Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
Cultora del cuento breve antes de que se hablara de microrrelatos, Ana María Shua entrega en Fenómenos de circo un muestrario asombroso de variedades, personajes y hechos notables de la vida pensada como un espectáculo para el asombro.
Por Sebastian Basualdo
Mucho antes de que se lo declarara en España un género literario digno de exportación y por lo tanto comenzara a proliferar en nuestro país con anuencia y fuerte vocación vanguardista, Ana María Shua ya había escrito y publicado una serie de notables libros de los llamados “microrrelatos”, como Botánica del caos y Casa de geishas, entre otros. Dicho de otra manera: Fenómenos de circo, su último libro, no es otra cosa que una muestra cabal de lo que viene haciendo desde que ganara en 1980 el premio de la editorial Losada, es decir: percibir con maestría el género literario que más conviene a sus historias.
Fenómenos de circo debería contarse en forma de microrrelatos, no hay otro modo de concebir la profundidad que puede alcanzar la sutileza. Ana María Shua ha escrito un libro precioso. Su mayor virtud consiste en lograr que el lector se convierta a su vez en un espectador, uno privilegiado. Sólo para locos, diría Hesse frente a lo mágico; porque de pronto surge la sonrisa del niño cuando comienza la función: se encienden las luces y el narrador presentador dice: “Usted cree estar en un circo, pero tiene dudas, busca pruebas. La osa tiene la cara de su madre, la palabra acróbata, sin dejar de ser puro sonido, está hecha de letras rojas y se puede comer. Nada de eso prueba que usted no esté realmente en un circo. Para estar seguro tendrá que despertarse, mirar a su alrededor, asegurarse de que no ha desembocado en otro sueño”.
Ahora se trata de recuperar lentamente, pero cada vez con mayor intensidad al correr de las páginas, la mirada adánica sobre el mundo: el circo. Todos los circos del mundo y con todos los personajes que le son propios. La familiaridad sorprende, su poder evocativo se parece mucho a la música, quizá por eso este libro sólo podía ser posible en microrrelatos: al igual que la música, necesita de sus silencios para colmarse de sentido. “Se le llama Vida inteligente en el Planeta Tierra y se destaca por la cantidad de participantes, expertos en las más diversas disciplinas: más de siete mil millones en la segunda década del siglo XXI. Acosados por los ojos ciegos de las cámaras que en todas partes nos acechan y nos registran, somos los artistas y también el público, actuamos y nos aplaudimos simultáneamente.”
Cuando el lector-espectador ha recuperado su mirada adánica ya está listo para pensarse a sí mismo; el circo pronto se convierte en una gran metáfora, acaso una parábola, o un modo como cualquier otro de proyectar y reconocerse en la función. La sonrisa del niño pronto dará lugar al adulto pensándose en su cultura, cada microrrelato funciona a modo de espejo o trampolín: en el aire se abre como un abanico el juego de paralelismos y analogías. Porque si bien hemos entrado al circo a ver payasos, ilusionistas, magos, acróbatas, elefantes y leones, lo cierto es que, al igual de lo que afirma uno de los títulos del microrrelato, “La gran atracción es una sola”: “Deja que lo vistan con ropa de colores brillantes y lentejuelas. En la arena del circo, camina erguido. Demuestra su comprensión de nuestro lenguaje obedeciendo sin dudar todas las órdenes del domador, resuelve problemas de aritmética sencillos que el público mismo le plantea y algunos dicen que hasta es capaz de hablar. Su dueño se lo lleva después con él al carromato, nunca ha querido encerrarlo en una jaula, no está bien hacer eso, explica a los curiosos, con un hombre amaestrado.”
Fenómenos de circo está pensado en seis momentos: “Todo es circo”, “Los oficios”, “Los freaks”, “Los animales”, “Historia del circo”, y por último un capítulo titulado “Datos fehacientes y comprobables acerca de algunas personas reales y/o famosas mencionadas en este libro”, donde Ana María Shua propone una minibiografía de hombres como Dan Rice, Dominique Mauclair, Eli Bowen y Elizabeth Allen, entre muchos otros precursores del mundo circense.
Los payasos actúan en parejas –dice un relato en el que se pregunta quién es la víctima–. Por lo general, uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas del otro: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector.
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