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Domingo, 19 de diciembre de 2010

Contados países

Bajo la idea de que toda nación es inseparable de la forma en que se la construye discursivamente, se articula un volumen coordinado y dirigido por el ensayista Homi Bhabha, quien, nacido en India y educado entre Bombay y Oxford, es uno de los principales referentes de los estudios poscoloniales. En tiempos en que la xenofobia y los nacionalismos exacerbados amenazan incubarse en cualquier parte del mundo, y cuando despunta el racismo en nuestro propio país, Nación y narración hace un aporte complejo y multidisciplinario a las temáticas de la identidad y las diferencias culturales.

 Por Susana Cella

El tema de la nación –y el nacionalismo– resulta, en el contexto xenofóbico que se plantea hoy en el mundo, de primordial interés, y un análisis de cómo se ha constituido ese polémico concepto no podía ser ajeno a uno de los representantes principales de los estudios llamados poscoloniales. Nacido en India, educado entre Bombay y Oxford, Homi Bhabha, concentra en su propia historia el dilema de la relación colonizador/colonizado que ya Franz Fanon había encarado décadas atrás, legado que retoma Bhabha al señalar que su libro “busca afirmar y ampliar el credo revolucionario de Franz Fanon”.

La propuesta de Nación y narración ya desde el subtítulo (“Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales”) anuncia dos ejes claves que recorren todo el texto. En el primer capítulo del extenso volumen, Bhabha postula el carácter ambivalente del concepto al considerar que las narrativas de la nación de tipo homogéneo, tendientes a establecer un origen y señalar elementos de cohesión en la tentativa de construir una unidad, no sólo remiten a las relaciones entre el discurso del dominador y del dominado, a otro fuera de esa unidad, sino que eso otro (supuestamente excluido) está ya en la emergencia de tal concepción en tanto ésta, en el señalado carácter ambivalente, contiene también –de modo implícito, silencioso o sintomático– la relación con lo que antecedió a la forja de la idea de nación en la modernidad, es decir, una temporalidad diversa, que no es lineal y acumulativa, sino recursiva, con retornos, que se presentifican y que conllevan asimismo otras visiones del mundo, considerando esto en relación con la historia tanto de Occidente como de otros lugares.

Nación y narración. Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales Homi K. Bhabha Siglo XXI 444 páginas

Es decir, la “figura” de nación aparece no como una esencialidad, sino como “producto de su historia transitoria, de su indeterminación conceptual, de su vacilación en cuanto a los vocabularios”, lo que de inmediato lleva a preguntarse por los efectos de “lo nacional” (según las narrativas que lo definen) en lo concerniente al conjunto de experiencias que van desde la vida cotidiana, el terror al otro distinto, las experiencias políticas, la dimensión institucional, hasta la relación entre la palabra de la ley y las hablas del pueblo. En esta lógica de suma (no de mero agregado), la frontera aparece menos como una delimitación que como el lugar donde se dirimen, entre el “adentro y el afuera”, las formas de hibridación, el ineludible lugar de las mezclas e interinfluencias.

A esta suerte de introducción de Bhabha sigue un conjunto de ensayos que, como exploraciones por diversos ámbitos, apelaciones teóricas, producciones artísticas, recorridos por la historia, abordajes políticos e ideológicos, tienden a examinar precisamente esos efectos sobre el conjunto de prácticas humanas aludido por Bhaba, quien incluye un texto de Ernest Renan de 1882 titulado “¿Qué es una nación?”, donde se examinan –y cuestionan– los factores que aparecen como elementos cohesionantes: raza, lengua, territorio o religiones para afirmar por sobre la sumisión a uno de éstos, la presencia de comunidades en oposición a un poder unificado dominante. Retoma el ensayo siguiente, de Martin Thom, la oposición al determinismo criticado por Renan volcándose a analizar un tramo de la historia de Francia, cuya importancia en cuanto a crear el concepto de nación es primordial teniendo en cuenta su rol en la fundación de la modernidad. A este período alude Timothy Brennan, en “La nostalgia nacional de la forma”, al sondear “los mitos de la nación” en las formas épicas, lo que lleva a dos vertientes que se ligan con capítulos siguientes: por una parte, la función de la novela relacionada con las narrativas de lo nacional, apelando a citas de Lukács y Bajtin, y por otra, las condiciones y rasgos de las narrativas en el Tercer Mundo, de modo que se visibiliza aquello implicado en el nacionalismo según el lugar desde donde se lo promueve.

