Tristan García es un joven filósofo y escritor que conmocionó la literatura francesa con una novela que recrea los años más duros del sida. Lejos de los libros testimoniales de artistas seropositivos, La mejor parte de los hombres logra articular una novela de ideas con personajes tan pasionales como mentales a través de las memorias de una periodista cultural.
› Por Martin Kasañetz
Cada cierto tiempo el mundo editorial se empecina en hacernos creer que un gran novelista –casi siempre joven y desconocido– ha surgido desde las tinieblas del anonimato. La mayoría de estos trascendentes descubrimientos no son reales y aquel enfant terrible suele volverse previsible y aburrido desde las primeras páginas. Pero existen excepciones. El caso de Tristan García, nacido en Toulouse en 1981 es una de ellas. Su primera novela La mejor parte de los hombres, que acaba de ser traducida al español, fue galardonada con el Premio Flore y se impuso de inmediato como una gran revelación de la literatura francesa, atrayendo poderosamente, desde el momento mismo de su publicación, el interés de la prensa y el público en general. El camino de esta novela no fue sencillo, ya que fue rechazada por numerosas editoriales. Según explicó el autor, “yo quería representar el mundo contemporáneo, hacer una novela divertida y dramática, mostrando múltiples aspectos de acontecimientos reales, los debates, las posiciones”. El tono, por momentos crudo en que se desarrolla su temática, puede quedar por fuera de la comodidad del lector y, quizá, sea esa su mayor virtud.
La mejor parte de los hombres narra las memorias de Elizabeth –una periodista de treinta y pico que cubre el pequeño suplemento de Cultura del diario Libération– en la París de los ’80 y primera mitad de los ’90 junto a Dominique, William y Leibowitz. Liz “estaba en Cultura, que es como decir que lo hacía todo y no hacía nada”. Cubría televisión, tendencias, iba mucho a conciertos y frecuentaba la movida under. En muchas de estas salidas la acompañaba su colega y amigo Dominique, estrella del diario. Ella le presenta finalmente al que será su pareja por varios años, el joven William, sensitivo artista a quien Liz conoce haciéndole una nota. Para Dominique los ’80 fueron horribles desde la perspectiva de la “inteligencia política” hasta la liberación de la comunidad homosexual: “Besabas a un hombre y estabas haciendo la Revolución de Octubre. ¡Ay las minorías!. Eran el lado bueno de la democracia, ¿verdad? Entonces bastaba con ser una minoría para detentar la verdad, paradójicamente”.
Tempranamente, por esos años, Dominique se entera de que él y muchos en su entorno son seropositivos y funda el primer Movimiento de Liberación Homosexual Francés, que tenía como premisa la utilización del preservativo y el apoyo a la investigación científica contra la nueva enfermedad. William es un joven provinciano de belleza esplendorosa que llega a convertirse en el rey de la noche gay parisina, el tipo de chico pudoroso que escribe poemas, un pequeño y sensible Rimbaud, que se transforma en un adulto rabioso: personaje mediático y escandaloso en los primeros años de la aparición del VIH, promotor del barebaking y otras experiencias extremas. En aquellos primeros años de desconocimiento de la enfermedad conocida como la “Peste Rosa” William comienza a manifestar públicamente que la prevención de la enfermedad por medio del preservativo es una estrategia de los gobiernos para vigilar la homosexualidad, ejerciendo activamente el control sobre la comunidad gay. William, apóstol de los seropositivos rebeldes, se presentaba en cada programa televisivo en que podía únicamente con dos fines: desmentir estratégicamente aquello que había dicho segundos antes, volviéndose una figura contradictoria pero adictiva para la audiencia; y segundo para destruir a su ex amante, y ahora contrafigura política, Dominique.
Este odio potenciado por ser una secuela del amor entre los ex amantes es uno de los motores principales que hacen de La mejor parte de los hombres un relato contundente. Toda la estructura de la novela está edificada en la contraposición ideológica que adoptan con ferocidad estos dos hombres. Por último, hay que agregar al tablero a Leibowitz, joven intelectual de la época, casado y con hijos y amante de Liz. Este filósofo publica notas de opinión en diferentes medios, es respetado y tiene cierto número de seguidores entre los estudiantes y algunos partidos de izquierda pero con el transcurso de los años y los nuevos cambios sociales se va transformando en un pensador reaccionario, al mejor estilo de los conversos del mayo francés. “Creyéndose agredido, consideró una gloria ser minoritario frente a una masa informe, que imaginaba como una mayoría sorda, a ojos de la cual él había pasado a representar el poder, el espíritu mayoritario, que agredía sin cesar a las minorías culturales e intelectuales.”
Uno de los puntos más notables es que por su edad, Tristan García no pertenece a la época que relata, pero sin embargo la describe con eficacia y vivacidad, desplegando una narración realista hasta en los pequeños detalles. García utiliza su formación filosófica para jugar con ciertos conceptos y definiciones de forma provocativa manipulando frases de los filósofos que representaron la intelectualidad de aquella época como Deleuze o Derrida.
Escrita como las memorias de una periodista, La mejor parte de los hombres muestra ser una ambiciosa novela de ideas que propone un repaso sobre una época pasional y signada por el fin de las ideologías, atravesando el último golpe de gracia del más sombrío liberalismo sobre la definitiva desilusión del comunismo, y la emancipación de la comunidad homosexual enlazada con el azote del sida. Esta novela busca comprender, y comprende, lo que dejan los hombres luego de su existencia y de sus luchas, según las elecciones que bien o mal hayan hecho en vida.
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