Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
Una biografía cuidadosa y documentada de Gabriel Iturri: el tucumano que viajó a París, conoció la bohemia, la aristocracia, inspiró a Proust y fue feliz.
Por Claudio Zeiger
Su módica leyenda circulaba a veces en lánguidas conversaciones literarias. Como una sombra, como la estela del recuerdo de quien abandonó su tierra y se perdió en el espacio infinito, en el tiempo perdido. Sí, Iturri, un tucumano que sirvió como secretario a Robert de Montesquiou, el dandy inspirador (a su pesar) del barón de Charlus o, al menos, de ciertos rasgos del célebre barón, quizás el más destacado personaje de En busca del tiempo perdido. O sea, se hablaba de Iturri transitando por un largo sendero que concluía en Proust. Una marca de exotismo lo acompañaba en el trayecto: un argentino ¡un tucumano! Si bien Montesquiou le había dedicado Le chancelieur des fleurs, una exaltación a la amistad entre ambos, el libro del historiador Carlos Páez de la Torre (h) es la primera biografía que reconstruye la vida de Iturri desde su origen tucumano hasta su plenitud francesa, y una muerte bastante prematura a causa de una enfermedad muy desconocida entonces, la diabetes.
Es interesante detenerse en la decisión de escribir la biografía –meticulosa, documentada línea por línea en cartas y testimonios directos extraídos de otras biografías, reconstruida con fotos y documentos piedra por piedra, como una escultura que se rompe y hay que volver a dejar tal como era el original– de un personaje menor de la trama cultural. Su figura correspondería a la del secretario, el que está cerca del centro de atracción sin serlo, pero gravita con fuerza, una fuerza oculta como una corriente subterránea. Una biografía de Montesquiou también sería la de una figura menor. Sombras de sombras que conducen a la figura mayor, el gran biografiado. Y, sin embargo, Páez no se corre de su lugar de observador ni pide permiso por dedicarse a narrar la vida de Iturri como un antihéroe tucumano que, desde la escuela, anhela cobrar alas y volar lejos, muy lejos. Si los relatos de niños bien que viajaban a París a tirar manteca al techo y emborrachar a Lulú, poblarían las páginas del naturalismo argentino de Cambaceres a Güiraldes, la vera historia de Gabriel es la de un joven provinciano de familia común y numerosa que quiere ir a París a realizar otras clases de deseos. Y no quiere iniciarse y volver: no va a volver. Y a diferencia de los personajes de los libros, no está triste sino que vive alegre porque cumple con su sueño.
Hay una curiosidad historiográfica pero que no debe ser menor para el autor, quien entre otros libros escribió La cólera de la inteligencia: una vida de Paul Groussac. En el comienzo de El argentino de oro nos tropezamos dos veces con Groussac: profesor de matemáticas del Colegio Nacional de Tucumán, dirige una comedia en la que Iturri participa como Marcela, protagonista femenina, ya que era impensable que las chicas hicieran papeles en un colegio de varones. Años después, en 1883 lo reencuentra en París, en casa de Edmund de Goncourt, y tal como lo consigna en El viaje intelectual, le causa una pésima impresión y lo señala como “un joven acicalado, afeitado, amaricado...” que empezaría una carrera de “vicio y vergüenza”.
En realidad, la historia de Iturri en París es la de un parvenu seductor e irresistible, que lleva una vida despreocupada y a quien poco le cuesta llevar a cabo sus designios. Es la suya una vida feliz, apenas ensombrecida por los últimos tiempo de la enfermedad incurable. El relato de su relación con Montesquiou es el de una verdadera historia de amor, auténtica, aunque también enredada en los tortuosos designios artísticos del veleidoso Robert, un raro en toda la línea, un dandy decadente cuya vida estaba por encima de su obra.
Y esto es todo o casi todo. Proust cumple aquí un rol secundario y bastante antipático. La relación de Montesquiou, Gabriel y su madre, más epistolar que de cuerpo presente, formaría parte de una vieja y querible película argentina, no carente de picardías y ocultaciones interesadas. Hay otros hombres y mujeres que entran y salen de escena pero siempre quedan ellos dos: Robert y Gabriel, el dandy y su secretario incondicional. Vidas dedicadas al culto de la belleza, pero a la vez materia viva de la sociología de las costumbres que cultivaría el mismísimo Proust. Capítulo menor pero biografía rigurosa de un argentino que triunfó en París cuando nada hacía prever que podría lograr su objetivo. Historia de un deseo, de un sueño y de un misterio.
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