Sábado, 30 de abril de 2011 | Hoy
La entrada en guerra, de Italo Calvino, suma el rescate de unos cuentos de un realismo lacónico y reflexivo a la obra más consagrada del autor. Una visión rasante y vívida del fascismo, cuando aún era posible pensar que la guerra duraría poco y pasaría lejos.
Por Claudio Zeiger
La guerra es aún un territorio incierto, una fábula de comienzo. La vida está abierta a todas las posibilidades pero, al mismo tiempo, notablemente empequeñecida en el horizonte. El fascismo es algo bastante lejano aún pero en el pueblo ya es tangible, burdo y de mal gusto. El amor es una chica que debe irse porque su padre, asustado, va a mudarse tierra adentro, lejos del mar. El libro empieza el día en que Italia entra en guerra. Pero no es todavía la guerra. Son tres cuentos de lacónico pero definido trazo, como si hubieran sido escritos ocultando el vigor debajo de una capa de melancolía o furia contenida. O son tres capítulos de una novela inacabada, novela de aprendizaje y, desde luego, novela de guerra.
La entrada en guerra de Italo Calvino viene a rescatar unos relatos que retrotraen al “primer” Calvino, anterior a otras etapas quizás más heterogéneas que lo convertirían en el escritor entre fantástico, cómico y siempre brillante que conocimos en las últimas décadas. Tampoco es el Calvino de El barón rampante y otros textos fundamentales de la literatura juvenil anterior a la literatura juvenil. Es un Calvino que plantea la adolescencia, la temprana juventud, como un estadio de la conciencia del hombre. Y este pequeño hombre del libro se enfrenta nada más ni nada menos que a la entrada en una guerra que le resulta ajena. Ajena al pueblo en que vive y también ajena a la sociedad que permanece hundida en el mundo rural. Hasta el Duce les parece una pieza menor en el engranaje de esa gran guerra que evidentemente se maquina y ejecuta en otros centros de poder.
En el primer cuento (“La entrada en guerra”), los dos amigos caminan por la playa en medio de un triste aire de fin de época. Cuando esa tarde vuelvan a encontrarse, habrán entrado en guerra. En los dos relatos siguientes (“Los escuadristas en Menton” y “Las noches de la UNPA”), la guerra seguirá siendo una experiencia esencialmente lejana, por las circunstancias del personaje y de su entorno. “Mi ciudad, con el turismo interrumpido por la guerra, era como si se hubiese encogido en su cascarón provincial; yo la sentía más familiar y medible. Las noches eran preciosas, el apagón parecía una moda estimulante, la guerra, una costumbre lejana y habitual; en junio la habíamos notado de cerca, pero sólo durante un breve y atónito puñado de días; después pareció acabarse del todo; después dejamos de esperar. Yo era lo suficientemente joven para vivir ajeno a la alarma de ser llamado a filas; y me sentía extraño, por temperamento y opinión, a esa guerra.”
La extrañeza de la guerra oscila, desde el punto de vista del narrador, entre el cinismo y el moralismo. Para su madre, no es nada comparada con LA guerra, la primera. Para él y sus amigos superados, la guerra es cosa de bestias, esos patanes de pueblo que viven de desfile en desfile y se muestran especialmente horrendos cuando van a saquear las casas de la ciudad de Menton.
Estos relatos escritos en los años ’50 y originalmente publicados en aquellos años ya se muestran liberados de los elementos más dramáticos del neorrealismo y sin llegar a la mezcla impura de la comedia italiana, dando lugar a un realismo reflexivo y decantado. La guerra es una lenta película que pasan por episodios en el cine del pueblo, una picaresca leve mientras los muchachos, algo impasibles, ven cómo atrapar el jugo de la vida que amenaza con derramarse antes de poder beberlo. Por eso “transición” es la palabra clave aquí: el pasaje, la experiencia de pasaje que deja definitivamente atrás un mundo que aún está muy presente.
Cada página de La entrada en guerra suena a verdad vivida, a huella fresca. Y, sin embargo, esas verdades están contenidas en la pequeñez de cada situación, en la trama indeleble que van armando sus personajes menores, sus líderes de poca monta, sus muchachos brillantes pero de pueblo chico. Memoria y conciencia de una guerra que ya había terminado cuando se la rescata, y que desde luego terminaría siendo infinitamente más cruel de lo que parecía vista de lejos, son historias que actualizan un estilo y una tonalidad clásica y segura, de un escritor que siempre tiene algo para ofrecer, para volver a recordar y leer. Un Calvino suavemente derrotado por haber entrado, a la vez, en la guerra y la vida.
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