, aparentemente, reconocido alborotador. En sus primeros libros seguía la línea de la literatura de viaje, a mitad de camino entre el diario y la aventura, intentando renovar el género en Solo marroquí, Anticreta, y sobre todo Diablo de Timanfaya. Este último, una crónica sobre las islas Canarias, fue centro de atención allá por el 2000 cuando la comunidad canaria lo entendió como una difamación que atentaba contra los intereses turísticos de las islas. Su siguiente cruce mediático, o por lo menos dentro del campo de la escritura, fue respecto del modelo periodístico. Unos años atrás, Gabi Martínez defendía contra viento, marea y editores la figura del periodista-narrador y las formas del “nuevo periodismo”, ese que desciende desde Capote y Hunter S. Thompson, pasando por David Foster Wallace. Con su libro de reportajes Una España inesperada, Martínez se convertía en un referente del “nuevo-nuevo periodismo” que hoy parece deleitar a los españoles. En ese sentido, Atico es la novela en donde Martínez apuesta a introducir en la literatura determinados temas de la sociedad actual como los avances tecnológicos, los videojuegos y la realidad virtual sin dejar de mirar hacia la tradición literaria.

De aquel comienzo de Atico salen dos relatos paralelos y sincronizados. Por un lado la historia del juego en sí, las repercusiones que tuvo luego de ser lanzado, cómo se ubica en la historia de los videojuegos, su desenvolvimiento en el mercado, y su consagración entre los gamers. El videojuego, llamado precisamente “Atico”, se trata de escenarios de realidad virtual por los que circulan personajes con una base de datos de miles de libros y diálogos literarios para responder a las situaciones. Atico vuelve sobre el tópico del arte como una forma sublime, pero más bien como una puesta a prueba que empieza con la categoría del programador-artista, bastante fresca y no muy delirante, y sigue con la obra de arte y el mercado. Por el otro está la historia que cuenta la relación de Eduard, Faridza y la programación del videojuego, una especie de trío en donde la temática principal es la soledad de cada uno de los personajes frente al otro y al mundo que los rodea, informatizado o no. Eduard programa, se desconcentra, quiere ver a Faridza; ella le envía e-mails con pequeñas biografías de hombres letrados: Pessoa y el desasosiego, Nietzsche y su solitario superhombre, Thoreau solo contra la naturaleza. Entonces vuelve aquella pregunta ¿escribir para no volverse loco o, como se dice en la novela, “un hombre puede volverse loco sentado”? Se trata, entonces de la historia del artista, dividido entre su obra y su musa, dos amores y dos obsesiones. El escritor de hoy, el escritor de juegos de computadora, encerrado en la torre de marfil desde donde prepara su creación, pone a funcionar un mecanismo interesante de ida y vuelta entre tópicos consagrados de la literatura y el mundo del siglo XXI. Vale decir, en ese sentido, que la novela se sitúa en el 2001 y arranca haciendo mención a los aviones que derribaron las Torres Gemelas, ubicándose en un momento de quiebre y cambio de la historia, por lo menos para el Primer Mundo. En definitiva, un claro e interesante juego entre lo viejo y lo nuevo.

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