Una novela española que sorprende por su desmesura, retrata, entre Dickens y Galdós, la vida de la ciudad de Barcelona en la segunda mitad del siglo XIX.
› Por Mariana Enriquez
Corona de flores
Javier Calvo
Mondadori
305 páginas
El primer párrafo de Corona de flores, la última novela del español Javier Calvo, es una reescritura del comienzo de Historia de dos ciudades de Charles Dickens: “Corren los mejores tiempos, corren los peores tiempos, es la era de la de la sabiduría, es la ira de la estupidez...”.
La cita es una brújula: Corona de flores es, en efecto, una historia de dos ciudades o, mejor dicho, de dos aspectos de la Barcelona de fines del siglo XIX: el aspecto del poder político y místico, y el de los más bajos estratos, donde se mezclan jefes del crimen, miserables, niños mendigos, seres abyectos, gentes hambrientas. Esta Barcelona, también, se parece muchísimo al Londres victoriano: si Dickens describía a la capital británica como “una hiriente ciudad negra, sin ningún tragaluz en la bóveda plomiza del cielo” (en Bleak House), aquí esa oscuridad ambiental, esa niebla que nunca se despeja está dada por el Dosel de Sombras, una nube química que cubre la ciudad todo el tiempo, emanación de las industrias pero símbolo de misterio y elemento gótico que evoca al Robert Louis Stevenson de Jekyll y Hyde, a Conan Doyle, a las calles terribles de Jack El Destripador en el East End.
Pero la anglofilia es apenas uno de los elementos de Corona de flores, quizás el más claro estéticamente, pero de ninguna manera el más importante. Este policial gótico, excesivo y brutal tiene, al mismo tiempo, una belleza convulsiva, como una pintura negra de Goya, artista que la novela evoca y recuerda, de la misma manera que recuerda a las sonatas de Ramón del Valle Inclán y la miseria extrema del mejor Galdós. También es una novela histórica: la reconstrucción de esa ciudad que acaba de derribar sus murallas, que deja de ser medieval, es minuciosa y obsesivamente documentada. Ese momento, cuando la ciudad ya no pertenece al Medioevo pero no acaba de ser una potencia industrial, es ideal para plantear el eje de la novela: el conflicto entre el progreso, la razón, la ciencia y la magia, la superstición, las fuerzas oscuras.
En un amanecer de 1877, los miembros del Cuerpo de Vigilancia Semproni de Paula y Blai Boamorte se dirigen a dispersar una multitud que se ha reunido frente al cuarto donde vive una supuesta santa. Los policías son brutales, violentos, sádicos: retratos bastante realistas de dos agentes de la ley en la España del siglo XIX. Semproni, además, es un hombre menudo, insignificante, casado con una mujer bellísima que le es infiel. Los reos deben, por tanto, soportar la descarga de su impotencia. No es la única frustración de Semproni: la ciudad está bajo ataque de un asesino extravagante que no puede atrapar, el Asesino de la Esperanza, llamado así porque en esa calle dejó su primer cadáver, un hombre degollado cuya cabeza fue reemplazada por la de un perro. Para contar con una ayuda especializada, De Paula libera de la prisión a Menelaus Roca, anatomista y coleccionista fotofóbico con un pasado criminal que antes de ser detenido trabajaba para la policía. Semproni de Paula no lo sabe, pero con la liberación de Roca también se liberarán sobre Barcelona fuerzas que están más allá del control de los hombres y que atraviesan todos los estratos sociales, representados por Max Teller, rey travesti del hampa; Aniol Almarrosa, escritor decadentista autor del folletín La ciudad secreta, y Dado Blokium, hermoso y erudito diplomático que guarda la llave de un misterio ancestral.
Javier Calvo –autor de Mundo maravilloso y El dios reflectante– ha escrito una novela gótica y excesiva con un estilo límpido, de un ritmo implacable e impecable, equilibrando la desmesura con el dinamismo; con un lenguaje elegante, preciso, pero jamás pretencioso ni anacrónico, Corona de flores deslumbra por su imaginación, su horror y su melancolía; al mismo tiempo, nunca pierde la potencia de una trama oscuramente divertida. Pero no hay que pensar que ésta es una novela pícara o apacible. Todo lo contrario. La violencia es extrema, recurrente, se diría insistente; abundan el canibalismo, las tripas, manicomios, tísicos agonizantes, gabinetes de curiosidades, esoterismo, seudociencia, decadentismo, anarquistas, sexualidad perversa. Con frecuencia es necesario levantar la cabeza para respirar: pocas veces la ficción provoca una reacción tan física. Corona de flores toma elementos de la psicogeografía –desde Iain Sinclair a Peter Ackroyd– y así acaba haciendo una lectura política de la ciudad, como si el Asesino de la Esperanza fuera un vengador de la Barcelona secreta, la ciudad oculta y maldita que resiste la modernidad y la normalización con los puños llenos de locura, rituales y sangre.
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