Escritor, antropólogo y arqueólogo, Marcio Veloz Maggiolo lleva escritos muchos libros entre poesía, ensayos y novelas que retratan el mundo diverso y múltiple de República Dominicana y más ampliamente del universo del Caribe. De paso por la Argentina, el escritor nacido en Santo Domingo habla de su literatura, de sus inicios conflictivos en los años ’60, cuando una novela suya quedó finalista en España mientras Franco y Trujillo tenían muy buenas relaciones, y de la hibridez cultural entre Dominicana y Haití. Además, una presentación de los libros de Maggiolo que ahora pueden conseguirse en la Argentina.
› Por Fernando Bogado
Si hay una zona por excelencia que se ha convertido en un punto determinante para pensar la historia de toda América es, sin lugar a dudas, la zona de las Antillas, el Caribe, esos pequeños países ubicados en el centro del inmenso continente. Límite entre el Norte y el Sur, no sólo es una coordenada geográfica sino también una metáfora que marca la diferencia económica, la división en cuanto al trato con la cultura europea y el transcurrir tanto de los procesos de colonización como de la suerte final en ese complicado juego de dominantes y dominados que marca a fuego todo el irregular territorio. Ese pequeño espacio, denominado con un nombre tan general como “el Caribe”, es también sede de diferencias tajantes que hacen sospechoso el uso de un solo término para englobar experiencias tan disímiles: como lo indica Antonio Benítez Rojo en la introducción al libro Entre el vudú y la ideología, “se puede asegurar que la cuenca del Caribe, a pesar de comprender las primeras tierras de América en ser conquistadas y colonizadas por Europa, es todavía, sobre todo en términos culturales, una de las regiones menos conocidas del continente”.
Razones como éstas hacen que la reedición de cuatro novelas fundamentales del escritor y arqueólogo dominicano Marcio Veloz Maggiolo se vuelva un hecho trascendente que pone en perspectiva la historia de Dominicana, la historia del continente.
Nacido en 1936 en Santo Domingo, Veloz Maggiolo pasó por segunda vez por la Argentina con una apretada agenda de conferencias en torno de temas que reclaman su costado de investigador profesional pero, claro, el objetivo determinante es la presentación de cuatro novelas seleccionadas de su vasta obra que Siruela ha publicado en los últimos años y se han traído especialmente a la Argentina. Cultor de una novelística personal, preocupada más por los mundos interiores y el desarrollo del punto de vista del personaje antes que por el dato realista, Veloz Maggiolo no sólo ha combinado la antropología con la escritura sino también con diversas labores oficiales que lo han llevado a más de un ministerio, siempre enfocado en la cultura.
Acomodado en un sillón de la embajada dominicana, con la mirada meditativa y amena, Marcio –sí, lo podemos llamar por el primer nombre– apoya una mano sobre su oreja derecha y transmite cierta calma frente a cada una de las preguntas: la excusa perfecta para entrar en un mundo literario alucinante, casi en el sentido en que la literatura de nuestras costas, después de tantos y tantos maravillosos escritores, ha sabido adoptar como adjetivo de absoluta preferencia.
–Bueno, fíjate, La mosca soldado no es una novela creada desde la antropología, es que la antropología emerge en la novela. Yo vivo de la antropología, pero muero en la literatura. O sea que no, en esa medida en que uno vive de un tema, que ese tema forma parte de la vida cotidiana de uno, ese tema de cualquier manera emerge, aflora. Y si ese tema tiene elementos que pueden funcionar como elementos de la imaginación, entonces el escritor lo aprovecha. Y no es que aprovechar el tema sea una cosa tan fácil. Yo diría: una literatura que no utiliza los recursos de la cotidianidad pierde mucho.
