Domingo, 4 de diciembre de 2011 | Hoy
Con Cita en el Lago Maggiore, Antonio Dal Masetto cierra magistralmente la trilogía que iniciara en Oscuramente fuerte es la vida (1990) y continuara La tierra incomparable (1994), ambos libros que ahora se reeditan para acompañar la salida del nuevo volumen. La trama continúa la saga familiar de Agata, en la figura de su hijo, quien regresa a la tierra de su infancia acompañado por la nieta de Agata. Viaje sentimental pero paradójicamente iniciático, culminación de una lengua trabajada en forma crecientemente austera y de una mirada que cada vez más se centra sobre la esencia de las cosas, Cita en el Lago Maggiore permite volver sobre los múltiples sentidos de la trilogía y, sobre todo, regresar a las fuentes de una literatura cuyo tema es, y nunca dejó de ser, una reflexión sobre el origen, el viaje y la aventura de la existencia.
Por Luciana De Mello
¿Qué se pone en la valija a los doce años para emprender un viaje sin fecha de retorno? ¿Cómo elegir lo que se lleva y lo que se deja atrás? Esos barcos de inmigrantes que escapaban del dolor de la guerra traían otra carga en la oscuridad de sus bodegas. Esas valijas, las decisiones. El viaje es origen y tema de la literatura, la funda y al mismo tiempo organiza la narración: hay una ida y una vuelta que marcan el camino del héroe en las historias de aventuras, y en este sentido quizás el primer gesto de lo que sería el viaje de Antonio Dal Masetto fuera ése, cuando al separar las cosas que traería a estas tierras eligió las revistas de Salgari, las historias del pirata Sandokán que lo acompañarían como amuleto en el encuentro con América: “Yo el mar no lo había visto nunca. Para mí el mar estaba en los libros de Salgari. El mar era el Corsario Negro, era el Corsario Rojo y el Corsario Verde y la hija del Corsario Verde. Todos los corsarios. Surcar el mar era eso. Y los libros también eran eso. A los doce, trece años era un chico que tenía mis conflictos y mis dudas y mis grandes confusiones. Me estaba formando y además estaba aprendiendo y tratando de asimilar y combatir frente a las dificultades que se me presentaban por este lugar nuevo que desconocía. Había algo en mí que era imposible de comunicar a otro porque era únicamente mío”, reflexionaba Dal Masetto al evocar esas primeras lecturas de la infancia. El viaje de ida continúa en Salto, y allí la nueva historia se funda en una biblioteca. No podía haber tenido un comienzo más arltiano y argentino: Dal Masetto aprende esa lengua extranjera entre los libros que saca sin descanso, mientras hace el reparto de carne, en los días que ayudaba a su padre en ese oficio tan cercano al Matadero. Ese chico de ocho años a quien las monjas de la escuela en Intra habían marcado como a un futuro pintor, ya había elegido, al decidir su equipaje, que sería escritor. El sólo hecho de cruzar el mar hizo que debiera enfrentarse a la conquista de un nuevo lenguaje, hacerlo propio hasta encontrar la palabra para entender, para salir de la soledad del que llega a una tierra desconocida. Pero junto con el lenguaje, y como consecuencia de él, adquirió también una mirada distinta, un extrañamiento que lo acercó a la observación del mundo desde una posición indagadora, como la define Elisa Calabrese en un ensayo de La narración gana la partida: “Una mirada escrutadora que recorre los lugares, los objetos, y las personas en cuyo movimiento lo representado –el referente– parece ser un mero obstáculo para el narrador, algo que está allí, como superficie por la que resbala el ojo que mira. En tal sentido, conviene ser cautelosos al adjudicarle una actitud ‘realista’ a tal observación”.
Viaje, lenguaje y mirada. Esta sería la llave maestra, el triángulo en el que la obra de Dal Masetto concentra su poder narrativo, su razón de ser.
