Periodista nacida en México, Alma Guillermoprieto se mudó de adolescente a Nueva York y hoy integra la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En un volumen que recopila sus crónicas sobre América latina de los años ’80 en adelante, revela muchos aspectos críticos, aunque también se muestra atada a viejos prejuicios de la visión exótica sobre la región.
› Por Angel Berlanga
Estas crónicas de Alma Guillermoprieto aparecieron originalmente escritas en inglés entre 1980 y 2008 en las prestigiadas publicaciones The Washington Post, The New Yorker y The New York Review of Books y el título del libro que las reúne, Desde el país de nunca jamás, alude a Latinoamérica, la zona del continente en que transcurren los notorios hechos que cuenta en estos textos, donde son entrelazados el tipo común y corriente, el personaje descollante (Eva Perón, Fidel Castro, Mario Vargas Llosa, el Subcomandante Marcos) y además lo dicho o escrito en diversos soportes. El título también refiere, como sabemos, al territorio que propone como destino para la aventura infantil Peter Pan, ese héroe de calzas verdes que te saca una noche de Londres, te lleva a un sitio con piratas jodidos, indios salvajes y cocodrilo con reloj en digestión, y te deposita otra vez en casa. Neverland, Latinoamérica. Pesimista, por lo menos. Guillermoprieto nació en México en 1949, se mudó de adolescente a Nueva York y forma parte del consejo rector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
No es que falten razones para el pesimismo, basta con largar algunos nombres propios que fueron objeto de sus retratos: Alberto Fujimori y Fernando Collor de Mello, Sendero Luminoso y Ciudad Juárez. Planteados como trabajos de largo aliento –la mayor parte de estos textos tienen entre veinte y treinta páginas–, Guillermoprieto teje sus observaciones desde los sitios en los que ocurren las cosas con testimonios directos, antecedentes y contexto, tremendas consecuencias en las personas y los países, muchas veces a partir de un caso testigo: la tragedia del sindicalista José Rayas, por ejemplo, para mostrar primero la desesperada búsqueda de su hija de dieciséis años, secuestrada y asesinada, y luego el reclamo por dar con los autores del crimen de la chica, una entre el centenar de jóvenes que aparecieron destrozadas en zonas desérticas del estado de Chihuahua a lo largo de los últimos años. La crónica, publicada en 2003, retrata también la complicidad o inutilidad policial y gubernamental, da cuenta de los incipientes gestos de organización y protesta y anticipa la evidente sangría en un país que parece desplazar a Colombia de los picos máximos de la violencia, y ahí también talla el narcotráfico, asunto al que la autora dedica el último de sus textos, centrado en la desmesurada acción en Sinaloa.
Algunos artículos anclan en una coyuntura histórica y trenzan hilos potentes: la visita de Juan Pablo II a Cuba y el cinturón apretado al mango en el cotidiano de una Habana que empieza a abrirse al turismo extranjero, por caso. O la destitución de Collor de Mello y el pasaje a segundo plano del raje al coincidir con el asesinato de una actriz secundaria de una telenovela muy popular, punto de partida para desgranar el fervor con que los brasileños se enganchan en este género y radiografiar a aquel yuppie neoliberalote eyectado, en buena parte, gracias a las denuncias de su hermano menor Pedro, que se largó a detallar desde negocios de corrupción hasta la preferencia del primogénito por los supositorios de cocaína. Anota Guillermoprieto en el prefacio de este libro que, tras recorrer Europa durante un año a mitad de los ’80, concluyó que en aquel continente estaba todo hecho y que en éste quedaba todo por hacer, aunque en los últimos años puede apreciarse, “mirando las estadísticas, un enorme movimiento hacia adelante” (pero guarda con el narcotráfico). “Latinoamérica fue siempre mi continente de la esperanza”, escribe, pero no se desprenden grandes expectativas de estas crónicas, en las que predomina la oferta de la barbarie, la cosa estrafalaria, para el lector civilizado. Estampas pintorescas: el Subcomandante Marcos utópico y algo ingenuo, la expectativa por ver a Fidel de rodillas ante la visita del Papa, una Eva Perón “ignorante” (sic) (debería saber, quizá, que Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, inventó unas cuantas cosas en ese libro, que es una novela). Desesperantes, en particular, son sus apuntes en torno del modo de vestir de Evita. En sus crónicas de los años ’90 señala, muy al pasar, que “la gran nave del Estado encalla en el lodo” (en Brasil) y que la reforma neoliberal de Fujimori fue exitosa: con políticos menos corruptos, el asunto marcharía.
Tremenda la corrupción, más vale, y también las injerencias y extorsiones sobre el continente, empresariales, financieras, norteamericanas: pero estos últimos agentes de descomposición casi no aparecen. Apenas la administración Reagan, por ejemplo, asoma con cierta timidez en los primeros textos que aluden a la guerra en El Salvador, a las masacres del ejército financiado por Estados Unidos. Guillermoprieto vio los cadáveres en los basurales, habló con testigos de una matanza de un pueblo entero (Mozote), y sin embargo, al momento de volver a escribir sobre la situación, diez años después, tiende a equiparar a los bandos: las partes en conflicto, sostiene, tendrán que aprender a convivir y deberán hacerlo “sin la ayuda de Washington, que últimamente anda ocupado tratando de averiguar cómo salvar a Europa Oriental de sí misma”.
Vuela, en las noches, Peter Pan.
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