Domingo, 9 de octubre de 2011 | Hoy
Con la publicación de Las correcciones en 2001, Jonathan Franzen se convirtió de la noche a la mañana en el autor norteamericano más celebrado y, al mismo tiempo, más discutido. Mientras la crítica debatía si la época había encontrado al autor que capturara su zeitgeist, su polémica con Oprah Winfrey le daba una notoriedad masiva y sus ensayos alimentaban nuevas expectativas. Nueve años después, Freedom vuelve a ponerlo en el ojo de la tormenta. Con la salida de su edición en castellano (Libertad, Salamandra), Radar ofrece un panorama de las polémicas y los argumentos más agudos, junto a un análisis de su perfil público, indisociable de su obra.
Por Heather Horn
¿Es la nueva novela de Jonathan Franzen una genialidad o una decepción? Los críticos, como grupo, no parecen poder decidir. El New York Times le dedicó una reseña tan positiva que provocó una severa reacción de algunas novelistas mujeres que se sienten despreciadas comparadas con Franzen. Jennifer Weiner, autora de In Her Shoes, dijo en una entrevista: “Hay un viejo y muy establecido doble standard que establece que, cuando un hombre escribe sobre familia y sentimientos es literatura con L mayúscula, pero cuando una mujer considera los mismos tópicos, es romance, o libro para la playa, algo que no merece una seria consideración crítica”. El Oprah’s Book Club lo eligió como su siguiente favorito y eso aunque Franzen tuvo un famoso enfrentamiento con el grupo.
Pero la segunda oleada de reseñas ha sido mucho menos positiva. Algunos críticos creen que el libro se esfuerza demasiado por ser relevante y moderno y que por eso falla en algunas de las metas más cruciales de una novela. En este fracaso, sin embargo, Franzen no está solo. Muchos comentaristas apuntan a la amplia debilidad de la literatura moderna, preguntándose con una urgencia muy particular entre los intelectuales modernos –preguntas que el mismo Franzen se hace en sus ensayos: ¿Qué debería ser una novela? ¿Entretenimiento, comentario social, o un espejo que refleja la vida?–. Y si compartimos la inclinación de Franzen por la gran novela social, ¿en qué punto el realismo entra en conflicto con el objetivo de producir una lectura entretenida (o arte importante)?
Mucha de la crítica sobre Freedom se centra en las ambiciones tolstoianas de Franzen, su deseo de capturar una era, con sus detalles banales incluidos. Charles Baxter, del New York Review of Books, alabando las primeras páginas del libro como “una brillante hibridación de una novela de Jane Austen y D. H. Lawrence”, después dice: “Pero Franzen, juzgando por la evidencia de esta novela, no quiere ser Jane Austen: quiere ser Tolstoi”. Lo que quiere decir que “Freedom es el tipo de novela que resume una era y que trata de incluir todo, un proyecto desesperado y heroico”. David Brooks no piensa que sea tolstoiano sino que las deliberadas referencias de Franzen a Guerra y Paz están puestas para enfatizar la diferencia entre sus personajes y los de Tolstoi. Estos últimos son “espiritualmente ambiciosos, buscadores feroces de una verdad universal que pueda resistir el duro escrutinio de su propia inteligencia. Los personajes modernos de Franzen parecen distraídos y desvalidos”. B. R. Myers, de The Atlantic, escribe la más agria, sugiriendo que la referencia a Tolstoi puede ser responsable de la insufrible blandura de la literatura moderna, de la que Freedom es solo un ejemplo: “Hoy los personajes son concebidos como si el objetivo de la literatura fuera crear vecinos plausiblemente agradables. Tienen sus pequeñas preocupaciones, pero ¿qué importa? ¿Los escritores realmente creen que cada familia infeliz es especial? Si es así, Tolstoi tiene mucho por lo que responder (incluyendo la última novela de Franzen)”.
El corolario: una atención maníaca a la cultura pop. Esta observación está implícita en parte en el comentario de Baxter sobre Tolstoi, sobre una novela que resume una era y trata de abarcarlo todo. Sam Tanenhaus, del NYT, está encantado con las observaciones de Franzen sobre la vida moderna (“incluido el hecho de que una madre bien pensante, aunque sea dura en los juicios sobre los lapsus éticos de sus vecinos, no los condenará con un epíteto más áspero que ‘raros’”), porque piensa que “crecen orgánicamente” de los temas de Freedom, pero Ruth Franklin y B. R. Myers son más escépticos. Franklin cuestiona “los precisos y certeros momentos de verosimilitud de la novela: esa referencia al libro de cocina Silver Palate, la descripción de la banda del college de Richard, la pila de libros de Elie Wiesel y Chaim Potok sobre la mesa de luz de Joey” llamándolos “si no exactamente poéticos al menos sociológicamente apropiados”. Se pregunta, sin embargo, si esto es lo que requerimos de la ficción. Myers, en cambio, saca los frenos: “En vez de retratar a un individuo interesante, o dos, y confiar en el realismo para incorporar la historia con naturalidad en la vida contemporánea, el Escritor Social piensa en todos los asuntos relevantes que tiene que incluir, después piensa en una familia lo suficientemente típica como para que pueda sostener todo. Estos lectores quieren un mundo que es reconociblemente el propio hasta en los detalles más triviales, hasta Twitter, incluso si el libro dice menos cosas relevantes sobre sus vidas que un libro escrito hace un siglo”.
¿Cuándo son el realismo, y el aburrimiento, demasiado reales? Esta es la cuestión central para B. R. Myers, pero también aparece en otras reseñas. Ruth Franklin acusa a Franzen de ser “todo espejo y nada de lámpara”. El realismo, dice, no debería ser solamente “una transcripción de la realidad... La tarea de una novela no es mostrarnos cómo vivimos sino ayudarnos a darnos cuenta de cómo vivir”.
La literatura moderna está obsesionada con la desesperación de la clase media. Todo se remonta hasta Thoreau y esa frase sobre la gente “viviendo vidas de callada desesperación”, argumenta David Brooks, en TNYT. “Su mensaje prendió, es halagador para los escritores y otros disidentes y se ha convertido en la base de casi todas las descripciones de los Estados Unidos suburbanos o de pueblo chico”. Pero como resultado, “incluso un escritor tan talentoso como Franzen hace descripciones aptas de vecinos maliciosos y de amas de casa que se automedican, pero ignoran cualquier cosa que pueda complicar el dogma de la Callada Desesperación”.
En Freedom, como en otras novelas similares, “las partes serias de la vida son cortadas y los lectores deben agacharse para habitar un mundo de cielorrasos bajos. Todo el mundo puede sentirse superior a los personajes sobre los que están leyendo, algo siempre agradable en una sociedad famosamente ansiosa por el estatus, pero hay algo que falta”.
Un verdadero elogio: en su corazón, la novela tiene un mensaje fuerte, argumenta William Deresiewicz en Bookforum: “El deseo de libertad, desde el punto de vista de Franzen, no es más que un deseo adolescente de irresponsabilidad y desconexión. La novela está llena de gente cuya libertad no sólo los hace desgraciados, sino que hace desgraciados a quienes los rodean”. Entonces, mientras la idea de que “la libertad americana... es la ruina del mundo, y la libertad humana es la ruina del planeta... no es algo agradable de oír, y el afán de polémica de la novela marra su arte..., es seguramente algo que no podemos escuchar con mucha frecuencia”.
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