La última novela de Dal Masetto, Cita en el lago Maggiore, es el cierre de una trilogía que comienza con Oscuramente fuerte es la vida, el relato de Agata en el pueblo de Tarni, Italia, y que va desde su infancia hasta el momento en que debe partir a América. Luego, en La tierra incomparable, Agata a sus ochenta años decide volver a visitar ese pueblo natal que nunca más volvió a ver. Esta última entrega, Cita en el Lago Maggiore es el viaje del hijo y la nieta de Agata: padre e hija, nombrados únicamente por ese íntimo vínculo de parentesco, cerrarán este relato de inmigración ya convertido en una suerte de mapa del destierro, donde el recorrido de esta historia familiar, a través de la herencia de un dolor, se convierte página a página en una búsqueda universal, la del hombre y su destino. Esta es la travesía de los clásicos, donde no basta sólo con el talento de la pluma, sino con el grado de verdad que hay en ella. Esta trilogía es, a su manera, un relato de aventuras, una búsqueda del tesoro, donde cada personaje debe volver a rastrear en la propia infancia, y en la de sus hijos, aquello que se percibe como perdido y que es sin embargo donde se cifra el secreto de una vida. En una entrevista para la Audiovideoteca de Escritores, Dal Masetto habla del tiempo que le llevó volver: “Uno quiere ganar el espacio al que llega, no quiere ser considerado sapo de otro pozo, porque es doloroso ser extranjero, no sentirse integrado. Por lo tanto, desde el punto de vista de la literatura, y esto no fue consciente, mis primeros libros fueron libros argentinos, que tenían que ver con la ciudad, con pueblos, con esta geografía y estas costumbres. Cuando me vi afirmado como tipo que escribía, entonces me permití, porque ya nadie podía señalarme como extranjero, Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable”. Sin embargo la mayor parte de sus “relatos argentinos” hablan de gente en tránsito, como en Bosque, en La culpa, o en Siete de oro. Los lugares a los que se llega son espacios donde habita una violencia contenida, más allá de que termine desatándose o no, la agresión y la crueldad se tematizan en toda la obra de Dal Masetto. Así es como Agata se pregunta, hacia el final de Oscuramente...: “Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas?”.
La violencia entonces no está en absoluto desligada de las novelas de inmigración, porque lo que da inicio al viaje es el horror, son las marcas de la guerra, y es lo que se pretende dejar atrás cuando el barco zarpa. Pero con esa herida abierta es que se llega a América, y la herida va transformándose en culpa y deuda: la culpa del que sobrevive al horror. El que se va de alguna manera es un traidor, y esa deuda pasará de generación en generación, de relato en relato, hasta que la primera herida sane.
Hay imágenes y lugares que se repiten a lo largo de la trilogía, son repeticiones que dialogan entre sí, que operan con vida propia marcando el camino como un mapa a seguir. Algunos le llaman “contrato de lectura”, es lo que acontece en las primeras páginas de un libro entre lector y autor y que pareciera decir: de esto es de lo que te voy a hablar. Oscuramente fuerte es la vida arranca con el cruce del lago. Un recuerdo de infancia en el que Agata y su hermano esperan al padre que se retrasa. Ellos ya no tienen madre, se ha muerto, están solos y es de noche. Para volver del trabajo, el padre debe tomar un trasbordador y cruzar el lago. Los compañeros de trabajo tratan de persuadirlo para que se quede la noche en la isla, pero él sabe que sus hijos lo están esperando del otro lado. Toma una barcaza, convence al remero para que lo cruce a pesar del viento y la lluvia. El lago se lleva a muchas vidas por año, sin embargo el remero se convence ante la imagen de ese padre que quiere regresar por sus hijos. Cuando llega ya es de madrugada: “Nos sentamos frente a él y no hicimos preguntas. Pese al silencio, a medida que pasaban los minutos, yo presentía que aquella noche tenía un peso diferente, como si en esa especie de distancia que nos separaba siempre, se hubiese establecido una tregua. Observaba sus gestos lentos, y no me inhibía mirarlo de frente. Recuerdo la gravedad de mi padre, el subir y el bajar de la cuchara, el titilar de la vela y aquel clima cargado”. Este cruce es el que se repite en el barco que los llevará a América, es la posibilidad de una tregua frente al peligro y al mismo tiempo, esa actitud de su padre se repetirá cuando su esposo se enfrente a los disparos del toque de queda para volver a dormir a su casa cada noche, al terminar su jornada en la fábrica.
Por su parte, Cita en el lago Maggiore termina justamente frente a ese mismo lago, donde padre e hija dialogan en silencio y deciden, de alguna manera, quedarse ahí para siempre. Asimismo, el rescate de los gestos y del lenguaje de las cosas que comienza en esa escena de la mesa familiar sin madre, frente a la luz de una vela, se repite a lo largo de toda la trilogía. La verdad se encuentra y se cuenta en silencio, entre los elementos de la naturaleza, el agua, el fuego o el aire: “Agata comenzó a sentirse renovada y dispuesta, como una hoja en blanco, donde todavía había palabras que podían ser escritas, aventuras que podían iniciarse. Supo, como tantas otras veces, que cuando todo parecía haber sido dicho, aún quedaban posibilidades y que siempre era bueno regresar a ese origen que el fuego le sugería”.
