Dom 06.11.2011
libros

Falsos pero libres

Adolfo Kaminsky falsificó una enorme cantidad de documentos que devolvieron la libertad a muchos prisioneros y permitieron salvadores exilios. Su apasionante y extraña profesión ahora es contada por su hija.

› Por Luciana De Mello

Cuando Sarah Kaminsky, tan seductora y locuaz, presentó en conferencia el libro que escribió sobre la vida de su padre el falsificador, Adolfo Kaminsky, parecía que esta joven actriz argelina de perfecto acento francés estaba actuando de más. Tantos elogios al padre sonaban poco creíbles. Lo que seguía al razonamiento era desconfiar que el libro fuera un panegírico sobre el padre. Error. O mejor digamos: prejuicio y error. Uno consecuencia del otro y de esto, paradójicamente, es de lo que trata también este libro que comienza con la voz del padre:

“Me llamo Adolfo Kaminsky. Algunos me conocieron como Julien Keller, para otros fui Georges Vernet, Adrien Leconte, Jules, Raphael o Joseph. Fui el experto de falsificación de documentos de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Mis papeles salvaron a más de 3000 familias judías. Después de la liberación de París fui reclutado por los servicios secretos franceses para proveer de documentos falsos a los soldados que eran lanzados en paracaídas detrás de las líneas enemigas. Luego les suministré documentos a los sobrevivientes de los campos de concentración que se embarcaban clandestinamente hacia Palestina de 1946 a 1948. Más tarde me puse al servicio del FLN durante la guerra de Argelia, dentro de la red Jeanson: también fabriqué papeles falsos para ellos. Inicié a revolucionarios antifranquistas en las técnicas de falsificación y proporcioné identidades falsas a los que luchaban en Guatemala contra el general golpista Castillo Armas y a los que en Grecia lo hacían contra la dictadura de los Coroneles. No me arrepiento de ninguno de los combates que libré. Actué por convicción, en apoyo a los pueblos víctimas de la opresión, en nombre de la libertad y siguiendo lo que mi conciencia me dictaba. Pero, sin embargo, nada me predisponía a este destino.”

Esta presentación tiene un ritmo de confesión y al mismo tiempo de descargo, y el recuento frío de organizaciones, luchas y documentos falsificados por Kaminsky no cobrarán su propio peso hasta el momento en el que relate la vida de sus padres escapando de los pogroms hacia Francia, de donde luego serán expulsados por marxistas y cuando al embarcarse hacia la Argentina el primer hijo muera durante el viaje en el regazo de la madre a causa del hacinamiento. Luego, la familia entera volará a Francia en el período de entreguerras sin saber que serán enviados a los campos de exterminio.

Sólo después de este prólogo, sucede que la descripción detallada de cada técnica estudiada con obsesión para confeccionar las réplicas de un pasaporte cobran el peso de un cuerpo humano, de una identidad inventada que podrá sobrevivir gracias al trabajo incansable de este hombre dentro de su estudio clandestino en la Rue des Jeuners. Adolfo Kaminsky tenía que entrevistar a la gente muchas veces para lograr inventarles una vida que pudieran reproducir en caso de interrogatorio, había documentos imposibles que sólo él, a fuerza de creatividad, lograba calcar, como los pasaportes suizos, cuyas fotos recortaba con la misma Singer que su padre usaba en Argentina cuando trabajaba de sastre, y a la que le había cambiado la aguja para lograr un calado perfecto. Cuando su hija le propuso escribir un libro sobre su vida de falsificador, a los ochenta años Adolfo no quería hablar, había demasiado dolor oculto. Para poder mantener la libertad de decisión frente a los conflictos por los cuales se lo contactaba, Kaminsky nunca cobró por sus falsificaciones, su economía como fotógrafo independiente la mayoría de las veces no le alcanzaba para subsistir. El trabajo con los documentos fue siempre su prioridad, aunque muchas veces no llegara a entregar la lista completa y se desmayara de cansancio frente a las máquinas. Cada documento no terminado a tiempo significaba una persona más que moriría.

Esta biografía de Adolfo Kaminsky, escrita por su hija pero que conserva la voz narradora del padre, se convierte también en la historia del abuelo de Sarah, ya que Adolfo, al evocar las luchas de su propio padre, traza un recorrido hacia el origen y tira de la cuerda trazando un recorrido de lo que volverá a suceder: el exilio permanente, la identidad quebrada, reinventada a fuerza de tinta, insomnio y heridas invisibles; además de un ojo ciego, resultado de la cantidad de horas sin dormir durante más de treinta años, en los que fabricó esos papeles que los perseguidos necesitaban para no morir. Adolfo Kaminsky, el falsificador es una biografía que se puede leer como una carta al padre, como una novela sobre los odios raciales y políticos que atravesaron el siglo XX y como un relato esperanzador sobre lo que la voluntad humana puede hacer frente a tanta miseria.

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