–Yo pienso que el pasado siempre es nuevo, porque el pasado es una etapa que se ha fijado en la conciencia bergsonianamente, pero que cuando tú vuelves a él, vas a encontrar que hay cosas nuevas siempre. El pasado es una “realidad” que no se agota. El que se agota es uno, el escritor sigue con la muerte, pero el pasado pasa de uno, de una persona a otra, de una experiencia a otra. Si volvieras cien años después, ese pasado no lo reconocerían los demás, se ha transformado. Yo pienso que es el elemento clave de una literatura que, como en el caso nuestro, antillano, tiene una historia bastante triste y bastante pobre desde el punto de vista de su interpretación. Entonces, claro, muchas veces el escritor prefiere ser él el “historiador”, ser él el creador de una historia que a veces ni ha existido. Y ésa es la parte de creatividad que hay que tener en cuenta para hablar de escritura. La escritura de creación, digo, porque no hacemos nada con repetir con diálogos, y con una prosa mejor y con metáforas, lo que ya la gente ha dicho desde el punto de vista de la historia misma. Ahora, si yo hablo de un personaje de la historia y le invento un pasado, y además digo “debió ser así” y además se me permite hacer eso porque todo escritor debe ser un poeta –sabiendo que hay una licencia de la que uno no puede abusar porque, si no, se derrumbaría la narrativa–, en definitiva, hay una historia que tú puedes manejar para hacer más viva la vida, y eso es lo que uno busca siempre. Como en El hombre del acordeón, que es un tema ligado a la frontera entre República Dominicana y Haití, lo que hay allí son temáticas que uno rescata como una piedra preciosa que está oculta en la parte vasta y se la puede descubrir, sacarle una arista, un brillo: ésa es una de las características del escritor.
–Es que todo eso que está en las novelas, eso musical que mencionas, son vivencias. Si tú escribes sobre una época y tienes las vivencias, te es más fácil llegar. Yo he sido siempre amante del bolero junto con mi esposa Norma. Tengo un libro con dos o tres autores más sobre el bolero. Se llama El bolero: visiones y perfiles de una pasión dominicana, junto a Pedro Delgado y José del Castillo. La parte emocional, que es la primera parte, la que escribo yo, bueno, ahí hay todo, todo; digamos: lo que he manejado de manera personal. El bolero siempre aparece en mis novelas, menos en aquéllas de temática prehistórica. Son vivencias manejadas con un sentido estético. Tengo una novela que se llama Materia prima, que no ha podido entrar en estas reediciones y en la que, como en Ritos de cabaret, el bolero es fundamental. Lo que hay es una memoria musical, está en forma de memoria musical: en Ritos..., lo que hace el personaje es filtrar todas las mujeres que ha tenido. El padre, el que estuvo con ellas en un principio, le dice al hijo: “Tienes que continuar la saga, tú eres mi heredero”.
República Dominicana carga sobre sí el peso de una huella enorme: la de Colón y el resto de la tripulación de las carabelas, las primeras de una serie de visitas que se repetirían con el tiempo y que harían de la isla la sede del primer gobierno español en territorio americano, pero también el primero en ser abandonado y arrojado a su suerte una vez avanzado el proceso de conquista. La isla La Española también es fruto de otro corte aun más radical: el que se registra entre la ya citada República Dominicana y Haití, dos Estados soberanos que comparten el espacio y que llevan un complicado vínculo casi siamés entre lenguas, culturas e historias compartidas.
–Yo creo que el problema de Haití y República Dominicana, como en el caso de El hombre del acordeón, es que estamos descubriendo una sociedad que llamamos allí “rayana”, una sociedad domínico-haitiana, que cuando está en la parte de Haití es haitiana, y cuando vienes de este lado, cuando estás dentro de la línea es dominicana. Tiene las dos culturas, tiene las dos creencias, maneja los mismos elementos lúdicos y en el fondo no sabemos si es dominicana o haitiana. Rayano es una calidad de personaje de la patria en Haití y personaje de la patria en República Dominicana. Es un personaje que tampoco es un invento: yo conocí en la frontera sur a un señor al que le decían el Turco. El Turco tenía una familia en Haití y una en la parte dominicana. La familia de Haití era haitiana, la de República Dominicana, dominicana; el turco hablaba en patois en Haití y hablaba en español en República Dominicana. Son elementos de la vida cotidiana los que obligan a una vida de varios valores, cuando tú hablas varias lenguas eres bilingüe, cuando tú vives en el punto de vista de varias culturas, tú eres bicultural o tricultural. Pero eso no se había trabajado nunca, aunque Manuel Rueda (un poeta importante nacido en Montecristi, en la frontera, casi un rayano, una persona de un amplio valor, también músico y dramaturgo) tiene un poema llamado “El rayano” en donde describe ese personaje: yo leí el poema luego de escribir El hombre del acordeón, pero si lo hubiera leído antes, me habría enriquecido.