Las tres novelas conforman un solo relato que se va contando para abajo, cada vez más hacia adentro, donde los hechos de la Historia van quedando atrás para darle paso a esa otra historia íntima de la confluencia de dos ríos, del crepitar del fuego quemando hojas en un patio, la historia de una cita frente a un lago pactada en silencio desde el día de la partida. El relato de estas historias acuden al rescate de un tiempo perdido, y en esa actitud de investigación proustiana, Dal Masetto se consagra en esta trilogía reafirmando aquello que observó el mismo Proust: “El estilo es una visión y no una técnica”.
La narradora de Oscuramente fuerte es la vida es la propia Agata, es ella quien cuenta la historia de su casa en el pueblo de Tarni. La construcción de esa voz, que logra darle un cuerpo concreto al mundo de lo femenino de la Italia campesina acosada por las guerras, es el pilar fundante sobre el que se apoya este libro y los dos siguientes. Ese lugar de la lengua materna, el italiano hablado en el propio suelo, no es un recuerdo más al que tanto Agata como su hijo se disponen a rescatar. Es mucho más, es el lugar de la infancia, donde todo un universo simbólico cobra vida en la propia historia: el primer gesto de vida y del dolor en todas sus formas se ha ido nombrando, reconociendo, desde una lengua que luego fue desterrada. El viaje de vuelta, entonces, es el viaje de regreso a ese mundo que espera a ser renombrado. Agata repite una y otra vez, en voz alta, los nombres de los lugares, de las calles, de los bares que vuelve a pisar en La tierra incomparable, de la misma manera que su hijo, en Cita en el Lago Maggiore le enseña a su hija cómo pronunciar una frase en dialecto y es justamente en ese momento en el que aparece lo que no se ha dicho, la culpa de repetir los mismos silencios heredados del padre, del abuelo, de esa generación de hombres duros de la que él proviene: “Le explicó. Ella escuchó una sola vez, memorizó, repitió mentalmente moviendo los labios, se levantó y caminó decidida a través de la gente. La vio parada frente al quiosco, esperando su turno, había dos personas adelante de ella. Pensó que estaba orgulloso de su hija. ¿Se lo había dicho alguna vez? Seguramente no. Ni siquiera insinuado. Hubiese bastado poco, un par de frases. Las palabras adecuadas jamás habían sido pronunciadas. Sintió el deseo imperioso de que llegara el momento de poder reparar lo que de pronto se le aparecía como una falta. ¿Pero qué momento debía esperar?, se preguntó. Todo momento era bueno, todo momento era el mejor. ¿Por qué no ahora?”. En este sentido, Agata es la única posibilidad de punto de partida, porque ella es la que porta el misterio de las cosas. Un escritor trabaja a oscuras, siempre, y estas novelas tienen esa luz de un taller en penumbra, donde el hacedor de relatos va aprendiendo a manejarse en las sombras, guiado en gran parte por la intuición que le llega de algún lado, y donde sólo una vez terminada la tarea puede comenzar a comprender en su profundidad lo que ha escrito. Agata se lee a sí misma a orillas del lago: “Lo que había intentado decir y luego había renunciado a decir estaba ahí. Era como si las palabras, fijadas sobre aquella hoja de papel, hubiesen madurado y se hubiesen cargado de sentido con el correr de los días. Era como si tuviesen vida propia. Agata recorría su humilde prosa, ahora inesperadamente enriquecida, y se asombraba por la justeza de las imágenes, por lo que las palabras decían, por lo que sugerían. Leía y volvía a estar frente al lago, y en esta segunda mirada, en esta segunda visita, aquel anochecer, rescatado de la pobreza y el olvido, ocupaba el lugar que ella había deseado. Pensó que así, de la misma manera, otros leerían su carta y recibirían lo que ella acababa de encontrar”.
El padre está presente, y a la vez ausente en esta historia. El padre ha sido una roca donde apoyarse, pero más tarde esa fuerza material desaparece, ya sea por la muerte del padre y del esposo de Agata, o también por la debilidad más expuesta de su hijo. Esta es la historia del retorno a esa madre, a esa lengua. Es preciso que primero ella nombre esos lugares para que su hijo después retome el gesto y culmine el relato frente al lago, gritando, y luego más en voz baja, cuando su hija tome del lago esas dos piedras que colocará en una grieta del muro: “A partir de ahora, esas dos piedras van a quedar allá arriba para siempre, para siempre”, repite el padre.
La última novela termina en la captura de un encuentro, y las palabras del padre toman la fuerza de un conjuro, de una afirmación donde padre e hija se reconocen a la luz de la infancia recuperada donde ya no queda lugar para la extranjería. Se han reapoderado de lo que han sido y así pueden amarlo, volver a leerlo con una nueva mirada, desde una voz que pudo regresar a su fuerza primera para así poder volver a contarlo.
