RESEñAS
La muerte y la brújula
LA NOCHEVIEJA DE MONTALBANO
Andrea Camilleri
Salamandra
Barcelona, 2001
334 págs.
POR SEBASTIAN BASUALDO
Andrea Camilleri avanza como uno de los autores más vendidos y populares de Italia a partir de 1998, y como nació en 1925 en Porto Empedocles (provincia de Agriento, Sicilia), y como publicó sin éxito su primera novela en 1980, muchos podrán pensar que le llegó tarde su reconocimiento. Pero no: ocurre que, en 1994, Andrea Camilleri creó el personaje Salvo Montalbano, un comisario muy particular, extremadamente culto y no menos desopilante, protagonista de una serie que en la actualidad consta de seis novelas: La forma del agua, El perro de Terracota, El ladrón de meriendas, La voz del violín, La excursión a Tindarí y El olor de la noche. En una recopilación de treinta relatos titulada Un mes con Montalbano, es el mismo personaje quien eleva a Camilleri hacia la cúspide del reconocimiento. Andrea Camilleri dijo a la prensa una vez: “Soy un escritor lanzado por el tam tam del público, no he ganado premios de resonancia. La editorial no hace ninguna publicidad, y así llegaba a 10 mil ejemplares porque la gente se telefoneaba y, como se aconseja una película, se aconsejan mis libros”.
En La nochevieja de Montalbano, el lector irrumpirá en la vida de este excéntrico comisario a lo largo de veinte relatos policiales escritos bajo una multiplicidad de técnicas que resultarán mucho más atractivas gracias a la cadencia personal de Camilleri. Cuatro de los relatos que integran este libro ya habían sido parcialmente publicados en diarios y revistas como La Stampa y Delitti di Carta. En uno de estos relatos, que lleva por título “Montalbano se rebela”, el lector presenciará un asesinato terrible. Por supuesto que quien debería entrar en acción es el tan aclamado comisario Montalbano, pero ocurre que, en medio de la escena, al tratar de interpretar la crueldad del hecho consumado, el comisario busca desesperadamente un teléfono público, y como aquel personaje de Unamuno, el personaje se comunica con el septuagenario autor para quejarse del tono brutal que ha alcanzado el relato. Y el escritor, entonces, le contesta: “Hijo mío, trata de comprender. Algunos dicen que soy un ‘buenista’, uno que se dedica a contar historias almibaradas y tranquilizadoras; otros dicen, en cambio, que el éxito que he alcanzado gracias a ti no me ha sentado muy bien, que me repito demasiado, con la mirada puesta solamente en los derechos de autor... Afirman que soy un escritor fácil, aunque después se maten tratando de entender cómo escribo”.