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Domingo, 31 de julio de 2011

La boca del Tigre

En Una mancha más, Alicia Plante tejió una implacable trama de policial negro ambientado alrededor de un eje tan traumático como actual: la apropiación de bebés bajo la dictadura. Una revelación casual entre vecinos dispara la acción, y ya no para hasta ubicar unas muertes dudosas en el escenario del delta del Tigre, logrando unir a la trama una reflexión acerca de la identidad y la culpa. Además, acá se reproduce un texto escrito especialmente por Guillermo Saccomanno para la edición de la novela.

 Por Fernando Bogado

Una de las características del policial negro frente al modelo clásico es aquello que indica que los personajes participan activamente de la intriga, exponiendo su cuerpo al peligro, esto es, no como meros sujetos entregados al análisis y la observación. Esa es una, sí: la otra gran característica es que el detective en cuestión, quizás alguien no tan relacionado con la profesión como un tipo apenas interesado por un caso, quizá con ciertos aires de curioso, termina descubriendo no solamente al asesino o responsable de tal crimen sino develando la compleja red social en la cual el culpable se encuentra insertado y que de repente aparece frente a los ojos del protagonista como algo imposible de desarmar: la corrupción, la vileza del mundo es la principal responsable de los hechos, no tanto la mano que apretó el gatillo. Alicia Plante, en Una mancha más, pone a disposición de una complicada historia el mecanismo del policial negro casi con el mismo fin: no concentrarse exclusivamente en el hecho particular, enigma a resolver, como apuntar a una compleja trama superior, tanto más oscura, tanto más llena de implicados.

La historia se abre con un velatorio, el de Ramona, la esposa del gallego García Mejuto, vecino de toda la vida de Raúl Galván, un guionista de cine un poco desencantado de todo que se siente intimidado por los ojos de su vecino, que no dejan de observarlo. Para distraerse, Raúl decide cambiar un par de palabras con Daniel, el hijo adoptado del gallego, diez años menor que él, pero con un notable futuro: profesor de Física, el joven García Mejuto es uno de esos ejemplos de barrio que todos conocemos. A Raúl le toma apenas un poco de reflexión desenrollar el secreto que con tanto celo la familia mantuvo a lo largo del tiempo, atando apenas un par de cabos como los asados que el vecino realizaba casi todos los domingos de su infancia con un grupo de ruidosos militares, o el dato de que la fallecida Ramona era estéril: Daniel es hijo de desaparecidos. ¿Qué hacer con esa información apenas comenzada la novela?

Una mancha más. Alicia Plante Adriana Hidalgo 322 páginas

La historia se centra no tanto en el destino de Daniel, en su posibilidad de acceder a una información que le corresponde legítimamente o los conflictos que podrían desprenderse de esta situación, como en el de Raúl, y la opción que elige una vez reconocido este dato: chantajear al presunto padre, a ese molesto gallego de la cuadra de enfrente, y sacarle el dinero necesario para tener una vida un poco más holgada. A partir de este descubrimiento, de esta opción por sobre lo averiguado, comenzarán una serie de investigaciones policiales que se detendrán no sólo en el destino de Raúl, no sólo en el conflicto vital de Daniel, sino también en tres muertes aparentemente accidentales que irrumpen promediando la novela y que funcionarán como el disparador de toda una serie de investigaciones por parte de Julia, Gerardo y Leo, tres amigos metidos en el caso por un repentino interés que luego no podrán abandonar las averiguaciones, el planteo de posibles causas, la búsqueda de la verdad.

El mundo social de la novela de Plante (pese a proponer algunos héroes, esto es, personajes que ponen las opciones éticas por delante y que descartan cualquier instancia de beneficio personal, arriesgando sus vidas) está repleto de culpables: cada uno arrastra una culpa profunda con respecto al pasado, desde la apropiación de bebés hasta el silencio cómplice, quedando en el personaje de Raúl la figura que unifica todos estos conflictos: personaje gris, sin ser totalmente el centro de la historia, abre la posibilidad de que su mediocridad funcione como núcleo en donde pueda observarse con detalle no las opciones políticas del pasado sino lo que se hace con ese pasado en el presente. Ni totalmente malo, con algunas buenas intenciones, es la figura criminal por excelencia: el que se hunde por una pequeña ambición abrazada sin miramientos éticos.

Alicia Plante, quien ganó el Premio Azorín de Novela por Un aire de familia en 1990 y publicó El círculo imperfecto en 2003, presenta una novela policial que sigue a rajatabla los elementos del género con algún que otro giro sobre el final: el estilo, pese a que por momentos quiere rescatar ciertas expresiones específicas de algunos personajes, sea ya por su lugar de pertenencia o rol en la sociedad, es totalmente preciso en su transparencia, permitiendo una lectura ágil que coincide con las intenciones de la intriga, sin dejar de ofrecer por eso algunos juegos secretos, guiños para una lectura más atenta (desde el hecho de que las acciones tienen lugar en el Tigre hasta los vericuetos particulares de la palabra “identidad”.

Una mancha más es una novela que, con una prosa cuidada y nítida, muestra las continuidades de los hechos del pasado en el presente; pero, claro, no de cualquier pasado: retomar el problema de los hijos apropiados en clave de policial es encerrar un crimen dentro de otro crimen, y así sucesivamente: antes que colaborar en la creación de protagonistas elocuentes, lo que hay son personajes encerrados en una red que ellos mismos han creado, encontrando cada uno su particular justificación con respecto a la realización de un acto aberrante, declarándose para sus adentros inocentes de toda culpa.

Hagamos una paráfrasis, una de una frase harto conocida por cualquiera, una que le queda muy bien a cada uno de los retratados en el texto, una casi de policial negro: el camino al Infierno está pavimentado de buenas intenciones.

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Imagen: Xavier Martin
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