“No figura en ningún mapa, los lugares verdaderos nunca figuran en ellos”, reflexiona Queequeq en Moby Dick, cuando le describe a Ismael cómo es esa isla de la que él proviene. Y como si presintiera ese vacío aun antes de volver, Agata comienza el viaje de regreso a Tarni, en La tierra incomparable, con el diseño de un mapa. Antes de volver, le pide a su nieta que le dibuje un mapa de su pueblo. Comienza con los límites de los ríos que lo recortan, pero día a día va recordando más detalles, la casa de un vecino, un árbol frutal, una fuente, el pozo donde se bañaban sus hijos. El trazado del mapa es imprescindible en este retorno, porque Agata sabe que ese lugar de donde ella partió ya no existe, aunque no se hubiera modificado ni una sola piedra del lugar, tampoco así volvería a hallarlo. Su pueblo, el que había conocido, había cambiado junto con ella con el paso de los años. Ese mapa guardaría entonces las coordenadas de lo que una vez había visto, pero no le sería suficiente para poder encontrar lo que buscaba. En las dos últimas novelas, que son las del retorno a Italia, hay siempre una guía que acompaña al que vuelve, una compañía en el viaje. En La tierra incomparable esa figura es la de Silvana, la nieta de su mejor amiga, que la llevará a todos los lugares a los que Agata desee volver, y en el transcurso de su estadía, la historia de Silvana se irá revelando como un subtexto sobre la fragilidad frente al dolor, las diferentes formas del amor, la pulsión de muerte en la existencia humana. En Cita en el Lago Maggiore, es la hija quien guía a su padre. Hay una potencia vital en la representación de lo femenino en los relatos de Dal Masetto. Las mujeres que los pueblan son las que dejaron una huella, una manera de decir y de hacer que lo masculino no domina, y es por eso que en esta trilogía las guías de retorno son mujeres que marcan el camino, que devuelven en silencio la certeza de un descubrimiento, un principio y un final de la aventura, para de alguna manera trazar el camino de vuelta al origen, para que de una vez por todas ya no sea siempre tan difícil volver a casa.
En las tres novelas hay dos lugares que persisten casi idénticos: el kiosco de diarios donde Agata le compraba a su hijo las revistas de Salgari y la escuela de monjas donde habían estudiado sus hijos. El lugar de la lectura, de las historias de aventuras y el de la escuela, ese lugar que en Cita en el Lago Maggiore es el que termina de revelar al niño que se quedó en Tarni, son los únicos que permanecen y dialogan entre sí en cada libro. Las historias de Salgari viajaron a América, no fueron enterradas junto con los demás tesoros, sino que cruzaron el océano en barco, no sólo sobreviviendo al paso de los años, sino también fundando una escritura, la del hijo de Agata. La escuela también sigue, esperando ese regreso. Durante esos días que duró la cita de padre e hija junto al lago, fue la escuela el último lugar que visitaron. Sentado en la sala de actos junto al escenario, el padre le cuenta a la hija un recuerdo que le quedó de aquel lugar.
Ese recuerdo es precisamente una fuga: él tiene que actuar para fin de año, comparte la entrada a escena con una compañera, es una secuencia breve en la que tienen que decir algo sobre la Navidad. Pero ese mismo día están dando en el cine del pueblo una película que él no se hubiera perdido por nada del mundo: El ladrón de Bagdad, escenas y personajes extraídos de Las mil y una noches. El comienzo del acto se prolonga y él tiene que tomar una decisión. Deja a la compañera ahí esperando y se va a ver la película sin avisarle a nadie que se iría. Esta escena, hacia el final de la novela, es de una concentración de sentido maestra. Los relatos de Salgari, como la escuela, sobreviven a la partida porque en ellos se cifra un código, una verdad a la que hay que regresar para poder encontrar lo que se busca. El niño que se escapa del acto para ver un cuento de Las mil y una noches es el mismo que se va de la casa del padre en Salto para ser escritor. Porque a pesar del destierro forzado, a pesar de no haber elegido esa partida, sin embargo supo dejar señales, enterrar un tesoro de autos y juguetes de niño para llevarse su vocación: los relatos de aventuras. Así podrá volver a buscar lo que quedó de esa infancia allá enterrada, la que le devolverá junto a las piedras del lago, la fuerza limpia de esos años en los que él, sin darse cuenta, ya había elegido narrar para no olvidar, para reinventar. Para sobrevivir.
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