Son judíos ortodoxos de sobretodos negros y barbas largas. Pero más allá del aspecto exterior, los rodea un mito de poder y persuasión, pero también cierto glamour posmoderno acorde con los nuevos tiempos. Un libro indaga por primera vez en la intimidad de los Lubavitch y su inserción en la Argentina.
› Por Natali Schejtman
Ante un libro o un estudio que se publique sobre Jabad Lubavitch, cualquier persona que esté incluso someramente al tanto del mapa comunitario judío va a preguntar: ¿a favor o en contra? Dentro del espectro de los judíos, al menos argentinos, los Lubavitch son mirados a veces con recelo, otras con desconfianza, incomprensión, envidia o con admiración y deseo.
Hay que entender que, al menos más que en otros países de la diáspora (es decir, fuera de Israel), en Argentina una parte significativa de la comunidad judía se caracterizó por expresar una apertura, una especie de clase media conceptual y cierto grado de progresismo, que supo encandilarse desde mediados de siglo veinte tanto con los kibutzim socialistas como con las enseñanzas de algunos rabinos líderes que veían en la Biblia y en su interpretación por los sabios, el Talmud, interminables preguntas filosóficas y parábolas para la vida que había que repensar una y otra vez. Alejandro Soifer retrata en este libro a otro sector del judaísmo, el ortodoxo, y dentro de ellos al grupo Jabad Lubavitch, en particular ascenso gracias a todo un dispositivo puesto para ello, que incluye, entre otras cosas, estrategias comunicacionales de acercamiento a las distintas franjas etarias y poder económico. También, el evidente carisma de quien está convencido de algo y una intuición para salir indemnes de múltiples crisis: desde la económica de 2001 –que dejó fuera de carrera a varias instituciones judías no religiosas– a la más indeleble crisis existencial posmoderna. Allí donde hay una pregunta por el sentido, la ortodoxia brinda respuestas desde la seguridad de la doctrina que, además, es milenaria. Soifer va indagando en distintos aspectos del círculo Lubavitch: los prejuicios que despiertan, su apertura progresiva para relacionarse y atraer a judíos asimilados, su sostén económico, el lugar de la mujer y también sus aristas más modernas, gracias a las cuales pueden hablar de Facebook o de la película Matrix.
La posición de Soifer como narrador es sinuosa: empieza relatando en primera persona el momento en que fue invitado a un Shabat en la casa de un rabino, un disparador para exponer su vínculo más del tipo alimentario y folklórico con su judaísmo “asimilado”. Luego se corre al costado para contextualizar el tema de los Lubavitch en Argentina y en el mundo, con la ayuda de bibliografía y testimonios. Mientras se deja seducir con sutileza por algunas leyendas que le dan fuerza al movimiento, como la del “milagroso” séptimo rebe, Menajem Mendel Schneerson, detalla agudamente herramientas de convocatoria y del dogma que cada lector podrá evaluar como cuestionables o no. Por otro lado, se convierte en un cronista preciso cuando él mismo asiste a las distintas actividades para jóvenes (los mejores momentos del relato, como en la fiesta juvenil de Purim, de la que nos regala una bella imagen de un rabino de barbas largas con peluca de payaso multicolor y kipá) o cuando entrevista a Matisyahu, el rapero jasídico que supo contribuir a la imagen pública de los Lubavitch. Becas para viajes a Nueva York, espacios de sociabilidad, buenos negocios, referentes exitosos, un ambicioso trabajo de ayuda social, pero también “arrepentidos” y polémicas en torno de algunas cuestiones de esa ayuda social, como la actitud que tomaron ante una donación oficial proveniente de un casamiento mixto. Todo eso y más aparece desarrollado, con prolijidad, información y curiosidad, en Los Lubavitch en Argentina.
En el epílogo, Soifer cuenta una escena en la que el rabino que lo había invitado al Shabat en el prólogo lo reta por la descripción burlona que hizo de él en su blog. Soifer le pide disculpas y escribe que aunque puede no coincidir en aspectos ideológicos y políticos, los respeta.
El libro tiene ese tono para ahondar en muchos rincones de esta topadora, que sabe relativizar y a veces disimular una vida sacrificada destinada al cumplimiento de 613 preceptos, sin las actualizaciones que otros referentes judíos sí quisieron reflexionar. La vida que proponen no es nada fácil. Por algo a los ortodoxos se los llama jaredim, que significa temerosos (de Dios). Aunque algunos, como cita Soifer bien al comienzo, crean que a quien hay que temer ahora es a estos hombres de negro.
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