Estos dos parámetros conducen a análisis pormenorizados en determinadas producciones literarias de América latina (Doris Sommer), inglesas (John Barrell, Bruce Robins y Gillian Beer, sobre Sir Joshua Reynolds, Charles Dickens y Virginia Woolf, respectivamente), norteamericanas (David Simpson y Rachel Bowlby, en un cuestionamiento a la tradicional imagen de “poeta nacional” de Walt Whitman, el primero, y respecto de la feminización del discurso en La cabaña del Tío Tom, la segunda). Cabe agregar aquí el trabajo que sobre la literatura inglesa, en relación con el establecimiento de un carácter y una lengua nacional, lleva a cabo Francis Mulhern, centrándose en el modo de armar una tradición que precisamente señala el enlace entre la formulación de una identidad nacional y la consolidación de historias de las literaturas nacionales. Frente a tal idea de centralidad, Sneja Gunew plantea la peculiar condición de Australia, para mostrar los modos de vinculación entre las pautas literarias marcadas por la metrópoli (inglesa) y las producciones locales. Un punto interesante que circula en el ensayo es una crítica al “pluralismo” cultural, en tanto mero agregado y no suma integrada (de lo que se ocupa Bhaba en el último capítulo). “El énfasis en el pluralismo cultural a menudo ha oscurecido las diferencias de clase e invalidado las posibilidades del pluralismo estructural”, señala Gunew recordando que la aceptación de esa diversidad suele ser aceptada por el poder, pero “dentro de límites estrictos”.

Asimismo, en un enfoque relacional y comparatista, James Snead confronta los “linajes europeos” y los “contagios africanos” en tres narradores (Tutuola, Achebe y Reed) cuya base común –no su territorio– sería la cuestión de la negritud (una formulación identitaria). El cotejo va a servir también para tratar otro tema relevante: lo universal y lo local. “Cuando defendemos lo local dentro de ciertas instituciones políticas y al mismo tiempo concebimos la razón como teoría”, afirma Simon Durin en su capítulo La literatura: ¿el otro del nacionalismo?, es importante examinar las variedades de nacionalismo, así como las dislocaciones históricas entre la literatura y las legitimaciones de la nación”, lo que permite concebir la posibilidad de una palabra literaria no refrendadora del concepto unicista de nación.

Al referirse a ésta en la copresencia de centro y bordes, Geoffrey Bennington alude al problema de la identidad/ diferencia. Este ensayo, de índole filosófica, se remite a la herencia de la Ilustración: “La idea de nación es inseparable de su narración; esa narración procura indefinidamente constituir la identidad en contraposición a la diferencia, lo interior en contraposición a lo exterior, y en la supuesta superioridad de lo interior con respecto a lo exterior, se prepara contra la invasión y para el colonialismo ‘ilustrado’”.

Al cabo de las complejas y particulares hipótesis, donde subyace el tema que cohesiona este texto, Homi Bhabha, en el último capítulo “DisemiNación” acude a un espectro amplio de autores (Hobsbawn, Kristeva, Bajtín, Said, Derrida, Lyotard, Anderson, Freud, Jameson, Foucault, Benjamin, entre otros) para pensar el espacio-tiempo contemporáneo de lo nacional como construcción cultural, según procesos de afiliaciones sociales y discursivas donde “todas las formas de significado cultural se abren a la traducción”.

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