Domingo, 17 de abril de 2011 | Hoy
Polaco, ex adicto y periodista de televisión, el personaje de Heroína se parece mucho al autor, Tomasz Piatek, quien sin embargo logra un viaje al fondo de la droga sin un final moralizante.
Por Ezequiel Acuña
Hay una línea de pensamiento que propone que si alguien disfruta del disco The Piper at the Gates of Dawn, de Pink Floyd, es por la transmisión de una experiencia que produce ganas de tomar ácido. Lo mismo se podría afirmar sobre una novela como Heroína y suponer que las cataratas de placer que se presentan con la entrada al libro se deben a las endorfinas que libera nuestro cuerpo con la sola idea de una jalada de heroína. En realidad esto es mentira y apologético, pero lo que importa es el efecto, lo que el polaco Tomasz Piatek nos hace creer en las primeras páginas.
El arranque de Heroína tiene dos satisfacciones inmediatas. Por un lado la prosa de Piatek sabe lo que hace, da vueltas alrededor de las sensaciones por las que transita Tomás, primer personaje de la novela, quien relata una detrás de la otra sus colocadas, pero no son consecutivas; la temporalidad se mezcla, los lugares se mezclan, y las sensaciones también. Todo es muy claro, los recorridos que hace por la ciudad de Varsovia, la descripción de las amistades con que se cruza; no hay delirio ni divague surrealista, sino descripciones bien redondas sobre todo lo que siente el personaje circulando drogado por la vida. Hasta las bajadas, que siempre son lo peor, parecen amenas y placenteras.
Por otro lado, con un par de páginas leídas ya se empieza a disfrutar el placer de la traducción al español rioplatense que hace Bárbara Gill, algo que uno podría suponer erradamente que escapa a la voluntad creativa del autor, pero que en verdad realza toda la potencia del argot que Piatek utiliza para describir ese mundo de la droga europea. Piatek dice en entrevistas que la cultura polaca se caracteriza por la afirmación de que todo está mal, siempre. Y de alguna manera su novela se enfrenta a esa idiosincrasia, moviéndose entre dos extremos. Mientras van desapareciendo y muriendo personajes, y la droga sigue siempre ahí, Heroína parece sin embargo una novela sobre la felicidad eterna. Hay algo muy negro, un componente metafísico y al mismo tiempo palpable, que da como resultado una novela intensamente corporal no sólo por las drogas, sino también por las descripciones de bienestar en una búsqueda de absolutos. El mal absoluto, el placer, el dolor son temas de siempre de la literatura pero parecen ocupar un lugar especial en varias de las trece novelas que Piatek lleva publicadas: tanto en Algunas noches fuera de casa, un thriller paranoico –y que fue editada en Argentina hace unos años– como El caso Justine, un policial con fuerzas sobrenaturales del bien y del mal.
Es fácil leer Heroína, primera novela de Piatek, como un relato autobiográfico. Tomás –ese primer personaje que después les dejará la voz a otros dos– trabaja en la televisión como una suerte de lingüista, se droga sólo en los días libres y dice no ser un adicto. Tomasz Piatek estudió sociolingüística, pero durante los noventa se dedicó al periodismo en algunas revistas de opinión y diarios de Varsovia, la televisión y la radio, y a consumir heroína como gran parte de la juventud europea.
El problema de esa lectura es que así como recibió varios premios literarios en su país, Heroína le valió varias críticas y controversias de la sociedad polaca que Piatek describe como descabelladamente correcta. Incluso muchos de los que recibieron positivamente el primer libro de Piatek tuvieron que inventarle un poco la parte moral, la lección sobre el precio alto a pagar, porque tanta felicidad saliendo de la heroína no está bien ni para la literatura.
Después de una larga temporada en rehabilitación por la que le preguntan en todas las entrevistas, Piatek intenta poner distancia entre el personaje y él. Su última novela, El palacio Ostrogskich, es un poco el contrapelo de Heroína, es decir, la confesión de un drogón adulto y rescatado que no moraliza pero sí pone más en juego las consecuencias. De la misma forma sella el prólogo de la última edición de Heroína aparecida en Polonia haciendo una aclaración tal vez pertinente: “Si usted es un adicto a las drogas en tratamiento, no lea este libro”. Y si no, allá usted.
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