–En La mosca soldado tenemos todas las creencias: el vudú, la magia, el batey (una creencia haitiana), la creencia española en brujas voladoras de la zona de Cataluña, todo un mundo de mezcolanza, de mestizaje. Porque tenemos este elemento que vive en nosotros. Fue el primer territorio a donde llegaron esclavos negros, en 1511. Es un mundo lleno de mezcla, de mixtura, que es lo que nos da nuestra personalidad, aunque no queramos saberlo. Incluso no querer saberlo es parte de esa identidad. Nosotros éramos un país mestizo a comienzos del siglo XVI: el censo de esa época nos daba más negros que mestizos y que blancos. Y después con la presencia de Francia en la parte occidental que toma el territorio, la presencia africana de 5 millones de africanos moliendo la caña y sin dónde ir, obliga a una emigración a la parte oriental de la isla que constituye nuestro basamento de país, donde el negro es fundamental y donde la apertura misma, por las razones que fueran, del gobierno colonial español genera un proceso de mestizaje. Por eso es que cuando se hace el censo de finales del siglo XVIII la mayoría de la población es mulata, pero se llamaban a sí mismo “blancos de la tierra” para diferenciarse del esclavo negro. Y mantuvieron siempre una tradición hispánica, la religión, las cofradías, incluso el negro se unía a las cofradías, y las había de todos los grupos tribales, cada una con sus lenguas.
–Bueno, yo soy un escritor al que se me ha reconocido en los últimos diez o quince años, pero creo que debo satisfacerme de que hay un reconocimiento; hay incluso varias tesis en torno de mi trabajo. La primera persona que trabajó sobre un libro mío fue una profesora de Harvard, Dolly Summers, que hizo un largo estudio de una novela que se llama De aquí en adelante, la cual hace veinte años que no se publica. Ella hizo un estudio señalando las novedades en la narrativa dominicana de la novela en comparación con la otra literatura del Caribe, eso fue lo que le llamó la atención. En esa época yo estaba leyendo mucho la literatura francesa de esos años, estaba dentro de la línea del surrealismo, pero después me fui saliendo. Lo mismo que en la novela Los ángeles de hueso: las dos produjeron impacto porque se salían del realismo de la novela dominicana, entrando en el terreno de la novela psicológica. En Los ángeles de hueso, un personaje narra la muerte de un hermano en la guerrilla, que inventa un mundo mental en donde las cosas pasan como le da la gana al que la está pensando. Yo surgí en la época en que el boom latinoamericano estaba en auge, en los ’60. Fue con la novela De aquí en adelante, presentada al premio Seix Barral con el título Esta tierra caliente. Tuvo una historia triste esa novela. Fue finalista junto con una novela de Bryce Echenique cuando ganó Donoso con Ese obsceno pájaro de la noche: no se pudo publicar mi novela en España por razones muy políticas. Yo estudiaba en España el doctorado, Franco estaba vivo, la novela habla mucho de Trujillo, Franco era aliado de Trujillo, la novela hacía algunas observaciones sobre el hijo de Trujillo, Ramfis, que tenía grandes inversiones en España. Sé que una importante editorial dijo que le quitaba una serie de cosas. Yo la engaveté. Se publicó en Santo Domingo cinco años después. Allí tuvo buena recepción, la crítica fue benévola con ella, pero nunca más ninguna editorial de cierta importancia de afuera tuvo algún interés en publicarla.
El hombre del acordeón
Marcio Veloz Maggiolo
Siruela
152 páginas
La figura “del rayano”, como bien menciona Veloz Maggiolo, es una suerte de personaje límite entre Haití y República Dominicana, esto es, una encarnación del límite mismo. Recuperando la historia del hombre del acordeón, estrictamente de Honorio Lora, un “Papá Dios” del merengue revivido por los relatos entre inventados y veraces de Vetemit Alzaga, un cuentero profesional que colabora con Trujillo y su feroz dictadura, el relato se concentra en los sucesos que ocupan a la isla La Española en su totalidad a comienzos del siglo XX, revisando precisamente los intercambios a nivel inmediato entre la cultura de un país y el otro.
Flota en todo el texto una multitud de fantasmas: los muertos en la “Masacre del Perejil”, ocurrida en 1937, en donde varios militares armados sólo con machetes fueron enviados por el propio dictador para asesinar a decenas de miles de haitianos, bah, a los que creían haitianos, ubicados en la todavía movediza frontera entre un país y otro. El autor logra en la novela trabajar con la médula del relato popular: la posibilidad de crear sin tener datos veraces, sólo a partir de los relatos heredados que muerden el mito y las bondades de la creación casi fantástica del “chisme” de pueblo. La figura de Trujillo aparece aquí, también, como una suerte de sombra, sólo que más ominosa, un centro que toca cada una de las historias.
