Aprovechando las novelas de educación sentimental del siglo XIX, Janice Lee elabora una astuta mirada sobre la occidentalización en el siglo XXI.
› Por Juan Pablo Bertazza
Si determinar los motivos del éxito de una primera novela argentina puede resultar dificultoso, indagar por qué lo tuvo la ópera prima de una hongkonesa resulta casi imposible. Claro, vale decir que en verdad Janice Y. K. Lee se desempeñó como editora en Nueva York de revistas como Mirabella o Elle. De todas formas, no se ve todos los días un fenómeno como el de La maestra de piano, novela que, al día exacto de su publicación en Estados Unidos (en marzo de 2009), se ubicó en las listas de bestsellers de ese país y, al día de hoy, se ha traducido a más de veinte lenguas.
Pero ya ciñéndonos al marco de la novela, puede decirse que una de las razones del éxito de La maestra de piano es una fórmula que bien podría atribuirse al también hacedor de bestsellers de calidad Haruki Murakami: hablar de lugares exóticos –aun para un país tan cosmopolita como Estados Unidos– desde un imaginario bien occidental. Así como, por poner solo un ejemplo, Murakami hacía en Tokio Blues un tour guiado por la psicología de los jóvenes japoneses mediante el hilo de Ariadna del clásico “Norwegian Wood” de Los Beatles; Lee retrata, en esta novela, las hipocresías y dobleces de ese pueblo chico, infierno grande que es la sociedad de Hong Kong a partir de la prejuiciosa pero dispuesta mentalidad de Claire Pendleton. “Su madre le había contado que los chinos eran poco más que animales y que asfixiaban a las niñas porque preferían tener hijos varones”, es uno de los preconceptos que carga esta inglesa insulsa pero bastante bella que irá perdiendo sus prejuicios a medida que se va instalando en la colonia, luego de recalar a causa del trabajo de su marido: un tipo flemático que sólo parece estar dispuesto a proveer nuevos canales de agua a Hong Kong, mientras su vida (y especialmente su esposa) se le escapa como agua entre los dedos.
Con bastante entusiasmo, ingenuidad y no muchos recursos, Claire intenta aprovechar su nuevo sitio para transformarse en otro ser y, pronto, un acaudalado y tradicional matrimonio chino le ofrece dar clases de piano a su hija. Ya en las primeras lecciones (infructuosas debido al poco esmero que pone la niña) Claire encuentra un placer cleptómano con el que compensar su vida rutinaria: roba adornos, joyas y demás accesorios entre blancas, negras y si bemoles. Esta idea sumamente atractiva sirve además como anticipo de lo que va a ser esta novela llena de mentira y traiciones. Luego de robar y huir sin que nadie la pesque, Claire sigue transgrediendo y se vincula afectivamente con Will Truesdale (todos los nombres de esta novela parecen tener un significado oculto), el chofer del matrimonio, un hombre que esconde un pasado enrevesado, un pasado enigmático que, lentamente, se irá apropiando de toda la novela. Es así que esta obra que amaga con ser un romanticón remedo de Madame Bovary del siglo XXI se transforma progresivamente en un policial a caballo de dos momentos cúlmines de la historia de Hong Kong: antes y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón empieza a invadirla con prisa y sin piedad y una vez que intenta levantarse de entre las ruinas.
La maestra de piano constituye, entonces, una caja de Pandora al cubo: es una novela sobre Hong Kong escrita desde el imaginario anglo, indaga sobre las acalladas profundidades de la psicología masculina desde la voz femenina de la promisoria Janice Y. K. Lee y es, en definitiva, una novela de y sobre el siglo XXI que hace uso de la sensibilidad –a partir de Madame Bovary y Orgullo y prejuicio, sobre todo– del siglo XIX.
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