La ola de policiales nórdicos llegó a China aunque su autor, Qiu Xiaolong, vive en los Estados Unidos desde la masacre de Tiananmen. Pero Seda Roja y El Caso Mao transcurren en China y plantean una revisión del período de la Revolución Cultural, además de presentar a un inspector de policía comunista y poeta.
› Por Martín Pérez
Poeta, traductor e integrante del Partido Comunista. Y también inspector de policía. Todo eso es el inspector jefe Chen Cao, no necesariamente en ese orden. Pero sus oficios, sus gustos y sus obligaciones se mezclan en cada uno de sus casos, o simplemente se imponen, como sucede todo el tiempo con el partido. Ambientadas en la cambiante Shanghai, sus aventuras pueden comenzar de una manera policialmente clásica, con la aparición de un cadáver. Así sucede en Seda Roja, donde la aparición del cuerpo sin vida de una bella joven luciendo un desgarrado vestido mandarín rojo, anuncia la posible existencia de un asesino serial. Pero también pueden comenzar con un encargo del partido, que es lo que da comienzo a El Caso Mao, donde al inspector Chen le ordenan investigar la vida de una joven que puede haber heredado algo que ponga en peligro la honra del legendario jefe de gobierno, y por lo tanto también del partido y del país. En este caso, los asesinatos los traerá la historia, y el primer cuerpo sin vida aparecerá recién al promediar la novela. Poco importa, sin embargo, cómo empiezan las novelas de Chen Cao, si con un crimen o con una orden que llega desde las altas esferas. Porque, a juzgar por estas dos últimas entregas, la quinta y sexta de la serie –las primeras en ser publicadas por Tusquets, y por lo tanto en llegar con normalidad a las librerías locales–, el culpable siempre será el mismo: el criminal devenir de la Revolución Cultural de Mao.
Amante de la poesía y de la buena comida como su personaje, Qiu Xiaolong nació en 1953 en Shanghai y sufrió en carne propia la Revolución Cultural. Suele contar que su primer trabajo literario fue escribir la confesión de su padre, dueño de un pequeño negocio y por lo tanto acusado de desviación burguesa, ya que él no podía hacerlo por su cuenta porque estaba hospitalizado con un problema en la vista. Una bronquitis que sufrió a los 16 años le permitió permanecer en Shanghai y no ser enviado al campo para su re-educación, y fue entonces cuando descubrió su pasión por el inglés. Cuando pasó la marea de la Revolución Cultural, Xiaolong comenzó su tarea de traductor, ganó varios premios y finalmente una beca de un año en St. Louis, Missouri, para estudiar la obra de T. S. Eliott. Allí lo encontró la masacre de Tiananmen, y fue entonces cuando decidió no regresar. “Cuando empecé a escribir mi primer libro no pensé que estaba escribiendo un policial, sino que quería escribir una novela que contase cómo era la vida en China”, confesó más de una vez Xiaolong, gran lector de policiales, que descubrió que las convenciones del género podían darle un marco concreto a sus intenciones.
Aunque la profusión de detalles sobre la poco satisfactoria vida privada del inspector Chen que abundan en las novelas de Qiu Xiaolong recuerde en cierta medida al exitoso inspector Wallander, del sueco Henning Mankell, en realidad esto sucede porque la inspiración confesa de ambos autores es la misma, la serie de novelas del inspector Beck, obra de la pareja de escritores suecos Maj Sjowall y Per Wahloo. “En sus libros, ser detective no es algo glamoroso, sino que es un oficio que está lleno de trabajo duro y muchas frustraciones”, explicó Xiaolong, cuyas novelas están llenas de citas poéticas, algo poco común en las novelas policiales. “Es algo común en las novelas chinas, así que intento seguir la tradición”, asegura Xiaolong, que también afirma que decidió que su inspector sea un erudito para romper con el paradigma del chino inculto que suelen tener los occidentales. Así es como en sus novelas conviven las citas de Confucio con las de los poemas revolucionarios de Mao, y el asombro ante el nuevo paradigma de la nación China, cuyo slogan Miremos hacia el futuro –según se señala en Seda Roja– se puede confundir fonéticamente con Miremos hacia el dinero, que es lo que parece estar sucediendo en todos los estratos de esa sociedad.
A pesar de querer hablar de una época de la que nadie habla en China, como es la de la Revolución Cultural, y de haberla sufrido en carne propia, las novelas de Qiu Xiaolong son sorprendentemente ecuánimes a la hora de hablar de China y Mao. Tanto en la más convencional Seda Roja como en la específica El Caso Mao, donde el inspector Chen se dedica a investigar las debilidades del gran líder, la mirada es más de comprensión que de denuncia. Después de todo, la corrupta Shanghai se parece tanto a Los Angeles donde se movía Marlowe, que más de un personaje confiesa añorar aquellos tiempos crueles, pero en los que todos creían trabajar para un futuro en común. Nada es lo que parece en el mundo donde se mueve el inspector Chao, y nada es lo que era en un comunismo que abraza demasiado ciegamente al capitalismo, arrasando con todo a su paso. Ese es el escenario de las originales y curiosas novelas de Qiu Xiaolong, que permiten mirar China a través de los ojos de su gente, y que se mueven siguiendo su propio ritmo, el de las elucubraciones del inspector Chen, un policía que intenta hacer lo correcto y al mismo tiempo sobrevivir, en medio de un mundo que está cambiando demasiado rápido.
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