Ritos de cabaret
Marcio Veloz Maggiolo
Siruela
152 páginas
El vínculo entre padre e hijo, se sabe, arrastra muchas veces los pecados del primero a la historia individual del segundo. Muy de vez en cuando, también, las bondades: en Ritos de cabaret asistimos a una historia en donde el vástago de Papo, amante del bolero y dueño de un cabaret, acompaña a su padre en un viaje personal que el progenitor emprende con el objetivo de reencontrarse con las amantes de su pasado. A través de las páginas asistiremos a una transformación fruto de la herencia: esas mismas amantes pasarán a convertirse en las de Papo Jr., quien hasta muy entrada la lectura no tiene ninguna preferencia sexual, ni siquiera aprecia la música que vuelve loco a su padre (música que le sirve de recuerdo: cada mujer, cada situación invita a citar el extracto de alguna que otra canción). Conectándose aquí con otro de los grandes hechos de la historia dominicana, la “Guerra de Abril” de 1965, la lista de personajes del texto verá desfilar a más de una persona comprometida con el trujillismo abrazar cualquier causa con tal de salvarse de un próximo fin.
Sueños, brujos, un hermafrodita que ve los sucesos por venir y un toro campeón cierran el paisaje de Villa Francisca, espacio de la historia, en donde ninguno de los acontecimientos narrados deja de tener esa música de fondo emergiendo del cabaret, claro está, una de las más concurridas “iglesias” de la comunidad.
La mosca soldado
Marcio Veloz Maggiolo
Siruela
224 páginas
Una constante en las cuatro novelas es la presencia de la capacidad imaginativa popular como raíz de cualquier relato: la “poesía” se convierte en un don del pueblo para poder articular sus mitos, contar los sucesos de cada día, relacionarse con el pasado o regocijarse con la música que escucha. En La mosca soldado, esa capacidad imaginativa se pone a prueba en el relato de un narrador que elige, invitado por un antiguo compañero de expedición de nombre Ernesto, rememorar las vicisitudes de un trabajo arqueológico realizado hace varios años y que marcó a fuego el camino profesional del personaje.
¿Qué se encontró en esa expedición? Los huesos de una joven de las épocas precolombinas hallados por la citada expedición (a la que llaman “Pandora”) permiten revisar no sólo las prácticas propias del territorio y la compleja conexión del Caribe con la cultura del norte de Sudamérica y, por extensión, de todo el continente, sino también que ahonda en el vínculo secreto que une al presente con el pasado. El relato del ya viejo profesor funciona como una suerte de repaso a todas las formas visitadas por el autor no sólo en las novelas aquí mencionadas sino en toda su obra: la voz del personaje y del propio Veloz Maggiolo parecen, por momentos, confundirse, como el propio pasado, en el cruce de reverberaciones despertadas hace quién sabe cuántos años atrás, antes de que el tiempo fuera tiempo.
La biografía difusa de Sombra Castañeda
Marcio Veloz Maggiolo
Siruela
200 páginas
Todo autor latinoamericano tiene su gran novela de dictadores, mal que nos pese históricamente. Ahora bien: la literatura se levanta siempre frente a esta atrocidad a fuerza de ficción, rabiosa ficción: lo prueba Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos o El otoño del patriarca de García Márquez. Sumemos un nombre a la lista ahora: el de Veloz Maggiolo.
En La biografía..., el autor pone en relación los últimos momentos de la dictadura de Trujillo con otra dictadura, otra tiranía, una inventada por Esculapio Ramírez en medio de un delirium tremens producido un poco por el alcohol, un poco por la locura misma que implica ser un opositor. En palabras del propio escritor: “Allí de lo que se trata es de la desintegración final del dictador, porque se lo nombra a Trujillo, su voz es oída por el borracho. Ese borracho, el beodo, comienza a pensar en otra dictadura que él va armando”.
La “otra” dictadura es una de especie alucinante, mitad ritual vudú, mitad escena mística cristiana, en donde el personaje de Sombra Castañeda armará su gobierno entre lagartijas y grillos: a través de una fuerte estructura narrativa que hace suceder una voz después de la otra, lo que encontramos es el esqueleto mismo de la (siempre doble) historia latinoamericana: cuerda y loca, serena y salvaje. Si bien Veloz Maggiolo es difícil de encasillar dentro de los grandes nombres del boom, quizás esta novela se acerque muchísimo a los textos más sólidos del movimiento.
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