Domingo, 12 de junio de 2011 | Hoy
Oportuna, una edición de los Cuentos completos de Alberto Laiseca no sólo pone al alcance de nuevos lectores una obra que viene proliferando por el mundo subterráneo de la literatura argentina, sino que permite ver en perspectiva la coherencia de su desarrollo. El hermano más delirante de Borges empezó un largo camino con Matando enanos a garrotazos, camino que se volvió laberinto, pasadizo y selva de palabras.
Por Damian Huergo
El primer libro de cuentos de Alberto Laiseca, Matando enanos a garrotazos, publicado en 1982, arranca con un nota de autor que recomienda a los lectores “tomad un hierro (un garrote de fresno, un trinchante o cualquier otra cosa), y penetrad alegremente en las selvas de estos trece cuentos”. Por azar o por un acierto de edición, la misma nota sirve de preámbulo para los Cuentos Completos que acaba de publicar Simurg. Sin embargo, a poco de andar, el lector presiente que la nombrada selva apenas es el árbol que cubre más de seiscientas páginas de flora y fauna salvajes. Y, por lo tanto, atisba que para avanzar en esa jungla –donde, entre muchos otros personajes, acechan un bey que emparedó vivas a sus amantes, una gorda suicida que busca asesino sádico por Internet y demonios con múltiples máscaras humanas– deberá procurarse de un armamento mayor al indicado; o, en el mejor de los casos, tan sólo de un cómodo sillón, buena luz y tiempo para darse un viaje –ya sea lisérgico o como espacio temporal– por el planeta Laiseca.
En uno de los relatos compilados en este volumen, dos escritores crotos debaten sobre el título que uno de ellos le pondrá a su primer volumen de cuentos. Luego de varias posibilidades donde se burlan y celebran –por igual– a gran parte de la literatura y el cine occidental del siglo XX, ambos acuerdan en llamarlo Matando enanos a garrotazos. La escena hace hincapié en la redondez del título del primer libro de cuentos de Laiseca. Allí, en la sintaxis que forman sólo cuatro palabras, como si fuese una píldora que condensa una decena de propiedades, pueden rastrearse las claves de su literatura: uso de gerundios, argumentos absurdos, una moral que desborda el cinto de la norma y el sembradío de pistas falsas que no contribuyen, en el sentido clásico, a la historia que se está contando. Tal como sucede en su primer libro, donde desfilan viejas vejadas, milicos torturadores, crotos dandies, pero –pese al título– ningún enano, ni duro en el jardín ni con la cabeza abollada a garrotazos.
Su siguiente libro de cuentos, Gracias Chanchúbelo, fue publicado en el 2000, luego de que hubiera pasado mucha agua y muchas páginas (en ese lapso publicó, por ejemplo, la monumental novela Los Sorias) bajo el puente. A pesar del tiempo transcurrido, entre ambos libros hay más continuidades que rupturas. Por ejemplo, la postura misógina iniciada en el políticamente incorrecto “El Checoslovaco”, donde el protagonista quiere matar a su mujer utilizando todos los artilugios de la violencia simbólica, es retomada en “Jack el Olvidador” por el –supuesto– asesino serial que atemoriza y desespera a las mujeres apretando sólo el gatillo de la indiferencia. En estos cuentos, al igual que en los que integran la Trilogía misógina, Laiseca entra en el terreno delicado y susceptible de la feminidad. Lo hace con un tono chistoso e hilarante que, como si fuese su caballo de Troya, le sirve para introducir en el seno del campo literario bien pensante ideas macabras, como que ciertas mujeres prefieren ser descuartizadas a ignoradas, o gags cínicos a lo Groucho Marx del estilo “ella había perdido su silueta. Encontró otra, pero más gorda”.
La literatura de Laiseca parece utilizar los moldes vacíos que dejó la extinción de Borges y los rellena a su antojo, como si fuese un hermano maldito que disfruta al burlarse de su semejante. La similitud se percibe en la estructura de los cuentos largos de En sueños he llorado, su tercer libro del género, y en el modo en que –ambos– inventan personajes de historias apócrifas, paralelas a la Historia con mayúscula. La diferencia está en el uso de los saberes enciclopédicos de cada uno. Allí donde Borges utiliza sus conocimientos literarios y filosóficos, Laiseca agrega teorías científicas, arqueología egipcia, magia negra, óperas de Wagner, cuentos de terror, cine porno sadomasoquista y delirio paranoico a granel. A la vez, otra diferencia se percibe en cómo conciben la organización del mundo. Si en la literatura de Borges es por medio de fuerzas cósmicas y ocultas, en la obra de Laiseca esos poderes salen de la sombra y exhiben sus artimañas tortuosas y complejas, tal como sucede en el magnifico “El poeta Charán” o en “La serpiente Kundalini”.
Cuentos Completos incluye el resto de la producción cuentística de Laiseca, desde “Mi Mujer”, publicado en el diario La Opinión en 1971, hasta el flamante “La verdadera historia de la Mujer de Blanco”, pasando por un puñado de inéditos y otros cedidos a diferentes antologías. Leídos en conjunto resalta el eje temático formado por el triángulo mujer-amor–dinero, como si fuesen elementos contaminantes que al relacionarlos borran todo atisbo de pureza posible. El tema es una constante en sus cuentos iniciales, como “Fábula del pobre y la bolsa”, y en recientes como “Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo”, llevado al cine por los directores Cohn y Duprat.
Otra de las obsesiones del creador del realismo delirante es el desvelo de los escritores por lograr la obra magna. Como en su novela Aventuras de un novelista atonal vuelve al tema en los cuentos “Los Santos” y en “Gracias Chanchúbelo”, donde a un joven escritor se le cumple el deseo de escribir su obra máxima a costa de pagar el precio de que “nadie pueda leerla ni saber que exista”, como si fuese una metáfora de lo que le costó al mismo Laiseca publicar Los Sorias, su mítica novela de más de mil trescientas páginas.
Los cuentos de Laiseca están comunicados por túneles y calles oscuras con el resto de sus novelas y poemas. Los personajes saltan con naturalidad de un formato a otro como si estuviesen habitando las habitaciones de una misma casa. Cuentos Completos, al igual que la mansión donde se desarrolla el genial “El cuarto tapiado”, tiene pasadizos secretos y selváticos que llevaran al lector por distintos siglos y estilos. Se recomienda que vaya atento pero despreocupado. Y se le desea, como alienta la nota que inaugura el libro: ¡buena caza!
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