El Extranjero > Con cada generación llegan los escritores que se postulan y son postulados como médiums del espíritu de su época: Salinger, Carver, Easton Ellis, Coupland... Ahora, la inmensa maquinaria publicitaria intenta imponer a Tao Lin y su flamante novela que invoca el nombre del sufrido y sensible escritor Richard Yates para su título. Rodrigo Fresán disecciona el paquete que nos quieren vender.
› Por Rodrigo Fresán
Vaya por delante que no soy una persona prejuiciosa. No sólo siempre me he interesado en el nuevo joven escritor de turno (recibiendo, en ocasiones, sorpresas más que agradables) sino que, además, puedo apreciar cierta genialidad en Bob Esponja (en especial en su sintonía musical de créditos finales evocando en versión idiota al tema de El tercer hombre) y hasta me he preocupado por probar con curiosidad y cierto pasmo la tortilla deconstruida de El Bulli.
Así que antes de adentrarme en la muy promocionada Richard Yates de Tao Lin, decidí hacer bien los deberes y leer no sólo la portada que le dedica este mes la revista Quimera sino también –por orden de aparición– la novela Eeeee Eee Eeee y los relatos de Bed (ambos del 2007), los poemas de Cognitive-Behavioral Therapy (2008) y la nouvelle Shoplifting from American Apparel (2009, lo más interesante y autobiográfico, ya que allí se explican varias de las “técnicas” de autopromoción de Tao Lin). Luego, me deslicé a lo largo de varios perfiles y entrevistas –Tao Lin como “un nuevo Beckett” o “la persona más irritante que jamás existió”– donde se subraya especialmente su maestría para autopromocionarse en la Red o enredar en el mundo real a un creciente número de seguidores que lo consideran la voz de sus tiempos. “El futuro de la literatura”, jadea alguien excitado hasta el orgasmo.
De ser así: NO FUTURE.
La portada de la edición Made in USA de Richard Yates, la foto de un hombre “amordazado” por una caracola. La de la edición Hecha en España, el dibujo de una joven pidiendo silencio con modales de enfermera indie. Consciente o inconscientemente, una y otra son muy elocuentes a la hora de delatar, sin hacer ruido ni emitir palabra, la absoluta falta de elocuencia que nos espera ahí dentro.)
Y, se sabe, lo de portavoz generacional no es cosa nueva, pero siempre resulta novedoso porque no deja de renovarse. Allí estuvieron –entre el suicidador Goethe y el suicidado David Foster Wallace– firmas como Francis Scott Fitzgerald, Herman Hesse, Evelyn Waugh, J. D. Salinger, Kurt Vonnegut, Jack Kerouac, Julio Cortázar, Françoise Sagan, Ann Beattie, Alberto Fuguet, Ray Loriga, Bret Easton Ellis, Chuck Palahniuk e incluso el propio Richard Yates con novelas como Vía revolucionaria o los relatos reunidos en Once maneras de sentirse solo.
Y la historia continúa y Tao Lin (Virginia, 1983) es el ya seguramente anteúltimo eslabón –un eslabón más bien débil aunque vistoso, pero sin nada del lirismo y la poética savant de Richard Brautigan– de una larga cadena. Otra ocasión para volver a lustrar términos como ennui o vacío existencial o zeitgeist, esta vez complementados por la potencia viral del autor/personaje con nombre/marca registrada más cerca de lo conceptual que del concepto y (tan lejos del genio único e irrepetible de Andy Warhol) capaz de vender acciones de novela en trámite o de cubrir Manhattan con pegatinas donde sólo se lee “Britney Spears” o de dar conferencias consistentes en la repetición de una única frase.
Ah.
O.K.
Bueno.
Más portadas... La de la revista española Quimera que -–hay que tener cara– muestra a Tao Lin posando à la Marcel Proust en aquel famoso retrato suyo. La de la norteamericana The Stranger, que parodia aquella que Time le dedicó el año pasado a ese otro fatuo fuego que es Jonathan Franzen. Great American Novelist, se lee en una y otra, y diferentes procedimientos para un mismo objetivo: mientras Franzen se presenta como novelista serio con tantas ganas de codearse con Tolstoi & Co; Tao Lin, en cambio, no parece creer que exista nada más ni nadie más que sí mismo: cuando sea grande, Tao Lin quisiera ser como un Tao Lin más grande todavía, más grande de lo que ya es para muchos, demasiados.)
Y lo del principio, pero con un atendible matiz: no me molesta la existencia de Tao Lin; pero me preocupa, sí, su influencia. Recordar lo des/hecho por muchos de los epígonos de Thomas Bernhardt, Charles Bukowski y Raymond Carver. Recordar también que los tres fueron y son mucho mejores escritores que Tao Lin. Y temblar ante la posibilidad de toda una camada de taolinistas clónicos seducidos por cierta facilidad en estilo y procedimientos. Autores que estarán más cerca del usuario que otra cosa.
Estrategia y recursos que, en Richard Yates (2010), no pasan del ingenio pretendidamente genial. En las eternas conversaciones vía chat de entre dos personajes enamorados a larga distancia y con alias de estrellas juveniles (Dakota Fanning y Haley Joel Osment), vuelve a sonar la siempre encantadora música del desencanto generacional y del sabor a nada, aunque sin los inspirados estribillos del mucho más profético e iluminador Douglas Coupland. Dakota y Haley no son soñadores, aunque sí son sonámbulos de lenguaje básico y prosa monocorde. La generación a la que busca y encuentra Tao Lin es más una Generación Cero que se ha quedado sin letras o letra. Y hace poco más que registrarla más como desteñida polaroid que brillante fresco social brindando el perverso placer de un Big Mac cruzado con plato del día. Una broma nada infinita. Un chiste sin un claro remate que, pienso, tiene los días y los comments contados.
Tarea para el hogar: puesto a adentrarnos en la zona muerta de toda una generación, leer primero Postales de invierno de Ann Beattie o Menos que cero de Bret Easton Ellis y recién después Richard Yates. Se descubrirá entonces que hay vacíos mucho más llenos y tanto mejor escritos... Y reviso estas líneas y llaman a mi puerta y es el cartero con flamante ejemplar de The Pale King de David Foster Wallace a quien tanto se extraña. Y, sí, parece que vamos a peor si es cierto eso de que toda generación tiene el escritor que se merece.)
Y advertencia: en lo que hace al caprichoso e injustificado título –la edición norteamericana incluye, a diferencia de la española, un índice onomástico/temático– el autor de Las hermanas Grimes aparece mencionado en la novela en seis ocasiones. Y, en todas y cada una de ellas, con poca o ninguna razón de ser.
Y duele e irrita un poco, bastante, que Tao Lin tome en vano el nombre de Yates: un narrador sensible y preocupado por cada palabra. Alguien que escribió como pocos la tristeza, la derrota y la desesperación de la calma que anticipa la tormenta, y murió casi en el olvido, una década antes de su redescubrimiento y redención.
Justicia poética: de aquí a unos años pocos leerán Richard Yates, muchos seguirán leyendo a Richard Yates y, podría jurarlo, ningún joven narrador escribirá y publicará una novela llamada Tao Lin.
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